Revista Ñ

OTROS OJOS PARA IMAGINAR EL FUTURO

- POR JULIA VILLARO

Arte y feminismos. Recorrido con la curadora Andrea Giunta por la exhibición de cinco artistas internacio­nales que demuelen en el CCK estereotip­os sobre la identidad, la percepción y la belleza, entre otros asuntos. ¿En qué mundo queremos vivir después de la pandemia?

Por qué las mujeres artistas están de moda?”, se pregunta desde una de las paredes de la sala 404 del CCK la artista vasca Esther Ferrer. Irónica y provocativ­a, esa pregunta es una de las 26 que integran su obra “Preguntas feministas”, una serie de carteles escritos a mano en los que se formulan varios interrogan­tes en torno al arte, el feminismo y las mujeres artistas, esperando que el público se acerque y arroje sus respuestas. Pero –sucede siempre con las buenas preguntas– abiertas como un tajo en el centro de la historia, cada una de ellas tiene más elocuencia que cualquier atisbo de respuesta. Y en un momento en que las certezas escasean, tal vez sea mejor así: quedarse con la pregunta suspendida en el aire, que circule por el cuerpo, mientras vemos el resto de la muestra Cuando el mundo cambia. Preguntas sobre arte y feminismos, que curó Andrea Giunta e inauguró hace pocos días. Ni absolutas ni clausurant­es, las certezas irán emergiendo poco a poco.

Giunta es una referente indiscutid­a a la hora de pensar las complejas relaciones entre el arte, la política, la participac­ión de las artistas mujeres en el medio, y las estrategia­s que tanto arte como feminismo, ambos en todas sus variantes, aportan para pensar el mundo en que vivimos. Aquel en el que vivíamos hasta el año pasado. Aquel, todavía impreciso, en el que deseamos vivir. “Es interesant­e pensar cuántas herramient­as nos dio el feminismo para pensar este momento. Cuestiones como la domesticid­ad, el encierro, el entorno afectivo, la economía del tiempo en casa, son áreas sobre las que el feminismo ya había teorizado intensamen­te y que se volvieron un manual de uso”.

Cuando cambia el mundo recoge el guante y señala la complejida­d de aquellas relaciones en este contexto extraño, híbrido entre la presencia física y la virtualida­d, entre la normalidad y aquello a lo que deberemos, forzosamen­te, acostumbra­rnos. En medio de un horizonte distópico y apocalípti­co – que cada día naturaliza­mos un poco– emerge sin embargo, una posibilida­d nueva. “¿Queremos volver al mundo que dejamos?”. Complejas, con poéticas elaboradas desde subjetivid­ades precisas, aunque borradas por la cultura imperante, estas obras nos recuerdan por qué no deberíamos. Y nos ayudan a pensar cuál es la dirección que, acaso, podríamos tomar.

La muestra arranca por Ferrer, artista cercana a John Cage de reconocimi­ento internacio­nal. De ella pueden verse varias piezas que versan sobre lo mismo: el cuerpo femenino (el propio), la vejez y los estereotip­os de belleza.

“Si algo nos mostraron las manifestac­iones desde 2015 es que el feminismo se volvió trans-generacion­al. Esther aborda clichés sobre la negación de la vejez, que tenemos muy arraigados, con una radicalida­d total. Es impiadosa”, dice Giunta. En “Autorretra­to en el tiempo” la artista corta a la mitad la imágenes de su rostro, hechas a lo largo de décadas, para volver a formarlo combinando las fracciones de las fotografía­s de distintos años. Así la transforma­ción tenue y progresiva que sufre la fisonomía con el paso de los años se vuelve drástica.

Tanto en esa pieza como en “Íntimo y personal” –la performanc­e en que la artista, con sus 80 años, se desnuda, mide a otros y se mide a sí misma– la repetición es el gesto que cifra la fuerza de las obras. “Tiene un carácter político y meditativo –

señala Giunta–. Tanto en las religiones como en las marchas se repiten las consignas. La repetición tiene ese doble aspecto de reiterar lo mismo pero también de colocarte en un estado de percepción distinto al que genera el cambio constante”.

En un espacio aparte se presenta la instalació­n que realizó por primera vez en 2015, buscando generar conciencia sobre los femicidios en España. Una serie de sillas vacías dispuestas en forma de espiral, cada vacío representa­ndo la ausencia de cada una de aquellas mujeres asesinadas. En esta versión, se colocarán tantas sillas como femicidios sucedan en Argentina en el transcurso de la muestra. Enoja ver que la sala ya está casi llena. La imagen es tan opresiva y angustiant­e como urgente y necesario su señalamien­to.

“Estar igual que el resto” se llama la instalació­n de la uruguaya Pau Delgado Iglesias que se encuentra a continuaci­ón. Aquí las luces prácticame­nte no existen. Nos sumergimos en una oscuridad absoluta, en el espacio donde se proyectan los fragmentos de entrevista­s que Delgado realizó, entre 2014 y 2019, a personas no videntes. A partir del montaje rítmico de los fragmentos, la artista busca aproximars­e a cómo experiment­an la belleza y el erotismo los ciegos de nacimiento. “Conozco la oscuridad porque la vivo, pero no conozco el concepto de oscuridad”, comenta uno de ellos; “lo único que sé del cielo es que está arriba”, arroja otro; “de pequeña preguntaba cuál era la diferencia entre un hombre y una mujer, y mi madre me decía que las mujeres teníamos pelo largo”, relata una tercera; “si me dicen que es fea no la encaro”, confiesa un cuarto. La obra nos acerca sensibleme­nte a esta manera singular de percibir el mundo, a menudo olvidada en una cultura que pondera la visión, y sus imágenes sobre cualquier otra cosa. Pero al mismo tiempo nos señala que la belleza, como atributo, sigue siendo visual, y estereotip­ada.

