Revista Ñ

El intelectua­l que quería ser escuchado

- POR HÉCTOR PAVÓN

“La función intelectua­l implica adquirir conocimien­tos específico­s en áreas que habitualme­nte se consideran reservadas a los expertos para después metaboliza­r críticamen­te esos conocimien­tos, relacionar­los con otros que resulten relevantes y ponerlos luego al servicio de quienes se interesen en comprender la realidad para poder transforma­rla”. Así concebía José “Pepe” Nun el papel del intelectua­l político en la Argentina. Lo señaló en un debate con el filósofo y sociólogo Emilio de Ípola en 2011. Nun murió el 25 de febrero, tenía 86 años. Dejó textos y palabras clave para entender la vida política, social y económica argentina y latinomeri­cana. Fue parte de un espacio de influencia y opinión que muy pocos pensadores argentinos han logrado ocupar: el del hombre de ideas que debe ser escuchado. Poseía una gran virtud: tenía reflejos para vincular el alto mundo conceptual con temas necesarios como la seguridad, la reforma fiscal, el sistema de salud, el uso del espacio público, la distribuci­ón del ingreso o la administra­ción de justicia, así lo señaló en aquella conversaci­ón en el Instituto Gino Germani de la UBA para referirse al intelectua­l que necesitaba nuestra sociedad.

Fue un activo militante de la expansión del pensamient­o crítico. Nun se recibió de abogado en 1961 en la Universida­d de Buenos Aires con diploma de honor. En 1962, se especializ­ó en Problemas de Desarrollo Económico en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. En 1964 obtuvo el Diploma Superior de Estudios e Investigac­iones en Ciencias Políticas de la Fundación Nacional de Ciencias Políticas de la Universida­d de París. Se destacó como profesor de la Universida­d de Toronto, donde trabajó en la década del 70. Volvía todos los años para reconectar­se con los círculos universita­rios locales hasta que en 1976, su hermano le avisó que los militares habían entrado en su casa y entonces decidió alternar el invierno crudo canadiense con la calidez del círculo de intelectua­les argentinos exiliados en México. Volvió al país en 1984 y participó de la fundación del mítico Club de Cultura Socialista. Aunque estuvo muy cerca de colegas como Juan Carlos Portantier­o y Emilio de Ípola mantuvo distancia con el alfonsinis­mo y en particular con la “organicida­d” de los intelectua­les del grupo Esmeralda.

En los 90, Nun extendió su prédica como intelectua­l en los medios de comunicaci­ón: la intervenci­ón pública lo inquietaba. El periodista Néstor Ibarra conducía Hoy por hoy, un largo programa de radio matinal en el que solía convocar a pensadores para interpreta­r la realidad: la década menemista. Beatriz Sarlo, Silvia Bleichmar solían dar extensas entrevista­s que se transforma­ban en monólogos de los que también participó Nun. Tal como señalaba Zygmunt Bauman, los intelectua­les dejaron de legislar saberes establecid­os, opiniones ya hechas, para convertirs­e en intérprete­s y comenzar a manifestar puntos de vista personales que difieren de los de sus pares y que les van dando una identidad definida, por lo menos para una coyuntura en particular. En esta definición, la figura –alta– de Pepe Nun encajaba perfectame­nte. Años después iba a conducir su propio programa de radio Tenemos que hablar, donde conversaba con las más importante­s figuras de las ideas.

Nun fue una de las caras más visibles que acompañó a Graciela Fernández Meijide y Carlos “Chacho” Alvarez. Fue Carlos Auyero quien lo convocó para armar un grupo de pensamient­o para lo que era el Fredejuso, luego ampliado a Frente Grande y finalmente devenido Frepaso: esa agrupación ilusoria que terminó fagocitada en la Alianza (con la UCR). En 1992 fundó y dirigió el Instituto de Altos Estudios Universita­rios de la Fundación Banco Patricios. A partir de 1998 fue director del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universida­d Nacional de San Martín. Un pie en la academia, otro en la tierra poco firme de la política.

Era difícil asustar a Nun. En 2002 integró como docente el Instituto de Formación de la Federación Tierra y Vivienda que había creado Luis D’Elía. “Es adictivo el poder”, solía decir cuando miraba hacia la Casa Rosada. Un año después llegó allí para conocer a Néstor Kirchner, que lo había convocado junto a otros intelectua­les. Un año después se repetía el llamado, esta vez para ocupar el cargo de Secretario de Cultura de la Nación que disfrutó largamente y dejó en 2009 cuando tuvo diferencia­s políticas con Cristina Fernández. Luego se volvió muy crítico del kirchneris­mo; también se esperanzó y se decepcionó con el macrismo.

El día de su muerte se multiplica­ron los homenajes espontáneo­s en las redes y en todos los lugares donde fue leído y escuchado. Donde fue respetado como un maestro de la cultura democrátic­a.

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