LA OLA DE COLOR QUE LLEGÓ DE CÓRDOBA
Elián Chali habla de “Plano inesperado”, su intervención en la fachada del Museo Moderno, y de su práctica artística en el espacio público.
El Museo Moderno cambió parte de su fachada el pasado 20 de febrero cuando dejó inaugurada el 20 de febrero una serie de intervenciones con artistas invitados a permear el espacio del museo hacia múltiples direcciones. La convocatoria a Elian Chali (Córdoba, 1988) estaba planificada a inicios del 2020 y, por las razones que todos conocemos, se postergó hasta estos días. “Plano inesperado”, la obra de Chali, es una intervención de 330 metros cuadrados sobre la fachada del edificio ubicado en Avenida San Juan 350 que logra construir un nuevo espacio en el museo. Es que detrás de la clásica fachada de ladrillos a la vista y rejas había un plano que recorría todo el perímetro que estaba simplemente pintado de blanco. Ahora esa parte del edificio se activa con una serie geométrica de vibrantes colores que realmente hacen aparecer ese plano inesperado, proyectando una frescura alegre, vital y estimulante sobre una superficie que sólo alojaba las rampas de acceso. En ese tiempo de espera que hizo madurar las ideas, con el aporte de un trabajo colaborativo muy estimulante junto a la curadora Carla Barbero, surgió la idea sobre cómo vivificar el espacio museo. Lo cuenta en estos términos el mismo Chali, en conversación con Ñ. “Pensamos en proyectos relacionados con el barrio, pensamos en el hall de ingreso. Algunos pasillos también. Pero la fachada interna tiene un punto de ajuste particular entre el adentro y el afuera, la intemperie y el resguardo, lo expositivo y la transitoriedad, y claro, la escala, que es donde mejor iba a articular la obra”.
El artista retoma la tradición del arte urbano –graffiti y muralismo– como modo de expresión y disputa de las narrativas históricas que construyen las ciudades y determinan la circulación de los cuerpos. Sus obras están en más de 30 ciudades alrededor del mundo y es autor del libro Hábitat. A su vez, forma parte de un colectivo de identidades y corporalidades con diversidad funcional y/o discapacidad.
Parece complejo recorrer un mural de ese tamaño del realizado en el Moderno a través de varias mediaciones con la arquitectura, pero el color que aparece detrás del muro perimetral y el tamaño del patrón gráfico utilizado, capitalizan el espacio donde está alojado, descubriéndolo a la mirada. Es un acierto mantener el tamaño como si estuviera fuera del edificio, ya que la composición se puede leer igual, jugando un rol de lienzo vacante, en blanco, que estaba ahí para ser utilizado.
Chali tiene un hablar muy lúcido, para enunciar tanto sus decisiones personales como su activismo. Se describe trabajando en torno a “ideas rumiantes” que dejan huellas en su trabajo cotidiano. Cuenta a Ñ: “Pienso en todas las fugas que mi práctica artística intuye como caminos posibles para no ser metabolizado por un circuito. De acá se desprenden activismos y militancias, metodologías de sociabilización del conocimiento, distintos modos de vinculación y afectación, formas de sortear la productividad, pero sobre todo un trabajo fino por no perder autonomía. Pienso que la lógica de red que se propone en muchos discursos progresistas tiende a homogeneizar y borrar las singularidades, a establecer parámetros de dominación y propiedad desde lo moral, a neoliberalizar la solidaridad y la cooperación”.
En las intervenciones que realizó en espacios públicos de ciudades de la Argentina, Australia, Bélgica, Brasil, Canadá, Chile, España, Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, entre otros, el artista propone suavizar los límites, facilitar el encuentro y celebrar el juego. La idea es usar tanto edificios patrimoniales como muros vacíos, encontrar un punto de tensión y tratar de intervenir ahí. Lo que Chali describe como una “intervención acupuntural”. Explica: “Muchas veces el punto de tensión en una urbe son los espacios protegidos o patrimoniales por lo que entrar en diálogo con ellos puede configurar nuevos interrogantes a los que los y las transeúntes busquen responder”.
Su formación artística no es académica, reconoce sus orígenes en el under o la contracultura, aquello que se produce en las periferias sin dependencia de los centros de poder y que estos agenciamientos, están directamente relacionados a su definición como diverso corporal que adhiere al colectivo de discapacidad.
“Estoy en proceso de construcción de mi propio mundo –dice–. Me atrevo a señalar que el sentido de camaradería o colectividad, son valores aprendidos de otros lugares, tienen que ver con una formación política mía y una decisión de como atravesar los días. Lo aprendí con mis amigos, mi familia, mis amores, en la cama, en la cocina, en la calle, en las fiestas. El grafiti tiene un código cerrado de participación muy endogámico. Como proceso de aprendizaje, me habilitó e invitó a patear la calle y encontrarme con otra verdad que no sea la de mi clase, la de mi color de piel, la de mi cuerpo. En términos estéticos, colaboró en la forma de percibir los entornos urbanos y entender la incidencia en cómo nos comportamos las personas en las distintas circunstancias sociales, pero no es una marca a fuego en mí”.
En esa dimensión de la circulación de los cuerpos por las ciudades, una de sus obsesiones como artista, Chali entiende la ciudad como “territorio y plataforma para discutir, observar y participar”, algo “fundamental porque el espacio público tiene esta tensión de que nos pertenece y no a la vez”.
Acerca de su práctica artística, el artista cordobés entiende que sostener el mural como medio, todavía lo convoca pues piensa que todavía aun no ha logrado evidenciar su gran potencia. El uso del lenguaje de la abstracción le posibilita el uso de otras gramáticas afectivas que no son las del léxico habitual. Entiende que la experiencia sensorial de la pintura es no sólo liberadora, sino que también desdibuja los márgenes de su entendimiento, como una posibilidad poética que lo lleva más allá de sí.
Acerca de su libro Hábitat, que publicó en 2016, y de la práctica de escribir, señala: “La escritura me interesa como máquina para intervenir el presente. Es decir, hoy no tengo interés en esa gran literatura que mueve las placas tectónicas de la historia. Más bien escribo desde un lugar desordenado, improlijo, sin pretensiones, desde un aparato metabólico que me ayuda a soportar la época.