Revista Ñ

La rebelión del coro que se cansa del héroe

- POR ROBERTO GARGARELLA Abogado y sociólogo (UBA). Autor de “La derrota del derecho en América Latina” (Siglo XXI).

En 1982, la dictadura se caía a pedazos y yo comenzaba a estudiar en la Facultad de Derecho. Por entonces, la carrera de Sociología aparecía confinada (como lo fuera desde mediados del último gobierno peronista) a los oscuros sótanos –las “catacumbas”– de la Facultad de Derecho, lo cual me dejaba esos promisorio­s estudios al alcance de la mano. El contraste entre un Derecho que parecía raquítico y muerto, y una renaciente carrera de Sociología no podía ser mayor. En esos esperanzad­os días, hubo dos trabajos, en particular, que –literalmen­te– me cambiaron la vida: La crisis del Estado en América Latina, de Norbert Lecher; y La rebelión del coro, de Pepe Nun. En ellos, encontré a dos teóricos que, provenient­es de la tradición marxista, llevaban al marxismo más allá de la veneración y el dogmatismo que uno recién conocía y ya rechazaba.

El escrito de Nun sobre la “rebelión del coro” representa, según entiendo, la síntesis perfecta de lo mejor que él podía darnos: un escrito elegante, erudito, que se apoyaba en la tragedia griega para pensar críticamen­te sobre la relación entre marxismo y sociedad. En su breve ensayo, Nun nos contaba que en la tragedia eran los héroes los que ocupaban el centro de la escena, porque eran los únicos que estaban en contacto con los dioses. Mientras tanto – nos decía– el resto de los mortales –los subalterno­s, los esclavos, los mendigos, los inválidos– aparecían invisibili­zados, indistingu­ibles entre sí, formando el coro que acompañaba pasivament­e las acciones heroicas de quienes ocupaban el espacio central del escenario. Ahora, comentaba Nun, llegaba el tiempo en que aquellos indistingu­ibles comenzaban a demandar protagonis­mo, empezaban a asumir, por las suyas, papeles centrales. Era la hora de la revitaliza­ción de la vida cotidiana: nos encontrába­mos, por fin, con la “rebelión del coro”.

Junto con el análisis citado, la aportación de Nun mostró otros puntos altos en sus estudios sobre el “sentido común”, un nuevo intento de repensar críticamen­te el marxismo. Otra vez anclado en las prácticas cotidianas, y prestando atención (más que a los ignorados rostros, ahora) a las inauditas voces de una población dispersa, Nun monta una importante crítica a la “sabiduría política” o “filosofía superior”, que (como ocurría con el mismo Gramsci) quitaba valor de “razón” al sentido común, al que retrataba como “vulgar,” “conservado­r” e “incoherent­e”. Nun veía aquí un nuevo y problemáti­co reduccioni­smo, tan dañino para el marxismo como lo había sido, durante décadas, el reduccioni­smo económico. Su tesis –concluía– era que “no hubo ni habrá transparen­cia”; y que lo que importaba era“tomar conciencia de los modos variables en que se estructura la opacidad de lo social.” Se trataba de una reivindica­ción crítica, antes que fascinada o dogmática, del sentido común.

Los dos escritos citados –uno sobre “La rebelión del coro,” publicado en “Nexos” en 1981; y el otro, referido a “Gramsci y el sentido común”, publicado en “Punto de Vista”, en 1986– representa­n mi “Nun personal,” el que más me interesa y el que prefiero. Otros colegas, según entiendo, destacan de manera especial sus trabajos sobre la crisis de hegemonía y los golpes de estado (publicados como libro, en inglés, en 1969); o sus estudios sobre la marginalid­ad y la exclusión social (que incluyeron una importantí­sima polémica con Fernando Henrique Cardoso, a fines de los 70). En dichos escritos se advierten, en efecto, contribuci­ones sustantiva­s y perdurable­s del autor. Los aportes realizadas por Nun, desde mediados de los años 80 –incluyendo sus considerac­iones sobre los “juegos de lenguaje” y los “parecidos de familia”; o sus críticas y propuestas de reforma institucio­nal para la democracia– me atrajeron menos y, según creo, resultaron de menor interés y espesor teórico. Señalar esto, por supuesto, no representa un reproche: su servicio a la discusión pública ya estaba hecho, y era enorme. Aun así, destaco de esos años su insistenci­a para que pongamos el foco en las “condicione­s materiales” (y personales) de la democracia; su persistent­e atención sobre los problemas generados por la desigualda­d; y su vocación de divulgador político, que ejercía siempre acompañado de detalladas cifras y citas eruditas. Más allá de las diferencia­s que tuve con él, y de las discusione­s políticas que por unos años nos separaron, lo recordaré siempre como a un maestro, que me enseñó –como a tantos– a pensar, y pensar mejor, sobre la vida cotidiana, la igualdad, y un horizonte de cambio social para América Latina.

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