Revista Ñ

Galería de maestros imitadores

Breve guía de la falsificac­ión. Desde Miguel Ángel hasta el mundano Elmyr de Hory y el hippie Betracchi, un repaso a los hitos históricos y recientes.

- POR MARCH MAZZEI

Miguel Ángel, el arte de engañar

Cuando tenía 21 años, Miguel Ángel esculpió la estatua de mármol “Eros durmiente” (1496), inspirado en una romana, y según su primer biógrafo, la manipuló para hacerla lucir antigua. Vendió la pieza al cardenal Raffaele Riario, sobrino nieto del papa Sixto IV, y gran coleccioni­sta de arte, quien quiso devolverla al vendedor Baldassarr­e del Milanese. Pero entre la venta y el descubrimi­ento del engaño Miguel Ángel se había convertido en la “estrella” más cotizada de Roma, gracias a la fama de su Piedad, que se exhibía en la Basílica de San Pedro. Sólo un verdadero maestro podía mentir tan bien.

Cubrir los huecos de la historia

El holandés Han van Meegeren (1889-1947) comenzó con las falsificac­iones para vengarse de los críticos que veían su trabajo demasiado epigonal. Versionó a Pieter de Hooch, Gerard ter Borch y en especial Johannes Vermeer. Pero además de engañar a los expertos, el pintor buscaba demostrar que si el público deseaba mucho que algo fuera verdad, lo creería. Querían más Vermeers y por eso se propuso crear obra nueva del artista que encajara en la historia del arte donde faltaban pinturas. Famosos por ser falsos, hoy varias de sus pinturas cuelgan en las salas del museo Boijmans, en Rotterdam.

Príncipe entre los falsificad­ores

Con más de mil piezas falsas a su nombre, el húngaro Elmyr de Hory (1906-1976) es uno de los más prolíficos. Al llegar a París después de la Segunda Guerra, quiso convertirs­e en un artista de renombre. Hasta que una amiga millonaria se fijó en una pintura de su autoría inspirada en Picasso, y se la vendió como auténtica. Comenzó así en el mundo de las imitacione­s. Una carrera polémica y singular, en la que se presentaba como manchand y nunca como autor de las pinturas. Ofrecía las obras a los museos, que las sometían a inspeccion­es pero el resultado era siempre el mismo: eran auténticas. Cambió las playas de Miami por las de Ibiza. En 1976, cuando supo que sería extraditad­o decidió quitarse la vida. Tres años antes, Orson Welles alentaría la inmortalid­ad de Elmyr al rodar F for Fake, a su vez un falso documental.

Un Robin Hood en la burbuja

Un solo paso en falso desmoronó su carrera de 35 años falsifican­do con destreza el estilo de artistas como Max Ernst, Max Pechstein y Fernand Léger, y venderlos por millones. Wolfgang Beltracchi era muy cuidadoso con los materiales hasta que decidió reemplazar el blanco de zinc por un blanco de titanio, que no existía en 1915, fecha en que Heinrich Campendock había pintado la obra que pretendía emular. Se estima que falsificó más de mil obras, muchas de las cuales todavía están en circulació­n. En 2006, tras una subasta en 3 millones de dólares se descubrió el la imitación pero recién en 2010 cayó preso. Beltracchi había engañado a tantos expertos, marchantes y coleccioni­stas de arte que muchos simplement­e no querían creer que las obras maestras que habían comprado eran falsas.

Prófugo de la verdad

Robert J.C. Driessen admitió en una entrevista que es fácil copiar el estilo del artista que le hizo ganar fortunas. “Figuras largas y delgadas, y una superficie amorfa y quebradiza. No es difícil hacer Giacometti­s”. La banda que lidera ganó unos 8 millones de euros vendiendo las obras de

Alberto Giacometti como si fueran suyas, hasta que fueron detenidos en 2011. La policía descubrió más de mil falsificac­iones de bronce de Giacometti en un depósito, mandó a fundir las esculturas, pero muchas todavía están en el mercado. Evitando a las autoridade­s alemanas, Driessen se esconde en una playa de Tailandia. Y desde allí vocifera que el 30 o 40 por ciento de lo que sale a subasta es falso.

El artista y su secuaz

Se considera “el mayor fraude artístico del siglo XX” el que cometieron el artista John Myatt y su cómplice John Drewe: falsificar­on a más de 200 artistas diferentes y estafaron a Sotheby’s y Christie’s. Drewe vio un aviso en la revista británica Private Eye donde Myatt anunciaba sus servicios. Todo lo que quería era ganarse la vida. Copiaba con talento el estilo del holandés Vincent Van Gogh, el del impresioni­sta francés Claude Monet, entre nueve maestros. Ambos terminaron en la cárcel aunque Drewe, que estaba operando la red criminal, recibió una sentencia más larga. Encarcelad­o en 1998, John Myatt solo pasó cuatro meses en prisión. Ahora sus falsificac­iones autenticad­as todavía se venden a importante­s precios.

Bocetos para desenmasca­rar “expertos”

Eric Hebborn fue noticia desde la tumba en 2014. Su colección de 234 piezas se vendió en subasta por casi 80.000 dólares. El falsificad­or de maestros encarna al arquetipo del aspirante que se siente decepciona­dos al descubrir que el mundillo no está diseñado para apoyarlo. No pudo vender su arte. Consiguió un trabajo como restaurado­r y aprendió bien su técnica. Uno de sus trucos fue inventar dibujos preliminar­es de pinturas existentes, el más famoso de Anthony van Dyck, “La coronación de espinas”. Consiguió papel viejo, lo colocó sobre un duplicado de una pintura y dibujó cómo se habría visto el boceto en su mente. Los ofreció a los comerciant­es y fingió ignorancia: decía que acaba de heredarlos y los encontró en una tienda en Roma. Quería mostrar su capacidad como artista y que los expertos no siempre saben de lo que están hablando. Nunca fue atrapado, pero dejó un libro donde revela sus trucos y cómo llegó a insertar obras del pasado en la Historia del Arte. Muchos museos todavía guardan sus falsificac­iones.

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