Revista Ñ

“EL HORROR FUE CUBIERTO CON CAPAS SONORAS”

Música y dictadura. En Satisfacti­on en la ESMA, su nuevo libro, Abel Gilbert traza el vínculo oculto entre el Estadio Obras y la Escuela de la Armada, ubicados a siete cuadras de distancia.

- POR NICOLÁS PICHERSKY

Que Abel Gilbert haya compuesto una ópera, liderado uno de los conjuntos más singulares en experiment­ación de los últimos años como Factor Burzaco (que tambalea entre Frank Zappa, King Crimson y el lirismo dodecafóni­co) y además sea docente y Doctor en Comunicaci­ón no debería amedrentar. Sus ensayos van desde lo político (como el revelador Cuba de vuelta. El presente y el futuro de los hijos de la Revolución) a lo musical, como el recién reeditado Piazzolla el malentendi­do, junto a Diego Fischerman. Ese recorrido desemboca en un nuevo libro de ¿música? Luego de leerlo, Satisfacti­on en la ESMA nos hace preguntarn­os dos cuestiones muy ricas: ¿este es un ensayo, que por su objeto de estudio y conclusion­es, debería colocarse en una batea más general que la de los libros de música o, por el contrario, deberíamos empezar a pensar los libros de música como una manera amplia de ver (de oír) toda la cultura?

Ñ conversó por teléfono con el autor para desentraña­r y ampliar aún más las caras, personajes y sonidos de una época, los 70, a la que siempre es fundamenta­l volver. –Este es un libro en el que, a pesar de ser un ensayo, aparece tu voz. Ni más ni menos que la “voz” en un libro sobre trata de políticas del sonido: sucesos que viviste en la dictadura y tu propia experienci­a.

–Algo de eso hay, por el propio entrevero de ensayo y memoria, en el sentido doble. Quise recomponer mi propia escucha, en un cruce de la biografía de mis afinidades electivas, mi educación sentimenta­l bajo el terror, y a la vez, el recuerdo crítico de mi propia experienci­a como adolescent­e y joven en un entorno, si se quiere, politizado.

–La idea que guía el libro es la de una presencia invisible, “muda” . Física, en la distancia entre la ESMA donde se torturaba y Obras, el nuevo templo del rock; y temporal, cuando al mismo tiempo que se realizaba el festival PrimaRock se secuestrab­an personas de 18 años.

–El horror fue cubierto con capas sonoras y discursiva­s pero al mismo tiempo la dictadura constituyó en líneas generales un “régimen de escucha” que dañó los sentidos, orientó la audición, determinó comportami­entos que se naturaliza­ron. La contigüida­d territoria­l entre el “homo sacer”, aquel que puede ser eliminado, y el “homo musicus”, el melómano guiado por un placer desinteres­ado, es perturbado­ra. ESMA: Avenida del Libertador 8151. Obras: Avenida del Libertador 7395. Unos 700 metros de separacio n. Y la mu sica, que es el medio, en el medio. Nuestro agujero negro. Ese fue el poder del campo fronteras afuera. Y el campo estaba en todas partes, irradiaba su efecto. Hay una escena muy interesant­e durante el concierto de La solidarida­d Latinoamer­icana para la gesta de Malvinas en el que Spinetta le pide al público que abandone el lugar pacíficame­nte “como hemos aprendido”. ¿Ironía? ¿Fallido? No importa. El estado de excepción fue también perceptual. Eso es lo que queda completame­nte claro de esos años.

–¿Hubo, con las película pro-militares de Palito Ortega o con el acercamien­to entre Videla y el compositor Alberto Ginastera, el intento deliberado de la dictadura de crear una cultura oficial musical, tanto clásica como popular? –En 1980, la dictadura se creía eterna, por eso Galtieri dice aquello de que “las urnas están bien guardadas”. En ese año, cuando Videla prepara la transición, se verifican intentos de crear una música claramente “afirmativa”, en especial en el ámbito de la tradición escrita, lo que llamamos música clásica. Por eso una obra de Ginastera, “Iubilum” (“Júbilo”, en latín, un significad­o muy sugerente en medio del horror) puede coincidir con la versión del “Himno a la alegría” por Palito Ortega y una banda de uniformado­s en “¡Qué linda es mi familia!”. Pero esa tentativa, amorfa, no completame­nte programáti­ca del gobierno de facto, se va a pique inmediatam­ente.

–Dos ídolos musicales aparecen en el libro: con Charly García tenemos una canción emblema de la alegoría de la dictadura como “Canción de Alicia” y a la que le dedicás un capítulo entero ¿Pensás que es “la canción” conciencia del estado terrorista? Y de Spinetta resaltás cuando, antes de interpreta­r “Aguila

de trueno” (“Estaqueado de pies y manos / Y este cuero / Ya se acorta / Pero no mi fe…”) pide no ser leído en clave polìtica. ¿Es superviven­cia o hartazgo de la polisemia en clave política y de protesta?

–La “Alicia” de Charly es una muy buena canción, importante, pero que nos hace saltar a la vista un problema que la excede: está casi sola en lo que podríamos llamar “canciones sobre el horror”. Y, además, fue compuesta mayoritari­amente antes del golpe. Me parece más fuerte el nombre de Alicia en sí, por Alice Domon, la monja francesa desapareci­da y por el nombre del personaje de La historia oficial, entre varias Alicias. Con respecto a Spinetta y lo que sucede en ese recital, creo que hay que pensar en las condicione­s perceptual­es de 1977 y en la capacidad de los receptores de expandir los sentidos con una frase que pendula entre el sermón y quizá, la ironía. Yo creo que hay algo de inconscien­cia: y no lo reprocho. Pero finalmente está la canción, con una fuerza que ningún paratexto puede inhibir.

–Todo lo relativo a la tortura con sonido que describe el libro es espeluznan­te y revelador: tanto las canciones usadas o el ruido del juego de ping-pong con el que se distendían los torturador­es y que sirivió para que las víctimas den cuenta de escenas, ¿todo esto ya estaba en el Nunca Más?

–La informació­n estaba en los expediente­s, a la vista, y también en el Nunca Más. Pero otra cosa muy diferente es organizar un corpus, encontrar continuida­des, juntar lo que está disperso y desatendid­o. Por eso, en su acumulació­n irrumpe la potencia. La ESMA fue una suerte de proto Guantánamo (desde 2008 que sabemos sobre el uso de canciones como forma habitual de tortura en la base militar) esporádica, circunstan­cial, pero en sintonía con los manuales de tortura que se escribiero­n durante la Guerra Fría, y cuyas prácticas se verifican en Grecia, Chile, el conflicto irlandés y, claro, la Argentina.

–Hoy se discute mucho la “querella estéticopo­lítico” como vos la enunciás en el libro. Algo que también incluye la cultura de la cancelació­n. ¿Tenés alguna reflexión sobre esto?

–No me atrevería a generaliza­r y sentar “doctrina”. En lo personal, el interrogan­te saltó a la vista: ¿podemos compartir gustos con asesinos y canallas? ¿Hablamos, finalmente, de la misma obra aunque tenga el mismo nombre? Es evidente que leer a Celine no es, en un plano, lo mismo que escuchar “hoy” a Michael Jackson. Cada uno debe sacar sus conclusion­es y ver qué tipo de relaciones establece con un objeto y su creador. Es un tema resbaladiz­o.

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El Festival de la Solidarida­d se hizo en Estadio Obras el 16 de mayo de 1982 y fueron 70.000 personas.

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