LAS TENSIONES DE LA MEMORIA
45 años del Golpe. La socióloga argentina Elizabeth Jelín y el historiador español Ricard Vinyes analizan en su último libro las formas institucionales y personales de recordar el horror y revisan la idea de reconciliación.
En distintos escenarios, el debate sobre la memoria adquiere nuevas formas de encararse, de revisar el pasado, de tomar en cuenta las tragedias recientes: tanto las masivas como aquellas que afectan a un número pequeño de personas. Recordar alivia y también renueva el dolor. En pocos días, se cumplirán 45 años del Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 y de la enorme tragedia de los desaparecidos que dejó esa dictadura conducida por las juntas militares. Año tras año, se recuerda el Día Nacional por la Memoria, la Verdad y la Justicia. Al igual que el año pasado y a causa de la pandemia, este 24 tampoco habrá marchas ni manifestaciones en recuerdo y repudio de este hecho. La discusión sobre la memoria trasciende esta tragedia, recorre el cono Sur, cruza a Europa, encuentra las fosas franquistas y vuelve a América del Norte donde se padecen distintas violencias y persecuciones, desde las raciales en Estados Unidos al horror del narco en México. La socióloga argentina Elizabeth Jelín y el historiador español Ricard Vinyes son autores de un libro que concreta un diálogo entre América y Europa titulado Cómo será el pasado: Una conversación sobre el giro memorial. Vía zoom, se refieren a la importancia de esta conversación casi global y, concretamente, del “giro memorial”.
“La importancia de los diálogos transatlánticos es una relación muy jerárquica y desigual, en la que nosotros desde el sur leemos, estudiamos, aprovechamos lo que producen, pero sin reciprocidad de los colegas del norte”, aclara Jelín antes de arrancar el diálogo y agrega: “Por eso, este trabajo tiene que ver con tratar de establecer una reciprocidad horizontal”.
–¿Creen ustedes que hay un escenario donde es posible que una política de memoria satisfaga a la mayoría de la población en países como la Argentina o España por ejemplo? Vinyes: –Pero cuando hablamos de políticas públicas, sea el Estado nacional o un municipio, por supuesto que no contenta a todos, ni debería hacerlo. Por otra parte, se da la circunstancia de que el tema que definimos como memoria es tremendamente sensible. Alguien puede cerrar un ambulatorio médico en un barrio y se quejarán dos enfermeras, dos médicas y un puñado de vecinos. En cambio, alguien pisa una bandera o quema un símbolo y estalla una multitud.
Jelín: –Debe haber libertades para que cada grupo haga lo que siente, dentro de los límites de una democracia y sin agresividad. De manera que ahí hay un límite. Como decía Ricard, los temas son muy sensibles y atañen fuertes sentimientos y afectos. Una de las cuestiones importantes en lo que respecta a las políticas públicas es poder abrir espacios para diálogos ciudadanos, donde distintos grupos se puedan expresar. –¿Qué pasa cuando surgen políticas e iniciativas que vuelven a la necesidad imperativa de recordar?
Vinyes: –Hay un problema para las políticas públicas que nacen en Europa y se expanden que es la concepción de la memoria como un deber. Se ha demostrado que el deber de la memoria es un fracaso. Esto ocurre particularmente en Francia. Allí, aparecen cuestiones asfixiantes sobre lo que está permitido decir y lo que no (una de las cuatro leyes memoriales francesa prohíbe la negación del Holocausto), y eso expresa un fracaso porque una ley de memoria siempre es una ley de prohibición. Si dices algo contrario a eso, tienes una penalización. Y sin embargo el negacionismo sigue existiendo. En España, hay ideas que son abominables, por lo tanto no son respetables. Pero, si estamos en un Estado democrático, este debería ser, por definición, garantista, ya que el derecho civil genera el deber de proteger a todo ciudadano para que pueda expresar sus relatos.
Jelín: –El deber de memoria, visto desde el lado de una política pública, es necesariamente autoritario, sino totalitario, porque lo que está haciendo es acallando, silenciando, censurando, prohibiendo otras voces. Me parece que, en la medida en que estamos yendo hacia una democracia más plena, la garantía de que esas voces puedan primero ser dichas y después también ser escuchadas, me parece que es una garantía fundamental.
–A veces, ese imperativo de recordar toca situaciones muy íntimas...