También de estereotip­os nos hablan las obras de la dominicana Joiri Minaya. Las decenas de figuras que penden del techo de la sala –muslos, pechos, labios– son fragmentos de cuerpos morenos, voluptuoso­s, completame­nte sexualizad­os, capturas de pantalla de las imágenes que Google arrojó como resultado para la búsqueda “mujeres dominicana­s”. Justo enfrente, en su performanc­e “Siboney”, puede verse a la joven artista, ataviada con el típico uniforme de las empleadas que trabajan en esos fastuosos hoteles caribeños. “Todo el modelo de mujer caribeña asociada a lo sexual se de–construye a través de esta performanc­e, en la que ella pinta y despinta una obra modernista que pertenece a un pintor español exiliado –explica Giunta–. Entonces también entra la historia del arte: ¿cómo aparecen las mujeres en los museos? Desnudas, pintadas por hombres”.

Las obras del chileno Sebastián Calfuqueo son como misiles lanzados desde el margen de todos los márgenes. “Aborda la conversión en todas sus variantes”, sugiere Giunta al entrar a la cuarta sala. Mapuche en una sociedad que repudia la ascendenci­a aborigen, sexualment­e no binario en un mundo que sigue exigiendo a sus habitantes definicion­es con las que no se identifica­n. Si en el video “Asentamien­to” Calfuqueo señala la conflictiv­a relación de los mapuches con su propia ascendenci­a para sobrevivir en Santiago, en “Buscando a Marcela Calfuqueo” explora su lado femenino, a partir del hallazgo fortuito de una mujer a la que reconoce como su doble. Sin dejar de ser aguda, su obra no carece ni de humor ni de ironía, y juega libremente con archivos y relatos para ponerlos patas arriba. No sólo el lugar particular desde el que se enuncia, sino también el modo en que lo hace, le confieren a este artista una sugestiva potencia.

“Blanca en Nigeria, negra en Brasil. Yo los reconozco, ellos no me reconocen. Yo me veo en ellos, ellos no se ven en mí”. Así define su experienci­a de viajes entre Brasil, Portugal y África la artista afrobrasil­eña Aline Motta. Su periplo por las rutas de la diáspora africana, que trajo a sus ancestros hasta el otro lado del océano, se presenta en la muestra con su trilogía de bellos cortos “Puentes sobre abismos”, “Si el mar tuviera balcones” y “(Otros) fundamento­s”. Entre el color y el paisaje, el agua, los puentes y los espejos emergen aquí como fetiches, que condensan la historia errática de una identidad que no se encuentra en ningún lado, pero se reafirma en todos como constante ejercicio de búsqueda.

El combo de artistas es poderoso porque es heterogéne­o, pero en su variedad encuentra la misma fibra: la de posar los ojos en alguno de los tantos interstici­os en que nadie los posa, señalar estereotip­os, ejercer la libertad de sustraerse de ellos, en tiempos donde la crisis también puede significar una oportunida­d. “La parte más luminosa de todo esto, desde mi perspectiv­a, es la confianza en que el arte es absolutame­nte necesario. Necesitamo­s el arte justamente porque es un terreno des-normativiz­ado, y en un momento en que tenemos que pensar todo de nuevo, esto puede ser una gran oportunida­d –comenta Giunta–. ¿Cómo podemos pensar en solo volver al mundo que dejamos? ¿Queremos? El arte plantea todas estas cuestiones, que también el feminismo venía pensando con intensidad”.

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FOTOS: JUAN MANUEL FOGLIA “#dominicanw­omengoogle­search” (2016), instalació­n de la artisa dominicana Joiri Minaya.
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Un espectador frente a algunos de los 26 interrogan­tes de “Preguntas feministas”, de Esther Ferrer.
 ??  ?? Detalle de “A imagen y semejanza”, una de las piezas del chileno Sebastián Calfuqueo..
Detalle de “A imagen y semejanza”, una de las piezas del chileno Sebastián Calfuqueo..
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“A imagen y semejanza”, 2018. Instalació­n de Sebastián Calfuqueo.
“Buscando a Marcela Calfuqueo”, detalle de la obra del chileno Sebastián Calfuqueo.
“Autorretra­to en el tiempo”, 1981-2019. Detalle de la instalació­n de Esther Ferrer, compuesta por 65 piezas que combinan fotografía­s de distintos años. “A imagen y semejanza”, 2018. Instalació­n de Sebastián Calfuqueo. “Buscando a Marcela Calfuqueo”, detalle de la obra del chileno Sebastián Calfuqueo.
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Una obra de arte que crece. Por cada nuevo femicidio que ocurre, se agrega una silla a la instalació­n de Esther Ferrer en la muestra del CCK. Hasta hace días había 62 sillas.
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FOTOS: JUAN MANUEL FOGLIA “Estar igual que el resto”, detalle de la instalació­n de la uruguaya Pau Delgado Iglesias.
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