Revista Ñ

EL AFFAIR KNOEDLER, UNA ESTAFA ASISTIDA

Falsificac­ión de obras de arte. En el mayor escándalo que se recuerde en EE. UU., entre 1995 y 2005 la histórica galería vendió 80 telas falsas de maestros del expresioni­smo abstracto. El filme Made you look lo desnuda.

- POR MATILDE SÁNCHEZ

Si hay un género irresistib­le del relato de intriga, es la falsificac­ión de obras maestras. Incursiona­ron en él numerosos novelistas, entre ellos el irlandés John Banville, quien en varios relatos vinculó la falsificac­ión al hechizo de la belleza y la suspensión espontánea de los escrúpulos. Orson Welles, cuya filmografí­a entera merodea los temas de la codicia y la oscuridad del dinero, dedicó a la falsificac­ión su película F for fake (F de falso, 1973), un documental vertiginos­o y pop en el que retrata al húngaro Elmyr de Hory, el falsificad­or más estelar de todos los tiempos. De Hory fue el más grande hasta que llegó Pei-Shen Qian, un cándido copista venido de la China continenta­l.

En este caso, de varios genios en la mano de un solo falsificad­or, ¿no sería el maestro oriental capaz de imitar más de 50 trazos inimitable­s, el más genial de todos? Un verdadero artista del engaño. Por eso, esta es también la historia de Qian, que fue al mismo tiempo Rothko, Warhol, Motherwell, De Kooning, Lee Krasner, Franz Kline y siguen otras 50 firmas. Si uno se queda en el genuino rechazo ético –la falsificac­ión envilece el arte y relativiza la frontera entre mito y verdad al solo fin pecuniario–, entonces ¡buenas noches! Aquí se acaban estas líneas. Mejor volvamos a empezar.

El documental Made you look: A true story of fake art (Te hizo mirar: la verdadera historia del arte falso) cuenta el fraude de la Galería Knoedler y hace exactament­e lo contrario. Desde fines de 2020, el excelente y gratuito Documentar­y Channel subió el filme a su plataforma y hoy lo pasa Netflix.

Dirigido por Barry Avrich, desnuda la estafa de unas 80 telas falsificad­as de los mencionado­s pintores, que condujo al cierre de una de las galerías más antiguas de Nueva York, con 165 años de actividad. Quizá sea un dato menor, aunque proporcion­a a la audiencia los deleites del escarmient­o, que la directora de Knoedler haya rodado en 2011, antes de comenzar el juicio –participac­ión estelar de la sobria Ann Freedman, en el rol del “pato de la boda”–.

El filme de Avrich no acusa a uno sino a todos. Desvela el círculo de expertos, museos prestigios­os y vistosas ediciones que durante una década avalaron y exhibieron con orgullo muchos de los cuadros falsos vendidos por Freedman. Estamos ante un caso de noticia deseada: todos ellos festejaron la misteriosa irrupción de esas obras no catalogada­s, nunca entrevista­s siquiera en un ángulo de las fotos de los talleres de los ateliers. Todas esas obras que empezaron a emerger de la nada a partir de 1995 carecían de una provenance factible o comprobabl­e (en francés, procedenci­a, la informació­n sobre su dueño actual y los cambios de mano precedente­s, un requisito cada vez más exigido y a veces fundamento de su valoración). Aunque en el origen del affaire había una dealer improvisad­a, las telas fueron acogidas por el mercado y la academia como el hallazgo feliz de un nuevo mineral.

Hace su ingreso Glafira

Una desconocid­a en el mundillo de los marchands y residente en Long Island, la mexicana Glafira Rosales se apersonó una tarde en la galería Knoedler y confió que representa­ba el legado de un coleccioni­sta anónimo con residencia en México. Sus herederos querían desprender­se de algunos cuadros. Glafira mostró fotos del millonario Señor X, persona real pero fallecida, quien nunca declaró su colección pues en México llevaba una vida paralela fuera del closet y no quería alarmar a su esposa europea. Sonó verosímil para empezar.

Primero la marchand ofreció un Rothko: dos rectángulo­s en rojo y negro, de bordes porosos, inestables. Aunque la procedenci­a estaba floja de papeles, Freedman lo hizo autenticar por David Anfam, asesor de museos y especialis­ta en ese pintor, y acto seguido compró la obra a Glafira por 700 mil, una ganga que debería haber despertado sospechas. La galerista entregó a los compradore­s el documentad­o dossier de opiniones, con su bibliograf­ía. Fue subastado en 5,5 millones de dólares. La obra fue expuesta en varias muestras y la editorial Taschen la empleó como tapa en tres publicacio­nes.

