Lo que la religión y las raves tienen en común
Fenómeno social. Las fiestas electrónicas no pasaron de moda y siguen siendo ceremonias que expresan inconformismo y buscan un sentido.
Los Mossos d’Esquadra (policía autonómica catalana) clausuraron a principios de este año una mega rave en Llinars del Vallés (Barcelona). Se estaba celebrando en plena pandemia con más de 400 jóvenes negacionistas que llevaban más de 40 horas bailando. En la ciudad inglesa de Sheffield, algunas iglesias se han fusionado con las raves para atraer a los jóvenes descreídos de entre 15 y 25 años y de clase trabajadora, quienes no encuentran recursos en la religión para dar sentido a sus vidas. En cambio, en las fiestas electrónicas encuentran una fuerza y una comunión espiritual inéditas .
Las raves no han pasado de moda desde que comenzaron a desarrollarse en los años 80. Estas fiestas son ceremonias antiinstitucionales (sin Iglesia) y antidoctrinales (sin creencias teológicas), que expresan inconformidad, al igual que hacían en los 60 los hippies o los punks, una década después, para lograr el sentido de unidad y conexión afectiva y social.
Los ravers (aficionados a las raves) ya son una comunidad global de “comulgantes”, una cuasi religión. Su objetivo es que la gente en el planeta esté en paz. No importa la edad, la etnia o la cultura. Cualquiera es bien recibido en una rave.
Una rave es una fiesta y, por tanto, no ocurre todos los días. La fiesta y las celebraciones religiosas son un momento puntual de “efervescencia colectiva”, un estado que se vive con intensidad, desmesura y agitación, y con fuertes sentimientos de solidaridad colectiva, como señala Durkheim.
Y tal vez por ello produce satisfacción, porque rompe con la vida cotidiana creando una “communitas”, un vínculo universal humano antiestructural que se compone de lazos igualitarios, como el de los peregrinos.
En las raves se reutilizan símbolos de todo tipo y se les da una segunda vida. Por ejemplo, imágenes del futuro, marcianos y alienígenas. Y también del pasado, con imágenes de tribus y pueblos antiguos, como los pueblos nativos norteamericanos.
Los ravers se sienten momentáneamente en comunión con un mundo unido, feliz y sano, un mundo imaginado como el de las peregrinaciones de los huicholes de México a Wirikuta, el lugar donde están los ancestros y la humanidad en sus orígenes.
Los chamanes han existido desde la prehistoria y son mediadores entre el mundo de los humanos y el “otro” mundo –invisible– de las fuerzas y espíritus, a los cuales contactan para curar el sufrimiento humano.
Los ravers adoran a los disc jockeys (Dj) y recorren largas distancias para escuchar a su Dj favorito –distancias que pueden ir de un país a otro–. El Dj es un cuasi chamán, un tecnochamán que hace experimentar a los ravers ese mundo invisible.
Los rituales católicos tienen como juez de sus pecados a Dios. Los chamanes siberianos, por ejemplo, logran el equilibrio y la curación de un enfermo entrando en el mundo invisible del alma y restableciéndola al cuerpo. En su caso, el Dj usa la tecnología para oficiar la comunión espiritual con su audiencia y lograr la simetría y el equilibrio, de la misma manera que el chamán y el sacerdote se conectan con sus pacientes y feligreses.
Los profesores Takahashi y Olaveson, de la Universidad de Ottawa, muestran que algunos ravers experimentan una poderosa fuerza espiritual de unión por medio de la técnica de la posesión, en un estado de trance. Otros viven una curación espiritual que les sirve de terapia contra las ansiedades. El que acude a las raves lo hace al igual que el feligrés acude a la iglesia y obtiene un cambio en su vida. Ambos buscan lo mismo: espiritualidad, transformación y sanación.