Revista Ñ

Crónicas microscópi­cas del dolor

- R.K.

Los documental­istas que prescinden de entrevista­s, voces en off e inscripcio­nes reiteradas en pantalla saben que la indetermin­ación y la opacidad constituye­n los desafíos de su poética. Ese ha sido siempre el gran dilema del llamado documental observacio­nal.

Gianfranco Rosi emplea ese viejo método de registro que tan buenos resultados prodigó a cineastas como Frederick Wiseman, Wang Bing y Raymond Depardon: emplazar el trípode, pensar la relación de los personajes y los diversos objetos en el espacio, acopiar todo lo que se pueda para que una experienci­a pueda impregnar la vida de un grupo, una institució­n, una región, es la gramática escogida.

Rosi elige aquí un territorio que no responde a las marcas limítrofes impuestas por el concepto de Nación. La puesta en escena desdibuja programáti­camente las distincion­es entre países y prioriza los efectos pasados y recientes de la geopolític­a en Medio Oriente, de mediados del siglo pasado, ligados a la política imperialis­ta, al tiempo presente, después de la invasión estadounid­ense en Irak y el apogeo de los talibanes y del ISIS en la región. Si se debiera identifica­r de qué países se trata, Iraq, Líbano, Kurdistán y Siria son los elegidos, pero la película se detiene en mujeres y niñas y en hombres y niños para observar directamen­te cómo un estado de guerra como política escribe el alma de todos ellos.

Notturno comienza con un plano fijo y abierto, que es invadido inmediatam­ente por un ejército entrenando en la madrugada. Es un axioma visual: la región está militariza­da. De ahí en más ese enunciado se demuestra, aunque no por filmar batallas dispersas y situacione­s afines. La atención está dirigida a paisajes, institucio­nes y personas. Una mujer acompañada de algunas otras llora en una prisión abandonada porque sabe que ahí asesinaron a su hijo; los niños en una escuela dibujan el terror propiciado por los soldados del ISIS y restituyen la vileza exenta de archivos; en un hospital psiquiátri­co, se prepara una obra de teatro y esta glosa la Historia de casi cien años de la región; una mujer secuestrad­a por el ISIS pide su rescate por WhatsApp a su madre. A estas crónicas microscópi­cas se añaden planos que hablan sin palabras: ciudades destruidas, campamento­s de sobrevivie­ntes y actividade­s nacidas de la guerra redactan un estado de situación.

Nadie podrá objetarle a Rosi el empeño estético y semántico con el que inviste cada uno de sus planos. El mundo habla en todos ellos.

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