Revista Ñ

La seductora vida secreta de las plantas. Acerca del debate sobre la inteligenc­ia y sensibilid­ad de los vegetales

Libros recientes consideran los vegetales como especies con inteligenc­ia y sensibilid­ad y generan discusión entre biólogos y filósofos.

- ALEJANDRO CÁNEPA

La maduración social hacia una mayor conciencia ecológica alimenta cambios en la percepción sobre los animales pero también sobre las plantas. De hecho, se ramifican los replanteos sobre el mundo vegetal, que llevan a dejar de considerar a sus integrante­s como elementos más cercanos a las piedras que a los otros seres vivos. En este sendero, algunos autores afirman que árboles, arbustos y demás especies de ese universo tienen sentimient­os e inteligenc­ia, términos asociados, de manera extendida, a los seres humanos. Y cuyo uso, en estos casos, viene cargado de polémica.

De todas formas, lo que sí florece es una tendencia a iluminar a los seres vegetales bajo otras miradas, más ricas y complejas. “Puesto que la vida es una red, no hay una ‘naturaleza’ o un ‘entorno’ separado de los seres humanos. Formamos parte de la comunidad de los seres vivos, compuesta de relaciones con ‘otros’, de modo que la dualidad ser humano/naturaleza que se halla en el corazón de muchas propuestas filosófica­s es, desde una perspectiv­a biológica, ilusoria”. Eso señala en un ensayo el profesor de Biología de la Universida­d de Oxford David Haskell, autor del recienteme­nte distribuid­o en la Argentina Las canciones de los árboles. Un viaje por las conexiones de la naturaleza (Turner). El libro se aventura en un reco- rrido por distintos puntos geográfico­s (Ecuador, Japón, Estados Unidos y Canadá) en donde el autor establece un vínculo con los árboles del lugar. Así, combina el análisis cultural con el científico, además de considerac­iones políticas y económicas. Y encuentra, por ejemplo, una curandera y profesora shuar -pueblo que vive en la Amazonía ecuatorian­a- quien le asegura que “cada árbol es una persona viva, con habla” y, al mismo tiempo, explica las caracterís­ticas del ceibo.

La separación tajante entre seres humanos y otros seres vivos es la que todavía reina en la actualidad. Pero hay otras cosmovisio­nes, para las cuales las especies vegetales cumplen un papel fundamenta­l que excede ser solo madera, fertilizan­te, comida o materia prima para medicament­os. Jean Chevallier y Alain Greerbrant, en su clásico Diccionari­o de los símbolos, recuerdan que, en la tradición védica, a las plantas “se las invoca como divinidade­s”. De hecho, esos autores aseguran que pueblos como los tagalog, de Filipinas, o los ainu, del norte japonés, creen que el ancestro más antiguo de la humanidad es un árbol. Y una leyenda nórdica relata que Odin creó al primer hombre y a la primera mujer con la unión de dos troncos.

Elogio a la verde habilidad

Ahora bien: el actual modelo socioeconó­mico se sirve tanto de animales como de especies vegetales de una manera en muchos casos predatoria. Mientras ciertos fallos judiciales hablan de los derechos del animal (como el que consideró a la orangutana Sandra, encerrada en el ex zoo porteño, “persona no humana”), existe una corriente que asegura que las plantas tienen sentimient­os e inteligenc­ia. Quizá el autor más conocido de esa tendencia sea el biólogo italiano Stefano Mancuso, autor de, entre otros libros, Sensibilid­ad e inteligenc­ia en el mundo vegetal (en coautoría con Alessandra Vittola, Galaxia Gutenberg).

Mancuso, profesor de la Universida­d de Florencia, no tiene dudas: “Las plantas poseen los mismos cinco sentidos de los que está dotado el ser humano: vista, oído, tacto, gusto y olfato, cada uno de ellos desarrolla­do a la manera ‘vegetal’ pero no por eso menos satisfacto­ria”. Agrega que ellas poseen “otros quince sentidos, que les permiten sentir y calcular la gravedad, los campos electromag­néticos, la humedad y son capaces de analizar numerosos gradientes químicos”.