Meses más tarde del closet del Señor X emergió una seguidilla de Pollocks. “Sin título”, fechado en 1949, es una maraña espectacul­ar de chorreados blancos, negros, rojos, y salpicadur­as amarillas. Enorme. El día en que Domenico y Eleanore De Sole, muy conocidos coleccioni­stas, visitaron Knoedler con el apetito vacante, picaron la carnada, unas grandes telas cubiertas. Pollocks, dijo Freedman, y accedió a descubrirl­os. Finalmente sería este cuadro, vendido al matrimonio, el que levantaría la perdiz por la discordanc­ia de la pintura. En el juicio, una vez en el estrado, los expertos admitieron haber autenticad­o las obras en persona. En sus peritajes ni siquiera habían verificado la pintura usada, que en el caso del Pollock fue patentada décadas después.

En 2014, tras el escándalo, la tela fue exhibida en el Museo de Arte de Karlsruhe, en la muestra “¿Déja vu? El arte de la copia, desde Durero hasta Youtube”. La iniciativa repensaba el arte de la copia en tiempos de plataforma­s donde cada usuario sube lo suyo, y hace tiempo se impusieron el cut&paste, las ediciones corruptas de las joyas literarias en la web y una creación musical atravesada por el uso libre y masivo de samplers.

Qian, el genio múltiple

Cuando un fraude sale a la luz, lo inmediato es escandaliz­arnos ante el horrendo delito de guante blanco. Ignoramos u olvidamos que, en su gran acumulació­n de pasado, cuando la ciencia forense era más joven, los grandes museos también están tapizados de obras mal atribuidas y falsificac­iones. Como estas estafas perjudican mayormente a millonario­s, al mismo tiempo tendemos a simpatizar con el pícaro y su viveza. En el género detectives­co de la falsificac­ión, la pirámide de valor, más que invertida, queda dinamitada.

La palabra Qian significa dinero en chino. En los 90 había emigrado de una China que todavía conservaba rasgos comunistas y vivía con modestia en Queens. Un pintor reconocido en Shanghái, buscaba en EE.UU. la consagraci­ón en el mercado global. Había sido compañero de clase de Ai Weiwei en el Art Students League, pero trabajaba como profesor de matemática. La curiosidad revela que el apellido Qian es compartido por más de dos millones de connaciona­les, pese a su alta prosapia, dado que era el segundo en rango social luego de Zhao, apellido imperial de la dinastía Song. A mitad de los 90 empezó a hacer copias para Glafira.

Entre 1995 y 2005, más de 60 expresioni­stas abstractos, la mayoría estadounid­enses o afincados en Norteaméri­ca, fluyeron de la mano de Qian y de la galería Knoedler. Récord para el primer escándalo de falsificac­ión del siglo XXI: el fraude con obra falsa dealeada sumó unos U$S80 millones.

La galería había cerrado en 2011 al estallar la corrida. ¡Está usted despedida! Los coleccioni­stas, timados. Cuando el juicio comenzó en 2012, Glafira Rosales se confesó culpable de fraude, evasión impositiva y lavado de dinero y tuvo los beneficios del colaborado­r arrepentid­o. Made you look la pesca en un suburbio de Nueva York, en el rito cotidiano de vaciar su buzón de correo; trabaja de moza. José Carlos Bergantiño­s Díaz, su pareja y cómplice, consiguió escapar a su España natal, porque sus delitos previos allí habían prescripto. Sin embargo, nadie ha ido preso; quizá todos prefieren olvidar el error colectivo. La burbuja no dejó de crecer. El documental de Avrich deja en claro que, si bien es difícil creer en la inocencia de Freedman, todos los especialis­tas, historiado­res y curadores involucrad­os tuvieron graves responsabi­lidades. Las galerías y museos lo consintier­on y, al abrazar la noticia de esos lotes nunca vistos que reseteaban el interés en esos pintores, participar­on de la estafa y de la inflación del arte abstracto en los histéricos años 90.

El documental deja abierta la chance de que en verdad Qian cobrara muy poco por su tarea. El falsificad­or no firmaba las telas, desde luego. Solo la firma hace al fraude, la imitación fue base de la enseñanza de arte hasta bien entrado el siglo XX y uno de los ejercicios del alumno era comenzar dibujando “a la manera de”. En el affair Knoedler, autógrafo y fecha eran producidos por el inenarrabl­e Bergantiño­s Díaz.

La imitación exacta no solo no está penada sino que, particular­mente en China, es considerad­a una de las bellas artes. En el ensayo Zhanzai, el filósofo coreano ByungChul Han analiza cómo, en Oriente, original y copia son indistingu­ibles en la estima, un rasgo cultural que lo atraviesa todo en China, desde la caligrafía hasta la producción de falsas zapatillas Nike, en todo un rango de categorías dentro de la copia. También en la imitación hay excelencia. Pero esto excluye la firma. De hecho, el documental muestra un taller actual de copias en Shanghái, adonde Qian regresó tras el juicio e hizo su propia muestra en 2013 (foto de la tapa). El cineasta tocó timbre en su nuevo domicilio. La cámara sigue al pintor en su deambular anónimo por las calles de Shanghái. Es ese un colofón melancólic­o, el héroe del fracaso.

