Semanario

Breaking mal, todo mal

- Marcela Tarrio, Editora Jefa mtarrio@perfil.com

Una de las frases hechas más comunes es aquella que dice que la realidad, muchas veces, supera a la ficción. Y lo que los argentinos vivimos la semana pasada es una muestra más de que desde los creadores de Pol-ka a Quentin Tarantino se deben estar preguntand­o ¿cómo no se me ocurrió? Un año entero de aventuras en un convento y a Lilly Anne Martin y Claudio Lacelli, los autores de “Esperanza Mía”, jamás se les cruzó la idea de un ex funcionari­o corrupto revoleando bolsos con casi nueve millones de dólares a través del paredón de la morada del padre Tomás (Mariano Martínez) y la falsa monja compuesta por Lali Espósito, pala en mano y con intencione­s de enterrarlo­s allí.

Ni hablar del cineasta norteameri­cano, cuya escena más delirante no supera a la protagoniz­ada en General Rodríguez por el ex secretario de Obras Públicas del kirchneris­mo y diputado del Parlasur por el Frente para la Victoria, José López, el segundo de De Vido y tan íntimo de él y de los ex presidente­s Néstor y Cristina Kirchner durante 25 años que cualquier intento de despegue que intente hacer la ex Presidenta resulta una subestimac­ión a la inteligenc­ia de cualquier mortal.

Sin dudas, la puesta en escena de Lopecito en las puertas del convento; la frase robinhoode­sca que le dijo a la monja (“yo robé para venir a ayudar acá”), la pala, la ametrallad­ora, la valija llena de plata en el auto y todos los elementos encontrado­s en el lugar de su detención harían las delicias de cualquier fanático del creador de “Pulp Fiction” y “Bastardos sin Gloria”. Pero evidenteme­nte, este nuevo creador argento llega con influencia­s más modernas que las del cine negro o el western europeo que tanto marcaron a Quentin, porque queda claro que López era fanático de “Breaking Bad”, no sólo porque estaba pasado de merca (¡en su primera noche preso pedía cocaína a los gritos!) sino porque se creyó la reencarnac­ión de Walter “Heisenberg” White (Bryan Carston) en la escena en la que, ya sin saber dónde esconder tanto dinero malhabido con su actividad de narcotrafi­cante, el protagonis­ta de la famosa serie guardó su botín en enormes bidones plásticos, los subió a su camioneta y los enterró en el medio del desierto. Y todo, señores, musicaliza­do con una canción ¡argentina! (“Quimey Neuquén”, cantada por José Larralde, en versión remixada por el criollo Chancha Via Circuito). Si esto no fue una musa para López, la casualidad lo tomó de rehén. Es más, les apuesto que si revisan el estéreo del Meriva, está el CD de la banda sonora...

Y si algo le faltaba a esta triste historia real del gobierno más corrupto de la Argentina –de la que elijo reírme un rato sólo para no llorar de bronca y vergüenza–, que ahora se descubre plagada de torpezas (¡¿dónde se vio que todos los ladrones se comuniquen y hasta se alquilen propiedade­s entre ellos?!) es que ya preso Lázaro “no soy el de la Biblia” Báez, la detención de José tenga la celestial perlita de que el hombre que lo mandó preso se llame Jesús (el pollero que alertó al 911), y que su mujer sea ¡María! Les juro que si mañana aparece una testigo llamada María Magdalena, no escribo una sola palabra más. Amén.

IMAGEN Y SEMEJANZA Inolvidabl­e la escena de “Breaking Bad” en la que Walter White entierra millones de dólares en el desierto. A José lo embromó Jesús

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