Por Mariana Terrile
◢Las bibliotecas no solo almacenan libros, pueden guardar objetos maravillosos que en la infancia nos señalan un camino invisible, que transitamos empujados por el deseo. Kümei Kirschmann, de 35 años –una de las artistas jóvenes emergentes más prometedoras en el ámbito de la fotografía rosarina– inaugura mañana, a las 18, su muestra Un sueño lleno de enemigos, en la planta baja de Biblioteca Argentina (Presidente Roca 731), donde su largo camino de experimentación podrá verse en un trabajo atravesado por lo onírico.
La artista recuerda sus comienzos donde el arte formaba parte de su cotidianidad y educación. Su tía estudiaba Bellas Artes y era quien la cuidaba y quien la inicio de pequeña en el camino de la experimentación, al proponer y alimentar esa curiosidad que muchas veces saciaba con tinta china, ceritas y lápices. En la biblioteca de esa tía había una cámara analógica que Kumei siempre observaba: “estaba ahí quieta y nadie se animaba a tocarla”. Un tiempo después, en mi adolescencia la heredé y fui dándome cuenta que ese objeto podía tener movimiento. “Comencé mi experiencia con la fotografía analógica en blanco y negro, en los laboratorios de la Peña Fotográfica Rosarina”, recuerda, y también alude a la marcada rigidez en sus formas. Cuando salió de la secundaria estudió traductorado de inglés. Se recibió y un trabajo la llevó a instalarse en la República Checa, de donde regresó para dedicarse de lleno a la fotografía. Además de la Peña, pasó por Zona Roja, el ISET18 y la Musto.
“Era todo muy estricto, en los tiempos, en los químicos, la temperatura... No me estaba sintiendo cómoda, en el cuarto oscuro tenía miedo, si me pasaba unos minutos podía arruinar absolutamente todo”. En ese entonces, en plena rebeldía pubertaria, comenzó a cuestionarse el disfrute en relación a la fotografía.
Se abrió a interrogantes cómo ¿Que nos mueve al deseo de hacer una imagen? ¿Qué es lo correcto? ¿Cuándo una imagen es bella? En un viaje a Alemania, donde se instaló en Berlín, descubrió el “lado B” de la fotografía. Comenzó a indagar en autorxs que dejaban, al igual que ella, su alma retratada de otra manera, vanguardistas como Man Ray (un precursor de la fotografía surrealista/experimental), López Calvín, Slawomir Decyk o Pawel Kula (Solarigrafía).
Desde sus comienzos, en los talleres de procesos fotográficos alternativos (con Sany Silva), comienza a explorar con técnicas de mediados del siglo XIX: cianotipia, albúmina, papel salado bandaik, diferentes técnicas, químicos y colores. “Jugar mientras estas creando es esclarecedor”, dice Kumei.
Así comienza la etapa de la Solarigrafia, que son fotografías de larga exposición que registran la huella del sol en su movimiento aparente sobre el cielo. Para obtenerlas se usan cámaras estenopeicas cargadas con papel fotosensible en blanco y negro, que luego es escaneado y procesado con un programa para obtener un archivo digital. Son necesarias exposiciones prolongadas en el tiempo que llevan desde un día, hasta meses o años, y dan como resultado una línea por día como rastros solares.
“En Solarigrafia no hay que estar controlando el ISO, la velocidad, etcétera. Se instala una lata que hace las veces de cámara oscura y se deja. En ese tiempo le pasan muchas cosas, puede llover, haber sol o ambas. Eso afecta al papel y genera un cambio en su textura. Esa misma luz puede ser la que la destruya o le de vida, el negativo tiene vida propia, lo que tiene fijado es puro movimiento”, explica Kumei y asegura que el resultado la conmueve desde siempre, no importa cuántas copias lleve hechas.
La mayoría de sus cámaras son realizadas de manera íntegra