Todas las veces que vi a John y a Yoko, por Luciano Lahiteau
“Días para el recuerdo”, recién editado en castellano, es el libro que compila las entrevistas de Jonathan Cott, el periodista más cercano a la pareja.
El periodista Jonathan Cott conoció a John Lennon y Yoko Ono la tarde del 17 de septiembre de 1968. Cott, que era editor de Rolling Stone, acudió, puntual, al número 34 de Montagu Square, en Londres, y tocó la puerta del departamento que la pareja alquilaba luego de dejar a sus respectivos cónyuges, para una entrevista en profundidad. Sería el primero de varios encuentros hasta tres días antes del asesinato de John, el 8 de diciembre de 1980.
Era la hora del té. Cott había estipulado la cita con Robert Fraser, un filántropo psicodélico que había estado en la cárcel por posesión de drogas (fue el único condenado por una redada en casa de Keith Richards) y que había abierto su galería de arte para que Lennon montara la muestra You Are Here. El día de la inauguración, John y Yoko estaban vestidos completamente de blanco, como siameses, mezclados entre 365 globos igualmente blancos que Lennon soltó al cielo anunciando: “Declaro a estos globos... volados”.
¿Quién era ese Lennon? ¿Qué intentaba decir con canciones como “I’m the Walrus”? ¿Qué bicho le había picado durante el retiro con el Maharishi Mahesh Yogi, en las faldas del Himalaya? ¿Qué lo había unido a Ono? Todas estas preguntas estaban agrupándose en la nuca de Cott cuando Lennon abrió la puerta y lo hizo pasar. “Me asombró la gran cantidad de fotografías y carteles que llenaban las paredes”, escribe en Días para el recuerdo (Confluencias). “Entre ellos había dos grandes fotos de John y Yoko desnudos, que aparecerían en su controvertido álbum Unfinished Music N° 1: Two Virgins; una enseña gigante del Sgt. Pepper; la caprichosa portada del Times de los Beatles de 1967 y el cartel de Richard Hamilton con la redada de los Rolling Stones (...) Flotaba un aroma de incienso indio en el aire y John, Yoko, Robert y yo nos sentamos alrededor de una mesa sencilla de madera llena de periódicos y revistas, un collar de cuentas en forma de tentáculo, un bloc de dibujos en el que pude echar un vistazo a uno de esos increíbles bocetos, y un cenicero rebosante de colillas de Gitanes”.
La escena mostraba los cambios que se estaban produciendo en las vidas de Lennon y Ono. Un período de disgregación en los Beatles, en el cual John reemplazaría la sociedad creativa con Paul McCartney por una con Yoko, y que desembocaría en el fin del grupo. Con ella, John expandirá su veta experimental y se animará a es- carbar en su infancia abandónica y sus inseguridades artísticas. Yoko endurecerá su coraza. “Cuando estoy con John me fortalezco, porque nos ayudamos mutuamente –le confió a Cott–: Es muy duro para una mujer artista estar sola y hacer cosas”. En 1969, con su casamiento en Gibraltar, John y Yoko crearán su mayor obra; una puesta que se extenderá por toda la década siguiente, y que trabajará sobre los prejuicios raciales y patriarcales, la violencia, la paz y la crianza: su matrimonio.
Pero aquella tarde de 1968 fue poco menos que improductiva para Cott. Apenas habían comenzado cuando sonó el teléfono: Paul, George y Ringo esperaban a John en Abbey Road para continuar con el nuevo disco de los Beatles, hoy conocido como White Album. En uno de los mayores regalos que haya recibido un periodista musical en cumplimiento de su función, Lennon invitó a Cott a la grabación. “Lo primero que escuché aquella noche fue la dulce melodía del tema de John ‘Glass onion’ –escribe Cott–: nos despertaron ‘la locura y el histerismo’ –en palabras de Ringo– de la apocalíptica y dura ‘Helter Skelter’”. Probablemente se refiera a las pistas grabadas entre el 9 y el 10 de septiembre, ya que, según beatlesbible.com, aquel 13 de septiembre los “Fab
Four” solo trabajaron en el track rítmico de la composición de Lennon, corrigiendo partes de piano y batería. Así de lánguida era la productividad beatle en la segunda parte de 1968.
