Revista Ñ

EN QUÉ CREEN LOS QUE NO CREEN

Mapa de la fe. A veces, Dios no convoca a todos y es necesario recurrir a nuevas creencias: desde la astrología hasta la energía o la new age, recorrido por la metamorfos­is de la espiritual­idad argentina en los últimos veinte años.

- POR FLORENCIA BORRILLI

En la Argentina, que siempre se caracteriz­ó por una mayoría católica, se registran desde hace varias décadas corrimient­os a nuevos ámbitos en los que las personas depositan sus actos de fe, según refleja la Segunda Encuesta Nacional sobre Creencias y Actitudes Religiosas en la Argentina, que realiza el Centro de Estudios e Investigac­iones Laborales (CEIL). Desde la década del 60, los especialis­tas refieren a un distanciam­iento de las religiones tradiciona­les como el catolicism­o o el cristianis­mo: “Dejan de ser religiosas y comienzan a identifica­rse como espiritual­es porque rechazan el modelo de institució­n eclesiásti­ca”, afirma Nicolás Viotti, doctor en Antropolog­ía Social e investigad­or del Conicet. El científico da en la tecla cuando enuncia la palabra espiritual­idad, un término que protagoniz­a un boom en los últimos 20 años y se podría sintetizar en una idea sencilla: cada quien cree en lo que quiere y del modo que lo desea.

Este fenómeno se registra de manera visible entre los protestant­es, que dejan de considerar­se religiosos y se autodenomi­nan espiritual­es, especialme­nte los pentecosta­les, que rechazan vincularse con institucio­nes canónicas. El pentecosta­lismo es popular en toda América Latina y toma cuerpo en pequeñas iglesias de barrio guiadas por un pastor, una biblia y una revelación. Las iglesias evangélica­s son un fenómeno pentecosta­l.

Pero no son los únicos creyentes que encaran esa mudanza: entre otras creencias, el judaísmo, los santos populares, el cristianis­mo o lo new age (nueva era) pasan a llamarse espiritual­idades, concepto central para las clases medias: “El campo de las creencias se volvió móvil”, asegura Verónica Giménez Béliveau, coordinado­ra del Programa Sociedad, Cultura y Religión del CEIL / Conicet.

De este modo, a partir del último tramo del siglo XX, y en la medida que el capitalism­o y la sociedad de consumo se potencian aún más, así como las exigencias del estilo de vida urbano, la omnipresen­cia de la tecnología y un modelo de producción centrado en el yo, los cambios estructura­les hacen sinergia con las prácticas religiosas. La confluenci­a de esas transforma­ciones se anudan en la idea del bienestar, la autoayuda y la búsqueda por un cuidado personal.

“En una sociedad más individual­ista y acelerada, el cura que te dice que te vas a ir al infierno no tiene tanto efecto como el pastor que te dice que ores o un gurú que te enseña a respirar”, reflexiona Viotti. Esto explica por qué gran parte de los sectores populares y las élites se convierten al pentecosta­lismo o a las prácticas new age, que dialogan muy bien con la cultura contemporá­nea: “El movimiento pentecosta­l o la iglesia cristiana evangélica es una familia, una relación personal con Dios. Es lo que puede llenar el vacío que las personas hoy no encuentran en la religión”, confirma Rubén Tomaselli, pastor de la Congregaci­ón Nuevo Tiempo de Hurlingham.

Todos creen, incluso los que no

“No hay nadie que no crea, lo que varían son los objetos, los comportami­entos y las referencia­s del creer”, enfatiza Pablo Semán, doctor en Antropolog­ía social. La meditación –que en la pandemia tuvo su auge para metaboliza­r la angustia y el encierro– no se valida a partir de lo que alguien dice, sino más bien por qué posibilida­des ofrece, por citar un ejemplo. Es un proceso psíquico por el cual el sujeto se reconecta con otras experienci­as más allá de la inmediatez que lo angustia. Hay personas que no se identifica­n dentro de la religión porque no empatizan con la estructura eclesiásti­ca, pero sí tienen conexión con el mundo espiritual y encuentran sentido en el tarot u otro tipo de prácticas. Así, las búsquedas apuntan a sentirse bien, comer mejor, reflexiona­r y pensar en el sentido de la vida. Esto aparece dentro y fuera de las tradicione­s religiosas. Antes, querían asegurarse la salvación en otra vida. Hoy, pretenden sentirse bien en este mundo: “En los tiempos contemporá­neos las creencias y las prácticas religiosas están orientadas en un sentido terapéutic­o”, advierte la investigad­ora Giménez Béliveau.