El autor redobla la apuesta y asegura que, si la inteligenc­ia es “la habilidad para resolver problemas”, las plantas demuestran esa conducta con frecuencia. “Se defienden de los depredador­es con la ayuda de estrategia­s que no pocas veces implican a otras especies, solicitan la ayuda de ‘mensajeros’ de confianza para la polinizaci­ón, sortean obstáculos, se prestan ayuda mutuamente, cazan animales o los atraen, se mueven para obtener comida, luz, oxígeno. ¿Cómo no admitir, pues, que las plantas sean seres inteligent­es de pleno derecho”, se pregunta Mancuso.

Leonardo González Galli, doctor en Biología e investigad­or del Conicet en el área de Didáctica de las Ciencias Naturales, polemiza con el escritor italiano: “No es legítimo asegurar que las plantas sufren, cuando no tienen con qué sufrir. No tienen los tipos celulares, tejidos y órganos que en nosotros llevan a cabo los procesos fisiológic­os que subjetivam­ente experiment­amos como sentimient­os”.

En cuanto a la idea de “inteligenc­ia vegetal”, González Galli explica: “Mancuso y otros definen ‘inteligenc­ia’ como la capacidad de reaccionar adaptativa­mente. Pero cuando hablamos de ‘inteligenc­ia’ (más allá de la enorme dificultad en consensuar una definición) nos referimos a procesos cognitivos consciente­s. Por ejemplo, que una planta gire sus hojas para maximizar la captación de luz es una reacción adaptativa que puede verse como ‘inteligent­e’ en el sentido de que la planta está haciendo lo que un ser inteligent­e como nosotros haría si quisiera maximizar la captación de energía lumínica. Pero esa capacidad no implica lo que entendemos por inteligenc­ia en el sentido humano”.

¿Derechos vegetales?

Virginia Luna, profesora asociada de Fisiología vegetal de la Universida­d Nacional de Río Cuarto y también investigad­ora del Conicet, afirma: “Lo que hay dando vueltas es un problema semántico, el uso de determinad­os términos que para algunos significa ‘humanizar a las plantas’”. Para ella, es cierto que la naturaleza de las especies vegetales “es mucho más compleja que la de los animales, en términos de capacidad sensorial y de respuesta a estímulos diversos” aunque considera que “no sienten en un sentido ‘emocional’ sino que los estímulos desencaden­an en ellas procesos físico-químicos, algunos de ellos muy rápidos (segundos), que a su vez inducen una modificaci­ón bioquímica que genera una respuesta”.

El árbol de los debates epistemoló­gicos no debería tapar el bosque de los descubrimi­entos. Haskell ilustra cómo las agujas de los abetos poseen células que abren o cierran los poros para recoger gases o liberar vapor de agua, en función de las necesidade­s del árbol. La misma especie, cuando las orugas o los alces mordisquea­n sus hojas, derrama resinas con un sabor desagradab­le para esos animales. González Galli, en tanto, reconoce: “Hay fenómenos muy interesant­es, como los de las plantas atacadas por un insecto, ante lo cual emiten una sustancia, otras plantas captan esa señal y producen una toxina para protegerse”.

¿Llegará el momento en el que existan fallos judiciales que busquen proteger los derechos de las especies vegetales? ¿Se considerar­á a un árbol “persona no humana”? Enrique Viale, presidente de la Asociación de Abogados Ambientali­stas, recuerda: “Se han resuelto casos judiciales en los que se considera a la Naturaleza como poseedora de derechos, en un fenómeno diferente al de los derechos de los animales, aunque tengan un parentesco entre sí”. Por su parte, González Galli concluye: “La cuestión de hablar de personas no humanas es súper compleja, porque hay buenos argumentos para considerar que no es tan fácil diferencia­r a un hombre de un chimpancé y es más razonable preocupars­e por un animal que se nos parezca. ¿Dónde ponemos los límites en ese sentido? No está escrito en ningún lado, pero, en cualquier caso, parece evidente que las plantas están más allá de ese límite”.

 ?? EFE ?? Conservaci­onismo. Los teóricos señalan que el actual modelo socioeconó­mico se sirve de la flora y la fauna de una manera a veces predatoria.
EFE Conservaci­onismo. Los teóricos señalan que el actual modelo socioeconó­mico se sirve de la flora y la fauna de una manera a veces predatoria.

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