Jelín: –Yo he escrito algo que tenemos también que reconocer: el derecho al silencio. Y esto lo vengo pensando especialmente desde el lado de las vejaciones sexuales a mujeres en la dictadura argentina, en otras dictaduras y en situaciones de guerra. Se pide que las mujeres hablen y cuenten lo que les pasó y hay un imperativo –que no es legal, pero sí social– de que hay que contar. Y yo rescato la posibilidad o la necesidad que tienen las víctimas de poder recomponer su intimidad y recomponer su persona de la manera que cada quien sienta en cada momento que lo puede hacer. Ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), hubo denuncias de vejaciones sexuales, que pasaron de largo junto con las de tortura. Años después, el clima social, político e internacional en relación con los derechos de las mujeres cambió significativamente. Para mi, hay un hito que tiene que ver con la Conferencia Mundial de Derechos Humanos se celebró en Viena en el año 1993, donde se abrió un
espacio para que las mujeres de los Balcanes contaran qué les había pasado con lo que comenzó un movimiento que reconoce a la violación diferenciada de la tortura. Pero nadie las puede obligar a hablar. O sea, no puede haber un deber de contar. –Respecto de lo que dejó el franquismo en España, se ve que, desde hace tiempo, se habla de las fosas comunes y de los restos hallados, pero es dificultosa la tarea de identificación y reconocimiento de esos desaparecidos. Vinyes: –Claro, una fosa siempre implica un cuerpo. Otra cosa es poder reconocerlo, ponerle nombre y apellido. Ese es otro tema. Pero en cuanto a las fosas, desde la mañana siguiente de la victoria franquista, el conocimiento de lo que sucedía era absoluto. A lo largo de todo el franquismo, se habían producido clandestinamente aperturas de fosas por parte de familiares, ayudados por amigos o por quien fuera, para recuperar el cuerpo del fusilado y enterrarlo. Luego, cuando se recupera la democracia institucionalizada y hablamos del derecho de restitución, ahí es donde comienzan a fallar las cosas porque había un enorme miedo a que las nuevas mayorías políticas fracasaran precisamente por hacer cosas que se consideran vejatorias para quienes mataron y para quienes enterraron. Es decir, el mensaje parecía ser ‘lo único que tienes que recordar es que no puedes recordar nada, porque si recuerdas, habrá un estallido social’. Paralelamente, el Estado despliega de una manera impresionante toda una simbología de la reconciliación. La reconciliación en los años 80, la reconciliación pasó de ser un proyecto político a convertirse en una ideología. Así, no abrir las fosas fue un error político tremendo de los gobiernos españoles. Por otra parte, el movimiento memorial en España se ha centrado muchísimo en la apertura de fosas: primero, por mimetismo con la Argentina y el cono sur; y segundo, porque un hueso, una persona y un nombre es algo muy tangible. –¿Hubo un momento en que se temió en España cierto paralelismo con el caso argentino con respecto a la reconciliación?
Jelín: –Es interesante lo que dice Ricard y el rol de algunas palabras, como reconciliación. ¿Qué quiere decir reconciliar? ¿Es necesario reconciliar? Yo creo que el caso español de políticas de reconciliación nos muestra lo errado que puede ser el camino porque no hay una reconciliación neutra, en todo caso, son tipos especiales de reconciliación. Hannah Arendt decía que no se puede perdonar aquello que no se puede castigar. Es decir, hay una relación de poder: ¿quién pide perdón?, ¿hubo algún perpetrador que pidiera perdón?, ¿dónde? Quisiera que me lo muestren porque no lo encontramos tan a menudo. En cambio, se pide reconciliación sin perdón previo. Y esto genera grandes dificultades porque, si estamos en sociedades plurales, por ahí no hay que reconciliarse. Se puede vivir, convivir con diversidad y con pluralidad sin necesariamente sentarse a tomar un vino juntos, o caminando en un desfile uno al lado del otro. Por otra parte, otro tema que me importa y que tiene que ver con las fosas y los cuerpos es el caso de México. En la Argentina, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) y su desarrollo de técnicas especiales fue pionero en el mundo, de tal manera que esos profesionales están enseñando cómo se hacen estas cosas en muchos lugares del mundo, desde Camboya hasta El Salvador o Guatemala. Entonces, tenemos que detenernos en qué quiere decir exactamente abrir fosas, quién lo hace y cómo lo hace. Y por eso veo el vínculo con México, porque hay un contraste muy grande entre el tipo de apertura de fosas que se hace en la Argentina, con la intervención formal de una institución judicial, y lo que sucede en México, donde se va con una palita, como se fue en España durante mucho tiempo, a partir de iniciativas privadas, personales o familiares. Ese es el amplio espectro en el que nos movemos: entre el caso argentino, que sería el caso extremo donde nadie es capaz de abrir una fosa si no hay una orden judicial para hacerlo y toda nuestra historia que es una historia de órdenes judiciales, y estos otros casos más informales y personales. Entonces, en el caso de México, donde hay tantas fosas clandestinas de muertes y de asesinatos actuales, este tipo de procedimientos quedan en manos de las personas mientras que el Estado no hace nada, absolutamente nada. Así, la gente queda desprotegida frente a una necesidad humana que tiene que ver con temas culturales determinantes, como es la recuperación de los cuerpos.