VUELTA A DUCHAMP DESDE ROSARIO
Una muestra rescata del olvido la irreverente producción de Rubén Baldemar, que recrea con humor y en clave paródica grandes obras de la historia del arte.
Uno de los conceptos más interesantes que desarrolló Walter Benjamin asociado a la filosofía de la historia es el de lumpensammler, término alemán en el que resuena el más conocido lumpenproletariat, con el que comparte una raíz común: lo marginal. Para Benjamin el lumpensammler vendría a ser algo así como el “cartonero de la historia”. El que se interesa por aquello que ha quedado en los márgenes, fuera del relato central. Esta figura benjaminiana habla de la radical desconfianza del filósofo que apuntó a deshilachar el principio de una narrativa única en inevitable progresión, dominante en la mayor parte de la historiografía y el pensamiento desde el siglo XIX hasta avanzado el siglo XX. Buena parte del mejor legado de Benjamin se construyó a partir de hacer foco en los márgenes como un lumpensammler que prestó atención a lo que había sido dejado de lado en esa poderosa columna vertebral que articuló una narrativa histórica en progresión.
Este concepto resurge a propósito de la tarea que viene llevando a cabo Proyecto Baldemar de Rosario desde 2019. Se trata de un equipo de trabajo, auspiciado por la galería rosarina Subsuelo, que se ha propuesto rescatar la figura de Rubén Baldemar (Rosario, 1958-2005) en la certeza de que se trata de una figura “ineludible del arte contemporáneo argentino”, que no goza del reconocimiento que se merece y permanece casi desconocida por fuera del círculo de allegados y especialistas de su ciudad.
Resultado de esa activación, en estos días la obra de este artista ha hecho pie en Cámara 3, el recién estrenado espacio de experimentación curatorial de la galería Barro. En gran medida gracias a la gestión del coleccionista-investigador Joaquín Rodríguez y la fundamental y necesaria participación del equipo rosarino de rescate integrado por Daniel Andrino, Daniel Pagano, Paulina Scheitlin y Norma y Nancy Rojas. Todos en calidad de cartoneros de esta historia o “lumpensammler,” como sea que le llamemos.
¿Quien fue Rubén Baldemar y qué interés reviste esta postergada presentación suya en nuestro medio tan esquivo? Más allá de ser considerado alguien fundamental en la interesante escena rosarina de finales del siglo XX , la deliberada autoexclusión que se impuso y los quince años transcurridos desde su súbita muerte rodearon de silencio su obra y su figura antes y después. Así se tornó imperioso el trabajo de excavación y reinterpretación que este equipo está haciendo en pos de ampliar la visibilidad de la original huella que dejó.
Baldemar tuvo una formación relativamente ortodoxa aunque no podría decirse lo mismo de los diferentes rumbos que tomó, decididamente heterodoxos. Gran conocedor de la historia del arte y artesano refinado, lo suyo es una cadena de asociaciones y citas en clave paródica, básicamente irreverente frente a un pasado que se deleitó en recrear arbitrariamente. Su producción se alimentó de variados cruces entre la tradición del arte clásico, la modernidad, el kistch y el pop, todo desplegado con humor en las diferentes series en que trabajó. Empeñado en convivencias extrañas como la de Superman y una Virgen románica en el interior de un díptico religioso o la de “Judith y Holofernes” en la versión de Klimt con los Números y Letras de Jasper Johns que se abren con un cierre cremallera para dejarla aparecer. Un clima surreal, producto del encuentro de realidades distantes sobrevuela casi todas.
El conjunto denominado Requiem que se exhibe en el espacio experimental Cámara, en Barro, reúne una selección de obras pertenecientes a tres series: Mutt, Autorretratos y Heráldica, que fueron producidas en distintos momentos de su carrera.
Mutt o La hazaña de Mutt, como denominó Baldemar en 2001 a este conjunto que cita al célebre mingitorio de Duchamp (“Fuente”), contribuye a organizar el breve espacio, connotado desde la iluminación y el diseño de montaje como un ámbito de museo. Todo allí pareciera a recultualizar un tipo de experiencia estética que el artista y su predecesor se empeñaron en demoler. Varios mingitorios, a mínima escala han sido jibarizados, devueltos a su condición de artefacto sanitario y colocados como bustos sobre pedestales en afán de parodiar la operación de culto a que fue sometido este objeto inscripto con devoción en la historia del arte contemporáneo. Cada uno en su mini configuración de baño público “rectificado” (por usar una categoría duchampiana) presenta variaciones, todas en el espíritu paródico que caracteriza la obra del artista. A una de las versiones suma un estilizado frasco de perfume francés como una suerte de depósito de orín; a otro lo convierte en macetero y a otro, en lápida monumento.
El humor y refinamiento de Baldemar en la realización sobrevuelan también los retratos y óvalos heráldicos o escudos que aquí se exponen. Cabe destacar esta sutil combinación particularmente en la pieza en que se retrata a sí mismo como emperador romano en un busto de impecable factura. Otro alarde de humor y diseño es el escudo que representa a una cucaracha vista desde arriba. ¿Acaso se habrá imaginado a sí mismo despertándose un día como Gregorio Samsa, el personaje de Kafka?
“Su obra abreva, vampiriza y se alquimiza en el arte universal, desde Rosario se lo apropia en el sentido más posmoderno y más caníbal del término –escribió su amiga Xil Buffone, una de las personas que mejor lo conoció–. Y en esa operación transversal, el cosmopolita Baldemar –como el mejor Borges– pone al lenguaje en su condición de ficción humana: es útil, pero siempre es un artificio, un intento de atrapar la imagen que lo espeje”.