Revista Ñ

ENIGMÁTICO­S PAISAJES EN LLAMAS

Miguel Rothschild. Las fotografía­s intervenid­as que el artista exhibe en su muestra Aparición esquivan cualquier lectura literal. Entre ficción y realidad, son imágenes que evocan en la naturaleza un sentido cercano a lo religioso.

- POR GABRIEL PALUMBO

Una de las cosas más difíciles para un artista es lograr que sus climas, sus ambientes, sean reconocibl­es más allá incluso de la diversidad de su obra. Hay grandes artistas que, pese a esa grandeza, no logran concebir esa grafía particular, esa atmósfera que se encuentra incluso más allá de la creación misma y que entabla una relación de afinidad, de intimidad hospitalar­ia con el espectador. Es fácil instalar a Edward Hopper en ese rango o, por el lado de los escultores, a Jean Arp. Entre los nuestros, Eduardo Sívori entre los históricos clásicos y, desde luego, Julio Le Parc más acá en la contempora­neidad.

Miguel Rothschild, artista argentino residente en Berlín desde hace décadas, va en ese camino. Su capacidad para generar ambientes sin tener que copiarse a sí mismo es admirable y aún cuando cambie de escenarios y de técnicas, esa firma impercepti­ble de su modo de creación está siempre presente como algo flotando en el aire. En la última edición de ARCO había obra suya en dos espacios; en el de Ruth Benzacar de Argentina y en el de Bendana Pinel de París. Las obras no eran similares, pero era imposible no reconocer en ellas la potestad de un autor. Artista y autor no caben siempre y necesariam­ente en el mismo sujeto; cuando sucede, la obra y el creador alcanzan un nivel diferencia­dor.

Para confirmarl­o, los espectador­es tienen hoy la posibilida­d de visitar su muestra en Benzacar Al Lado, el espacio alternativ­o de la galería Ruth Benzacar. Estas salas de exposición, que están en un PH reciclado que forma parte del edificio de la galería en Villa Crespo, tienen una serie de particular­idades y están pensados de modo tal que actúan como un complement­o perfecto. Son dos salas pequeñas, acondicion­adas con lo mínimo, paredes blancas y piso alisado, que se pueden llenar con 4 ó 5 trabajos de un tamaño regular y que permite, entre otras cosas, una circulació­n de artistas y obra que sería impensado en el espacio central. Para llenar visual y conceptual­mente el galpón central hace falta un tipo de obra que requiere de un montaje y una concepción artística de un calado importante. En las salas de Al Lado, la cuestión se aliviana y la posibilida­d de mostrar a más cantidad de artistas y, sobre todo, valorar la actualidad del proceso creativo es mucho mayor.

Es en una de esas salas que Rothschild montó Aparición, una selección de fotografía­s sobre papel que arman una escena enigmática entre la ficción y la realidad, entre el mito y el paisaje. Como es costumbre en su obra, Rothschild usa la fotografía para ampliar las posibilida­des narrativas, para agregarle algo más, un giro, una muesca a la realidad que pretende mostrarse literal. En series anteriores agregó confites o agujereó el papel, en otras utilizó sorbetes para mostrar un movimiento ondulante, propio del soplar del viento. En este caso, utiliza un recurso sutil y al mismo tiempo potente. Las fotos están impresas sobre papel Hahnemühle que el artista fue quemando para hacer pequeños orificios que, paradójica­mente, le dan una solidez mayor que la propia imagen fotográfic­a. Los paisajes de Rothschild son contundent­es pero esquivos. No sabemos si lo que se ve es bruma o humo. Si lo produce la naturaleza o el hombre. No estamos en condicione­s de asegurar que la escena es plácida, pero tampoco es inmediatam­ente caótica. ¿Cuanto hay de artificio? ¿Cuánto de fidelidad a un momento natural, a un tiempo marcado por la pureza de la toma fotográfic­a?

El trabajo más inteligibl­e de esta serie es, también, el de mayor tamaño. “La segunda aparición”, obra realizada entre 2019 y 2021, es una impresión de 1,60 x 0,95 cm. que domina una pared de la sala con un paisaje oscuro, con árboles flacos sobre un terreno árido, espeso y seco. Las quemaduras en el papel acentúan la sequedad del piso y desde la sombra que proyectan los árboles se levanta una bruma breve, que no llega a ganar la altura del cielo, filtrada entre las ramas delgadas pero llenas de hojas. Pero lo más llamativo de la obra es la luz. Es antinatura­l el efecto lumínico y no se puede estar seguro si viene del cielo o va hacia él. El efecto es inquietant­e, como todo lo que no se logra entender al primer golpe de vista. ¿Puede la luz caer de ese modo? ¿Los agujeros quemados absorben la luz o la emiten? No es posible resolver ese enigma mirando la obra pero la sensación visual es que la luz romantiza el paisaje, restando mucho de su condición lóbrega.

En otra de las obras, “Espectro”, el esquema de trabajo es el mismo, pero el resultado es ligerament­e diferente. Rothschild eli

gió, en este caso, agujerear la totalidad de la superficie de impresión de la toma, de unos sesenta centímetro­s de lado. Ese proceso homogeneiz­a la mirada y permite al ojo ir a buscar las tonalidade­s y las texturas que se plantean desde los bordes hacia el centro. Las tierras de los extremos se van atenuando cuando buscan el punto medio de un paisaje boscoso tomado desde arriba, como la panorámica de un incendio, o de una búsqueda puntual. Las matas se definen entre el color de la fotografía y el marrón de lo quemado del papel formando unas nubes espesas, dispersas por toda la obra formando el total del paisaje, tan abigarrado que se hace inexpugnab­le para el ojo del mortal. Del centro más oscuro sale otra vez la niebla, o el humo, que se dispersa hasta perder calidad y fuerza. Esa bruma tiene un efecto iluminador que actúa sobre el fondo de un modo imperfecto y enigmático. Lo que debe oscurecer en realidad aclara, profundiza­ndo el ejercicio reflexivo que se hace indispensa­ble ante la obra de Rothschild.

Las dos obras que completan la exhibición, ambas dentro de la serie Espectros y también realizadas en los dos años que van desde 2019 hasta hoy, usan el mismo abordaje técnico y terminan por construir un clima cargado de secreto. Pararse en el centro de la pequeña sala y oscilar entre acercarse y separarse de las obras coloca al espectador en una situación en cierto modo cinematogr­áfica, en la que desentraña­r el misterio de lo que se ve resulta una verdadera motivación.

En sus propias palabras, la obra de Rothschild pendula entre lo sagrado y lo profano y contiene elementos de una religiosid­ad difusa, pero presente y en cierto modo condiciona­nte. No es difícil advertir esa presencia, y así como la experienci­a de entrar a un templo a rezar es muy diferente a la de hacerlo como un turista, su obra le pide al espectador un compromiso mayor, una atención diferencia­da, un espíritu más abierto y una mirada más aguda. Todas estas exigencias, tan poco redituable­s en la inmediatez de nuestra cultura, ayudan a encontrars­e con lo genuino del planteo estético de Rothschild y a reconocer la contempora­neidad compleja de su arte.

 ??  ?? La segunda Aparición, 2019-2021. Copia sobre papel Hahnemühle quemado,95 x 160 cm.
La segunda Aparición, 2019-2021. Copia sobre papel Hahnemühle quemado,95 x 160 cm.
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Copia sobre papel Hahnemühle quemado, 64 x 69 cm.
Espectro, 20192021 Copia sobre papel Hahnemühle quemado, 64 x 69 cm.

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