¿Qué hacer cuando mi hijo se porte mal?
El comportamiento depende de la edad, personalidad y desarrollo físico y emocional del niño. Sin embargo, hay ocasiones en los cuales el pequeño logra sacar de quicio a sus padres. Consejos para superar esta etapa
Un hijo es el regalo más maravilloso que la vida puede dar; verlo crecer, aprender y desarrollarse es una de las más grandes satisfacciones que los padres experimentan. Sin embargo, no todo es color rosa y hay etapas en las cuales es difícil lidiar con su comportamiento.
Por ejemplo, es normal que los niños intenten saltarse límites o que quieran probar hasta dónde pueden llegar y cuál será la reacción de los padres si sobrepasan el límite marcado. Lo importante es enseñarles a cumplir ciertas reglas, pero el secreto es hacerlo de modo coherente y con firmeza.
Hay veces en los cuales el comportamiento inadecuado del niño se debe a que cree que:
• Buscar atención o poder lo ayudará a conseguir que lo tengan en cuenta.
• Buscar venganza mitigará en cierto modo el dolor que le produce no sentirse tenido en cuenta.
En la mayoría de las oportunidades los padres resuelven rápidamente el mal comportamiento con castigos, como reducir la cantidad de salidas y regalos, usos de la Play o de la televisión, entre otros.
Aplicar una sanción como consecuencia ante un mal comportamiento es necesario, pero sancionar sólo la mala conducta sin mirar más allá -es decir, sin reflexionar sobre la necesidad emocional que manifiesta el chico-, puede generar una relación distante y falta de comunicación que, con el tiempo implicará un sentimiento de resentimiento en el hijo hacia los padres por haberse sentido incomprendido.
Búsqueda de atención
Entender al niño es el primer paso para aceptar y remediar sus dificultades. Ahora bien, ¿a qué se debe su mal comportamiento?
• El principal motivo que hace que un niño se porte mal es la búsqueda de atención. Si no lo logra de modo “normal”, lo intentará con un mal comportamiento. Es decir, prefiere llamar la atención por hacer algo malo a que no se lo tenga en cuenta. Por ende, es importante que los padres le reconozcan cuando se portan bien, para que luego el pequeño no busque maneras equivocadas de llamar su atención.
• El segundo motivo, muy relacionado con el anterior, ocurre cuando el pequeño siente celos, principalmente por la llegada un hermano que significará la pérdida de gran parte de la atención de sus padres.
• El niño también se porta mal cuando se siente frustrado. Cuando no logra lo que quiere, su frustración le origina rabietas. En esos casos lo mejor es no prestarle atención, dejarlo que solo resuelva la situación y posteriormente animarlo a reintentar.
• El temor a separarse de sus padres es otro motivo de rabietas. Por ejemplo, cuando lo dejan en la guardería o se ausentan de la casa.
• Por supuesto el malestar físico (enfermedad) o el sueño también generan mal comportamiento.
• El cambio de rutinas (viajes, mudanzas) o discusiones familiares también hacen que el pequeño se porte mal.
• Sentirse rechazado por las personas que ama, aburrido, triste e inseguro, incluso desanimado, son factores que también pueden desencadenar un mal comportamiento.
Cabe destacar que más allá de estas posibles causas, los chicos se portan mal simplemente porque son niños; es decir, personas inmadura que no saben esperar, que quieren explorar todo, que son egocéntricos y no saben ponerse en el lugar de los demás.
Permisividad vs. autoridad
Si en la escuela se pelea con sus compañeros, si en casa hace lo mismo con sus hermanos, si se rebela y hace todo lo contrario de lo que le dicen, o si no cumple ciertas normas (estudiar, ordenar su cuarto, bañarse), es momento que los padres se replanteen ciertos aspectos sobre los límites.
Los niños pasan por distintas etapas del desarrollo moral y emocional, que condicionan su forma de comportarse, al igual que ocurre cuando comienzan a gatear o caminar. Por supuesto que el ritmo de maduración moral no coincide en la misma edad cronológica en todos los chicos, por ende al enseñarles a portarse bien hay que adaptar el grado de exigencia y los razonamientos que los padres usan al nivel de ellos (por ejemplo, un niño de dos años no comprende el significado de “egoísmo”, por lo cual, para explicarle su actitud hay que decirle que debe aprender a prestar sus juguetes). Para mostrar descontento con el comportamiento de sus hijos, algunos padres recurren a los castigos, que pueden ser físicos. Sin embargo, por ejemplo, recurrir a una cachetada es un grave error, porque si saben educar, nunca tendrán que levantar la mano, y si lo hacen es porque algo han hecho mal. Otros castigos suelen ser los gritos, las riñas o los insultos. No obstante el efecto de estos castigos es momentáneo porque el niño reincidirá en su mal comportamiento o acto, y los padres aumentarán los castigos y, en consecuencia, el pequeño no mejorará su comportamiento, sino que perfeccionará sus travesuras. Los castigos, físicos o no, inducen a un aumento de la agresividad. Se le da el ejemplo de que “cuando estamos enfadados con alguien, es bueno ir contra él”, actitud que puede provocarle serias consecuencias en su vida en sociedad. De este modo, es preferible que los castigos se sustituyan por técnicas de sanción, con las que el niño aprenderá las consecuencias de sus actos. Si no obedece las normas, debe aprender por sí mismo a resolver los problemas porque nadie los solucionará por él. Por ejemplo, si no quiere comer, no se le hará otra comida hasta que no termine lo que está en el plato, o si no desea acostarse a la hora que determinan sus padres, al día siguiente deberá levantarse de todos modos para ir al colegio o hacer las tareas como si se hubiera acostado temprano. Es decir, el chico será responsable de sus actos.
En este sentido, marcar ciertas normas a los niños desde pequeños es la base para conseguir una buena conducta. El exceso de permisividad deriva en niños egoístas, no acostumbrados a recibir un “no”, mientras que el autoritarismo puede lesionar su autoestima y hacerles creer que sus padres no los quieren. La relación entre padres e hijos es un “tira y afloja” en el que unos luchan por mantener el poder y otros por conquistarlo. Por ende, el secreto es hallar el equilibrio entre la permisividad y autoridad.