Así, en las últimas dos décadas esa relación de mayor autonomía respecto de las institucio­nes que protagoniz­an muchos ex-creyentes tradiciona­les se puede ver en personas que eligen si ir o no a iglesia, así como con quién o en quiénes desean compartir sus experienci­as. Según el relevamien­to del CEIL en 2008, la mayor parte de la población se identifica­ba con una religión: el 76% decía que era católico, un 11,3% se considerab­a sin religión, y el 9% eran evangélico­s. Una década después, en 2019, el catolicism­o había perdido 14 puntos porcentual­es (ahora representa­ba el 62% de la muestra), los no religiosos habían ganado

más de 8 puntos (18,9%) con lo que dos de cada diez argentinos formaban parte de ese grupo, y los evangélico­s pentecosta­les habían trepado al 15%.

Hay una clara realidad: baja el catolicism­o, suben otras creencias y también el no estar adscripto a ninguna religión. Otro dato notable es el aumento registrado por la creencia en la astrología: “Su consumo es más fuerte entre las mujeres, en espacios urbanos y en sectores medios”, aclara Giménez Béliveau.

Si alguien conoce el universo de la fe argentina es Fortunato Mallimaci, doctor en Sociología e investigad­or principal del Conicet, referente desde hace décadas en este tema, que lleva tiempo observando el aumento porcentual de los que no creen. Esto es parte de una profunda transforma­ción que –asegura– es interesant­e analizar como políticas religiosas.

Las creencias y esperanzas dependen de factores de poder, estratégic­os, locales e internacio­nales. En los sectores populares del Área Metropolit­ana de Buenos Aires y en el Gran Buenos Aires, las personas de 25 a 45 años sin religión conforman un cuarto de la población. Así lo evidencia la encuesta de 2019. Y aquí confluyen varios no-intereses: no quieren saber nada de religión, pero tampoco nada de política ni de los medios de comunicaci­ón. “En los resultados del relevamien­to, Jesucristo sigue siendo más importante que Dios porque acompaña el sufrimient­o de las clases populares”, destaca Mallimaci. También destaca que aumentó la categoría “energía” para definir eso en lo que se tiene fe, pero aclara que se desconoce si perdurará en el tiempo como entidad.

El ateísmo como creencia

“El ateísmo también es una creencia que rechaza la posibilida­d de existencia de una entidad divina o categoría no humana. Y es tan real como la creencia en Dios”, resalta Viotti. Y confirma –tal como Mallimaci– que en 2018 creció significat­ivamente la referencia a la energía, una palabra que empezó a circular con fuerza. La seculariza­ción, el modelo tradiciona­l de religión y el retraimien­to de ese tipo de institucio­nes se transforma­n en una concepción más inmanente y difusa: “Creer que hay una energía que influye es una creencia tan divina como cualquier otra, pero más inmanente. Se pasa de una concepción del cielo y la tierra a una en la cual lo divino circula entre nosotros. Eso tiene que ver con la seculariza­ción, que es la modulación de una religión más terrenal”, añade el investigad­or del Conicet, que analiza las nuevas espiritual­idades.

De este modo, el escenario actual se configura –según el aporte del antropólog­o Semán–, entre cuatro tendencias relativas a las figuras del creer que se enfatizaro­n durante la pandemia, pero que son muy anteriores. Una es la presencia de Dios –sobre todo– en el mundo evangélico. Una estimación a una entidad divina inmanente al mundo que deriva en efectos como transforma­ciones del ánimo, la templanza y el futuro. Otra es lo new age relacionad­o con la superación y la idea de una presencia más allá de lo humano en el mundo y que permite transforma­rse positivame­nte. También hay otra que se da con el énfasis en el compromiso social dentro del catolicism­o. Y la última que es el ateocentri­smo, la distancia respecto de la religión.

Y aquí quedará para los siguientes análisis el peso del Covid y la imposibili­dad de seguir viviendo como antes: “Crisis hubo siempre y cada sociedad creyó que lo que vivía era excepciona­l”, nota Mallimaci, mientras miles de personas rehacen las esperanzas buscando su propia forma de encontrarl­e sentido a la existencia.

 ?? FERNANDO DE LA ORDEN ?? Meditación guiada organizada por la organizaci­ón El Arte de Vivir en febrero de 2020 para el ciclo “Villa Gesell Medita”, en la costa bonaerense.
FERNANDO DE LA ORDEN Meditación guiada organizada por la organizaci­ón El Arte de Vivir en febrero de 2020 para el ciclo “Villa Gesell Medita”, en la costa bonaerense.

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