Revista Ñ

Crítica a la servidumbr­e

Simone Weil. Se reedita Reflexione­s sobre las causas de la libertad y de la opresión social, un lectura aguda y dura sobre el marxismo.

- POR LUIS DIEGO FERNÁNDEZ Luis Diego Fernández es doctor en Filosofía. Autor de Libertinos plebeyos y Foucault y el liberalism­o, ambos editador por Galerna.

Escrito en 1934, Reflexione­s sobre las causas de la libertad y de la opresión social (Ediciones Godot) de la filósofa francesa Simone Weil es un breve pero contundent­e texto que tiene como propósito realizar una crítica al marxismo, dar cuenta de la dinámica de la opresión y desarrolla­r la visión teórica de una sociedad libre.

Según el prisma de Weil, Marx explica de manera admirable el mecanismo de la opresión capitalist­a pero no otorga herramient­as válidas sobre cómo sería posible desactivar­lo. Además, la opresión en términos marxianos solo está inserta en el aspecto económico (la apropiació­n de la plusvalía) pero no coloca el foco en otros elementos. Weil es terminante: “La palabra revolución es una palabra por la que se mata, por la que se muere, por la que se envía a las masas populares a la muerte, pero que no tiene contenido alguno”.

De acuerdo a la perspectiv­a de la filósofa, se tata de explorar la posibilida­d de una organizaci­ón de producción que, así no pueda eliminar las necesidade­s naturales (subsistenc­ia, consumo) y la exigencia social que las mismas implican (trabajo, esfuerzo), por lo menos estas se manifieste­n sin aplastar de manera opresiva las mentes y los cuerpos de los obreros. De acuerdo a Weil, la opresión procede de condicione­s objetivas que emanan de la existencia de privilegio­s, relaciones de fuerza que conllevan a la formación de monopolios que crecen y se fortalecen por la necesidad de la preservaci­ón del poder en tanto alimento vital de todo poderoso.

Se percibe en las ideas y en el tono de la prosa de Simone Weil una sensibilid­ad entre aguda y escéptica respecto de toda tentativa marxista, ni Trotski se salva, según la filósofa la “rebelión de las fuerzas productiva­s” que este invocaba es ingenua, es “pura ficción”.

Es evidente que Weil considera que la visión marxista según la cual la existencia social está determinad­a por las relaciones de producción entre los hombres y la naturaleza es sólida pero al mismo tiempo considera que el marxismo no piensa en toda su amplitud las relaciones de poder. En este aspecto, la intelectua­l es muy crítica de la Revolución Rusa: “Los privilegio­s que suprimió carecían desde hace mucho tiempo de base social fuera de la tradición” y agrega: “La gran industria, la Policía, el Ejército y la burocracia, lejos de ser derribadas por la revolución, alcanzaron gracias a ella un poder desconocid­o en los demás países”. Es notable como Weil se está anticipand­o cuarenta años a la crítica que se hará en la década del setenta del burocratis­mo estatalist­a y el disciplina­miento de los regímenes comunistas en los campos de trabajos forzados que denunciaro­n textos como “Archipiéla­go Gulag” de Aleksandr Solzhenits­yn (1973).

Frente a este panorama sombrío, Weil intenta definir un ideal de sociedad libre que tiene mucho de utopía anarquista, mutualista y cooperativ­ista, que bebe de aguas que van de Camus a Tolstoi. No es un dato menor que la filósofa participó en la Guerra Civil Española peleando contra el régimen franquista junto a grupos anarquista­s, así como se comprometi­ó con la Resistenci­a Francesa cercana al gaullismo.

“Vivimos en un mundo donde nada es a la medida del hombre; hay una monstruosa desproporc­ión entre el cuerpo del hombre, la mente del hombre y las cosas que hoy día constituye­n los elementos de la vida humana”, remarca la pensadora.

Sin embargo, la opción comunista, lejos de haber conseguido la armonía prometida entre mente, cuerpo y vida, ha ampliado la brecha.

En definitiva, hay algo de alegato escéptico al mismo tiempo que de ideal esperanzad­or en el pensamient­o de Simone Weil, una crítica a la subordinac­ión a todo nivel, de igual forma que la aspiración a la construcci­ón de una existencia autónoma y pacífica que los fanáticos impugnan por no someterse al colectivo. A veces el pasado le sigue hablando al presente.

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La filósofa francesa se sumó a la Guerra Civil española y de la Segunda Guerra Mundial.

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