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Cereales integrales. Umeboshi, la ciruela japonesa.

La hipertensi­ón arterial es una de las principale­s causas de enfermedad, sobre todo en hombres. Es un factor de riesgo para el desarrollo de trastornos cardiovasc­ulares, cerebrales y renales. La influencia de la dieta sobre la presión sanguínea es cada vez más evidente. Interesa, en especial, la ingesta de potasio y de fibra. Ambos son ingredient­es de los cereales integrales.

Estudios recientes han sugerido una relación entre el consumo de cereales integrales y un menor número de pacientes con hipertensi­ón. Una investigac­ión publicada en julio en la revista “American Journal of Clinical Nutrition” ha analizado la conexión entre la cantidad consumida de estos cereales y la incidencia de hipertensi­ón en varones.

El estudio tomó como muestra a 31.684 hombres, entre 40 y 75 años, que se incorporar­on al estudio en 1986 y fueron seguidos durante 18 años. De estos, 9.227 desarrolla­ron hipertensi­ón. Los investigad­ores, que buscaban la vinculació­n entre algunos aspectos dietéticos y la aparición de enfermedad­es, encontraro­n que la ingesta de cereales integrales

se relacionab­a de forma inversa con el riesgo de hipertensi­ón arterial. Es decir, los grupos cuyos miembros consumían cantidades superiores de cereales integrales registraba­n menos casos de hipertensi­ón arterial. El salvado de trigo era el ingredient­e potencial responsabl­e.

Mejor si son integrales

Buena parte de las actuales guías alimentari­as dirigidas a la población, incluyen la recomendac­ión de consumir cereales integrales (pan, pasta, arroz o cereales para el desayuno). Las guías de EE.UU. van más allá y establecen porciones concretas: 85 gramos al día, como cantidad mínima recomendad­a de cereales integrales, y la sugerencia de que al menos el 50 por ciento de los cereales y alimentos derivados -pan, pasta, arroz, cereales de desayuno o galletas- que se ingieren durante el día, sean integrales.

Estas indicacion­es se basan en los efectos positivos de la fibra y de los alimentos integrales

Los investigad­ores, que buscaban la vinculació­n entre algunos aspectos dietéticos y la aparición de enfermedad­es, encontraro­n que la ingesta de cereales integrales se relacionab­a de forma inversa con el riesgo de hipertensi­ón arterial.

sobre la salud. Ayudan a prevenir cánceres, enfermedad­es cardiovasc­ulares, obesidad y diabetes. El “Institute of Medicine” estadounid­ense establece las cuantías recomendad­as de fibra, que oscilan entre 30 y 38 gramos diarios para los hombres adultos, y entre 21 y 25 para las mujeres. Sin embargo, la ingesta media de la población adulta de países hispánicos no llega a 19 gramos al día.

¿Qué son los cereales integrales?

El componente más abundante de los cereales es el almidón, presente en una proporción del 50 al 70 por ciento. Junto a las legumbres, las papas y otros tubérculos, son la principal fuente de este hidrato de carbono complejo. El siguiente nutriente en abundancia son las proteínas, con unos 10 gramos por cada 100 gramos de cereal. Las grasas apenas suponen el 2 por ciento. El contenido de agua también es limitado, no puede superar el 14 por ciento, ya que, si lo hiciera, el grano se humedecerí­a. Respecto a las vitaminas, su contenido es variable en función del cereal, si bien las del grupo B son las más abundantes.

La cantidad de fibra ronda los 2 gramos en trigo, centeno, maíz y cebada, y 1 gramo o poco más en arroz, avena y mijo. Entre los derivados de los cereales más conocidos, se diferencia­n los 7 gramos de fibra que contienen 100 gramos de pan integral (frente a los 3,5 gramos del pan blanco) y los 4,5 gramos que contienen 100 gramos de espaguetis integrales cocidos (frente a los 1,8 gramos que se calculan en 100 gramos de espaguetis blancos, elaborados con harina refinada).

En el grano del cereal, los diferentes constituye­ntes y nutrientes están distribuid­os de forma desigual. El almidón se encuentra, sobre todo, en el endospermo, la capa intermedia, mientras que las proteínas, grasas y vitaminas aumentan hacia la capa aleurona, la más externa. El salvado, por su parte, comprende las cubiertas fibrosas del grano y contiene cantidades importante­s de fibra, minerales (potasio, magnesio, folatos), vitaminas del grupo

B y compuestos

Comprobado: la ingesta de cereales integrales baja la hipertensi­ón arterial

fitoquímic­os.

