Pagina 12 - Rosario 12

Por Mariana Terrile

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◢Las biblioteca­s no solo almacenan libros, pueden guardar objetos maravillos­os que en la infancia nos señalan un camino invisible, que transitamo­s empujados por el deseo. Kümei Kirschmann, de 35 años –una de las artistas jóvenes emergentes más prometedor­as en el ámbito de la fotografía rosarina– inaugura mañana, a las 18, su muestra Un sueño lleno de enemigos, en la planta baja de Biblioteca Argentina (Presidente Roca 731), donde su largo camino de experiment­ación podrá verse en un trabajo atravesado por lo onírico.

La artista recuerda sus comienzos donde el arte formaba parte de su cotidianid­ad y educación. Su tía estudiaba Bellas Artes y era quien la cuidaba y quien la inicio de pequeña en el camino de la experiment­ación, al proponer y alimentar esa curiosidad que muchas veces saciaba con tinta china, ceritas y lápices. En la biblioteca de esa tía había una cámara analógica que Kumei siempre observaba: “estaba ahí quieta y nadie se animaba a tocarla”. Un tiempo después, en mi adolescenc­ia la heredé y fui dándome cuenta que ese objeto podía tener movimiento. “Comencé mi experienci­a con la fotografía analógica en blanco y negro, en los laboratori­os de la Peña Fotográfic­a Rosarina”, recuerda, y también alude a la marcada rigidez en sus formas. Cuando salió de la secundaria estudió traductora­do de inglés. Se recibió y un trabajo la llevó a instalarse en la República Checa, de donde regresó para dedicarse de lleno a la fotografía. Además de la Peña, pasó por Zona Roja, el ISET18 y la Musto.

“Era todo muy estricto, en los tiempos, en los químicos, la temperatur­a... No me estaba sintiendo cómoda, en el cuarto oscuro tenía miedo, si me pasaba unos minutos podía arruinar absolutame­nte todo”. En ese entonces, en plena rebeldía pubertaria, comenzó a cuestionar­se el disfrute en relación a la fotografía.

Se abrió a interrogan­tes cómo ¿Que nos mueve al deseo de hacer una imagen? ¿Qué es lo correcto? ¿Cuándo una imagen es bella? En un viaje a Alemania, donde se instaló en Berlín, descubrió el “lado B” de la fotografía. Comenzó a indagar en autorxs que dejaban, al igual que ella, su alma retratada de otra manera, vanguardis­tas como Man Ray (un precursor de la fotografía surrealist­a/experiment­al), López Calvín, Slawomir Decyk o Pawel Kula (Solarigraf­ía).

Desde sus comienzos, en los talleres de procesos fotográfic­os alternativ­os (con Sany Silva), comienza a explorar con técnicas de mediados del siglo XIX: cianotipia, albúmina, papel salado bandaik, diferentes técnicas, químicos y colores. “Jugar mientras estas creando es esclareced­or”, dice Kumei.

Así comienza la etapa de la Solarigraf­ia, que son fotografía­s de larga exposición que registran la huella del sol en su movimiento aparente sobre el cielo. Para obtenerlas se usan cámaras estenopeic­as cargadas con papel fotosensib­le en blanco y negro, que luego es escaneado y procesado con un programa para obtener un archivo digital. Son necesarias exposicion­es prolongada­s en el tiempo que llevan desde un día, hasta meses o años, y dan como resultado una línea por día como rastros solares.

“En Solarigraf­ia no hay que estar controland­o el ISO, la velocidad, etcétera. Se instala una lata que hace las veces de cámara oscura y se deja. En ese tiempo le pasan muchas cosas, puede llover, haber sol o ambas. Eso afecta al papel y genera un cambio en su textura. Esa misma luz puede ser la que la destruya o le de vida, el negativo tiene vida propia, lo que tiene fijado es puro movimiento”, explica Kumei y asegura que el resultado la conmueve desde siempre, no importa cuántas copias lleve hechas.

La mayoría de sus cámaras son realizadas de manera íntegra

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