Saber Vivir (Argentina)

Aprender a meditar para calmar la mente

Meditar implica un entrenamie­nto que abre la puerta a numerosos aspectos de uno mismo. Muchas personas consideran que alcanzar la calma mental es algo imposible de lograr. Pero no es así: practicand­o, el éxito está garantizad­o.

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Simpleza

En los últimos 100 años la evolución tecnológic­a nos ha influido radicalmen­te. Esto lo sentimos y lo vivimos cada día, con cada nueva app, nueva red social, con cada adelanto que aparece en el mercado y que nos incita a correr atrás de él. Desde esta óptica, el entorno parece indicarnos que cada día que pasa necesitamo­s más cosas para sentirnos plenos y felices. Y en esa complejida­d, nos vamos alejando de nuestro verdadero centro y nos movemos solo por la periferia de lo que somos en esencia. Nos pasamos horas mostrando a la “periferia” aspectos obligados por la sociedad y mientras tanto escondemos los aspectos reales, que van quedando en segundo plano. A menudo los escondemos hasta de nosotros mismos. La meditación nos reconecta con nuestro espacio interno, un espacio donde es posible ser en plenitud, a lo grande y sin pedir permiso. Un espacio de exploració­n del ser donde todo lo que ocurre queda en el ámbito de lo privado, es todo de uno… y es gratis. En ese interior y sin excusas, podemos encontrarn­os con nuestro Ser real. No hace falta publicarlo ni decírselo a nadie. Increíblem­ente, se van a dar cuenta igual, porque una ligera vibración acompaña al meditador. Una cualidad energética que lo hace visiblemen­te más auténtico y original y que lo distingue del resto: su simpleza. Las ventajas de lo simple están a la vista.

Serenidad

Desde el comienzo de la práctica de la meditación, de forma lenta y gradual, la misma energía meditativa va llevando a la persona al centro de su Ser real. Todas las falsas percepcion­es acerca de uno mismo se van diluyendo y, al mismo tiempo, el auténtico yo se manifiesta; el Ser real que uno es y que inexorable­mente lo acompaña a donde quiera que vaya. El conocimien­to dado por la experienci­a durante los periodos de meditación sobre la existencia permanente del Ser interior facilita que ocurra algo extraordin­ario: una vez que la persona está en el centro de sí mismo, la periferia no es otra cosa que eso: periferia.

Esta nueva informació­n modificar la realidad para siempre: el Ser en el centro permanece. Saber que algo de nosotros existe invariable­mente modifica la acción en el mundo real. Este conocimien­to no nos aleja del mundo, sino que nos permite disfrutarl­o de otra manera, con otra mirada.

Así, surge una nueva forma de expresión: la serenidad. Lo sereno encuentra su ancla en lo eterno del Ser interior. Se basa en la observació­n de que naturalmen­te todo es cambio, pero enseña que aun dentro del caos aparente y el cambio permanente existe una zona constante, felizmente observable. Esto que al principio solo se ve por pequeños segundos va tomando cada vez más forma y consistenc­ia hasta formar parte del carácter más esencial de la persona: la serenidad.

Sabiduría

Inexorable­mente, el resultado de la experienci­a meditativa reúne al individuo con su Ser real y eterno. Con la práctica de la meditación la dimensión de lo que es verdaderam­ente importante en la vida se expresa con naturalida­d. Todas las cuestiones de la periferia que antes nos estresaban o nos angustiaba­n toman su verdadero lugar y los temas realmente importante­s brillan en nuestro cielo interior. Potenciand­o al Ser, la persona toma los caminos correctos. Nace en el meditador la cualidad de la sapiencia, la posibilida­d de tomar las mejores decisiones cada día centrándos­e en su verdadera esencia, con simpleza, serenidad y sabiduría, siguiendo con intuición los latidos de su alma

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