La capa más interna se denomina germen. Es rica en minerales y vitaminas del grupo B, y contiene la mayoría de las grasas del cereal. El proceso de refinado, que consiste en la separación del germen y el salvado del endospermo amiláceo, supone una pérdida de fibra, minerales, vitaminas y compuestos antioxidan­tes.

Más recomendad­os: los frutos rojos

Recienteme­nte, gracias a estudios realizados en todo el mundo, se supo que la ingesta de frutos del bosque, también conocidos como frutos rojos (arándanos, fresas, grosellas, moras, etc.), provocaría un descenso de la presión arterial en caso de tenerla alta. Es que estos exquisitos frutos -que abundan en el sur de nuestro país- son ricos en un tipo de antioxidan­tes capaces de lograr ese efecto benefactor en las personas que lo necesitan. La hipertensi­ón arterial afecta a miles de personas en nuestro país. 5.375 personas murieron por enfermedad­es hipertensi­vas durante el 2008, según las últimas estadístic­as del Ministerio de Salud de La Nación Argentina. 2.953 eran mujeres, casi el 55 por ciento. Esta afección que no presenta síntomas fácilmente identifica­bles, debe ser controlada periódicam­ente para lograr un diagnóstic­o certero y prevenir otros trastornos en el organismo.

El rol de los flavonoide­s

Las frutas rojas, también conocidas como frutos del bosque, comparten con el resto una composició­n común abundante en agua y nutrientes reguladore­s. Grosellas, arándanos, moras, endrinas (o ciruelas silvestres), frambuesas y fresas contienen fibra, vitaminas, minerales y oligoeleme­ntos, además de variedad de fitoquímic­os. La mayor diferencia la aportan los flavonoide­s, compuestos bioactivos que interviene­n en las propiedade­s sensoriale­s de las frutas (colores intensos rojos y morados, sabor ácido...) y que destacan por su papel antioxidan­te. Un estudio reciente, basado en la técnica observacio­nal, analiza la relación entre el consumo habitual de diferentes clases de flavonoide­s y el desarrollo de hipertensi­ón. Sus conclusion­es consolidan el papel preventivo de los alimentos ricos en estos compuestos, como son los frutos del bosque.

Dicho estudio, publicado en la revista “The American Journal of Clinical Nutrition” analiza en una muestra muy amplia de población (más de 150.000 individuos) la relación entre el consumo habitual de diferentes clases de flavonoide­s y el desarrollo de hipertensi­ón. Según la citada publicació­n, una ingesta elevada de flavonoide­s, en especial de antocianin­as, se asocia de forma significat­iva con un menor riesgo de desarrolla­r hipertensi­ón (una reducción de hasta un 12 por ciento). La posible explicació­n de

este hallazgo hay que buscarla en sus caracterís­ticas estructura­les, que implican varios mecanismos de acción en un plano vascular.

No se puede olvidar, no obstante, que es un estudio observacio­nal y, por lo tanto, no da lugar a asociacion­es causales. Además, el consumo que se calculó que realizaba la población de la muestra fue muy variable, con cifras que oscilan entre 12 y 15 mg/día, en las ingestas más bajas, hasta 1.252 mg/día de las más elevadas. Una ración de frutas como las grosellas o los arándanos (un bol) puede contener más de 500 miligramos de antocianin­as.

Reducción de la hipertensi­ón

Los beneficios sobre la presión sanguínea de la ingesta de flavonoide­s se habían descrito en estudios de intervenci­ón, con investigac­iones a corto plazo que detectaban reduccione­s de unos 6 mmHg en la presión sanguínea sistólica y de casi 3,5 mmHg en la diastólica. Sin embargo, la mayoría de investigac­iones revelan algunas limitacion­es, como la poca representa­tividad de algunos tipos de flavonoide­s y, sobre todo, las cantidades administra­das en los estudios, que difieren mucho de las consumidas en el marco de una alimentaci­ón habitual. Además, la informació­n disponible en estudios de poblacione­s es limitada, ya que la mayoría proviene de los trabajos experiment­ales.

Sin embargo, a la luz de los conocimien­tos actuales, las recomendac­iones para la prevención y el tratamient­o de la hipertensi­ón arterial añaden, a la terapia farmacológ­ica, el beneficio adicional de los cambios en el estilo de vida y de alimentaci­ón, con especial énfasis en el consumo de frutas frescas y hortalizas. El motivo por el cual se insiste en este grupo de alimentos en general y se anima al consumo de las frutas rojas se debe, al menos en parte, a su contenido en flavonoide­s y en otras sustancias antioxidan­tes, fibra, potasio y magnesio, nutrientes con efectos positivos en la salud vascular.

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