Pero sería un error juzgar Días para el recuerdo por sus imprecisiones. El libro no pretende ser más que un diario abierto, cándido y emotivo, de la relación que mantuvieron Lennon, Ono y el autor. Con el agregado de un buen puñado de detalles elocuentes sobre la simbiosis creativa de la pareja, y de la biografía de Lennon, como su intenso compromiso político de inicios de los ’70 y su igualmente dedicada paternidad hacia fines de la década. “La gente olvida cuánto tuvimos que luchar, los abortos que llevaron a Yoko cerca de la muerte… –dice Lennon– e incluso tuvimos un bebé que nació y un montón de problemas con las drogas, muchos problemas personales y públicos que nosotros mismos provocamos o que nos trajeron nuestros amigos. Nos colocamos en una situación estresante, pero conseguimos finalmente tener el hijo que deseábamos desde hacía diez años y por Dios que no lo íbamos a estropear”.
Días para el recuerdo incluye versiones completas de todas las conversaciones que el autor mantuvo con Lennon y Ono, desde aquella de 1968 hasta un reencuentro con Yoko en 2012, pasando por la charla con John del 5 de diciembre de 1980, tres días antes de su muerte. El autor desempolvó para este libro las cintas de aquella entrevista que no salió completa en el primer número de Rolling Stone de 1981. Lennon habla de las canciones de Double Fantasy, de Rock n’ Roll (en cuya grabación tuvo el “presentimiento despierto” de estar despidiéndose con “Be-Bop-A-Lula”, la misma canción que estaba tocando el día que conoció a McCartney) y de su relación con Yoko: “A veces la llamo mother porque acostumbraba a llamarla madre superiora, como en ‘Happiness is a warm gun’. Ella es la madre superiora, la madre tierra, la madre de mi hijo, es mi madre, es mi hija… la relación tiene muchos niveles”. Y con lucidez de su carrera: “Mi trabajo es una obra sola”. “Estoy regresando a mis raíces. Como Dylan cuando hizo Nashville Skyline –le explicaba a Cott–. Pero como no tengo ningún Nashville y soy de Liverpool, tengo que regresar a mis raíces musicales, que son Elvis, Roy Orbison, Gene Vincent y Jerry Lee Lewis (…) A veces tropiezo con una ‘Revolution 9’, pero mi lado experimental ha quedado completamente absorbido por Yoko”.
Cott estaba preparado para aquella primera entrevista. Era un estudiante de literatura en Essex que había recibido una seña del destino: el día de su llegada a Inglaterra, la portada de The Listener anunciaba un artículo sobre la nueva música firmado por su antiguo profesor de Berkeley, Thom Gunn. El texto, que tomaba con seriedad académica “Paint It Black” de los Stones, y “Eight Miles High” de los Byrds, subrayaba la brecha entre el aula y la calle: las cosas estaban pasando ahí afuera. Así que aceptó la propuesta de Jann Wenner para ser responsable de Rolling Stone en Europa, dejando sus estudios en segundo plano.
Así que antes de llamar al N°34 de Montagu Square por segundo día consecutivo, ya había entrevistado a Pete Townshend, Ray Davies y Syd Barrett. Pero nadie le interesaba más que el tipo que había compuesto “Strawberry Fields Forever”. Sin embargo, lo primero que hizo Lennon al retomar la entrevista fue poner uno de los viejos simples que había en el suelo. Uno de 1956: “Woman Love”, de Gene Vincent. “Me encanta esta canción”, dijo. “Y por supuesto ‘Be-Bap-ALula’, de Gene, también”.