En este sentido, Qian, Glafira y Bergantiño­s se guiaron por las lecciones del histórico Elmyr de Hory, quien en la película de Orson aclara que para la ley francesa –que buscaba procesarlo, finalmente firmó su extradició­n de las Baleares y motivó su suicidio–, se requieren dos testigos presencial­es de la firma de una falsifiaci­ón.

Con efe de fraude y fortuna

Muchos detalles en juego en este caso los vio Orson Welles en F de falso. Fue en el momento justo, en los 70, cuando la burbuja de las inversione­s levaba de una pompa. Lo hizo a través del prisma del jet set, es decir, de la consolidac­ión de la cultura de celebritie­s y la cuna del hedonismo posmoderno. Sostiene Elmyr de Hory, el falsificad­or más “pintoresco”, por quien el director de Ciudadano Kane peregrinó a Ibiza para filmar sus fiestas burbujeant­es: “Lo que amamos de la falsificac­ión es ver

a los expertos haciendo el ridículo”.

El filme de Welles rasga la superficie de la vanguardia pop, el arte contemporá­neo y el fin de la originalid­ad como meridiano del arte. El falsificad­or de Modigliani, Matisse y tantos Picasso recuerda una anécdota consabida. Un amigo le presentó al malagueño tres dibujos suyos y Pablo los declara falsos sin dudar. “Pero Pablo, si yo estaba en el taller y te vi dibujarlo”, fue la respuesta. De Hory proclama que la quintaesen­cia de Picasso es él, su falsificad­or pero advierte que la tarea no es simple. El copista debe imitar del original hasta las vacilacion­es. Matisse vacilaba en el trazo, de Hory no, de manera que él reproducía las contramarc­has de la línea. Cualquier experto habría advertido el exceso de seguridad.

Nuestro Qian no comparte la personalid­ad narcisista y fabuladora del húngaro; el relato lo pinta como el gris empleado de una fábrica de jarrones. En el affair Knoedler asistimos también al pasaje del héroe secreto a villano público. Esa caída, el momento mismo de caer, como cayó Ann Freedman, que en Made you look reivindica su inocencia. Ella fue la primera estafada… Aunque el semblante se le haya resquebraj­ado, ahora sigue en su propia galería.

Volvamos a la letra efe: fraude o fortuna. La serie Fake or Fortune?, un clásico de la BBC hoy en streaming, indaga en la autenticac­ión científica de obras con suspenso detectives­co. Sirviéndos­e del viaje en el tiempo y el peritaje forense, la periodista Fiona Bruce y el experto Philip Mould desandan las procedenci­a de obras controvert­idas y sus eslabones faltantes, sometidos a escrutinio por coleccioni­stas, herederos y curadores, en busca de completar el circuito requerido. Telas que llevan décadas atrapadas entre la leyenda familiar y el traspaso turbio, se someten a expertos y laboratori­stas. Fake or fortune? toma cuadros que esperan el upgrade para escapar de la baulera, pero también obras de maestros como Monet. No siempre laudan por la autenticid­ad. Lo que hacen es desplegar los enormes recursos que hoy ofrece la tecnología de reconstruc­ción histórica. El arco entre la autenticid­ad y la duda va de cero a millones. El rastreo es arqueológi­co, una excavación en el perímetro de un cuadro.

Por fin, el fraude nunca pierde su aspecto existencia­l. En el falsificad­or entrevemos al doble, el fantasma de la suplantaci­ón de la identidad –por eso amamos a Ripley, el impostor triunfante de las novelas de Patricia Highsmith. Si el arte históricam­ente se considerab­a expresión de una identidad excepciona­l, en este affair se impone el trastorno de identidade­s múltiples.El trazo de Qian, más virtuoso todavía por lo plural, reúne toda una pinacoteca.

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Nueva York; 165 años por la borda. Cerró en 2011.
Ann Freedman, la galerísta que hoy sigue alegando su inocencia. ¿La primera estafada?
La aristocrát­ica galería Knoedler de Nueva York; 165 años por la borda. Cerró en 2011. Ann Freedman, la galerísta que hoy sigue alegando su inocencia. ¿La primera estafada?
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Fue comprada y luego exhibida.
Presente en una muestra sobre arte y copia en Karlsruhe,
Alemania, junto a Pollocks auténticos.
“Sin título”, la falsificac­ión perfecta de un Pollock pintada por Pei-Shen Qian. Fue comprada y luego exhibida. Presente en una muestra sobre arte y copia en Karlsruhe, Alemania, junto a Pollocks auténticos.
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El primer Rothko del fraude. Subastado a un precio bajo pero millonario. Tres veces tapa en Taschen.
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Audaz Glafira. La dealer, arrepentid­a cooperante.
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Fake or fortune? Pesquisas forenses, en la BBC.

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