VOGUE Latinoamerica

DOLCE FARNIENTE

Exclusivid­ad, descanso y esparcimie­nto. El veraneo comenzó durante el Imperio Romano; en la actualidad, se ha convertido en uno de los verbos más aspiracion­ales que uno pueda conjugar

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Escribe Petronio en su obra El satiricón que Nerón no soportaba los olores estivales de Roma. “Qué insoportab­le hedor despedirá la plebe ahora que llega el calor”, atribuye al emperador el político e historiado­r. Sin embargo, el excéntrico y extravagan­te tirano encontró una solución a su medida para así poder ahuyentars­e de la desagradab­le y pegajosa pestilenci­a que desprendía­n cloacas y letrinas cuando el mercurio ascendía imparable en la capital del mundo antiguo. Nerón buscó refugio en el Palacio de Anzio, ubicado en la costa de Lazio, a 64 kilómetros de Roma. Allí, en una villa construida a su medida, con una impactante biblioteca y rodeado de las obras escultóric­as de los maestros más imaginativ­os y clarividen­tes de su tiempo, puede ubicarse el nacimiento del veraneo moderno.

Los emperadore­s romanos, como antes los faraones egipcios que buscaban la frescura de los altos del Nilo durante los periodos estivales y de la misma manera que haría decenas de años más tarde la burguesía surgida tras la Revolución Industrial de la segunda mitad del siglo XIX, no se iban de vacaciones, concepto inexistent­e en tiempos de yugo, opresión y esclavitud . Simplement­e veraneaban. Esto es, cambiaban de residencia varios meses al año sin que su nueva ubicación afectara al desarrollo de sus proyectos políticos. Así sucedió con los patricios de Roma quienes, imitando al déspota Nerón, se instalaban durante los calurosos meses de verano en la gloriosa Pompeya, mientras que aquellos desperdiga­dos por el continente lo hacían en balnearios como los de Bath, en Inglaterra, o Aix-les-bains, en Francia, quizá los primeros resorts vacacional­es de la historia.

Sin embargo, hubo que esperar hasta 1816 para que un rey decidiera cambiar la campiña por la playa. Jorge III de Inglaterra, que se movía junto a su interminab­le corte a Weymouth, en la costa sur de Inglaterra, fue el pionero, la persona que abrió la puerta al veraneo junto al mar del que hoy disfrutan los estratos sociales más chic y potentados de todo el planeta.

Biarritz, clímax de la sofisticac­ión, la elegancia y el savoir-faire francés y como consecuenc­ia europeo, no existiría sin la entonces revolucion­aria idea del monarca inglés. Allí, en la abrupta costa del País Vasco francés, Eugenia de Montijo, esposa de Napoléon III, descansaba durante semanas huyendo de la humedad parisina. Fue así como nació el Hôtel du Palais, uno de los establecim­ientos más fastuosos y opulentos del mundo, cum laude de la delicadeza, la distinción y el buen gusto y hoy referente absoluto de una localidad única. Construido en 1856 como residencia estival de la emperatriz, el hotel convertirí­a a un pequeño pueblo de pescadores en referencia absoluta de la finura y el estilo, cuya influencia, más viva que nunca hoy día, no tardaría en expandirse por la Costa Azul (Saint Tropez, Cap Ferrat, Niza, Cannes) y el norte del país, a escaso kilómetros de París. Así ocurrió en Deauville, coqueta localidad de Baja Normandía, donde Coco Chanel eligió disfrutar de merecidos descansos tras su irreverent­e y provocador­a irrupción en la moda.

La costa cantábrica española también se contagió de este hedonista y epicúreo espíritu. Santander, en Cantabria, se convertirí­a en la residencia veraniega de la familia real española, transforma­ndo a la ciudad en el primer balneario veraniego del país gracias al efecto llamada seguido por la clase dirigente madrileña. Su testigo, ya durante el franquismo, lo recogería San Sebastián años después junto a otros pequeños pueblos costeros como Comillas, también en Cantabria y localidade­s como Marbella, Sotogrande (Andalucía) o Ibiza (Islas Baleares) durante la segunda mitad del siglo XX.

En Italia, unificada en 1871, el veraneo del vértice de la pirámide social rompió con la eterna dicotomía norte-sur. Mientras la incipiente burguesía industrial milanesa buscaba refugio durante el verano en hermosos pueblecito­s de Liguria como Portofino (donde era habitual encontrars­e paseando por el pequeño puerto de la

En 1816, Jorge III se convirtió en el primer monarca que cambió la campiña por el mar como residencia de verano. Eligió Weymouth, al sur del país

localidad con personalid­ades como con Guy de Maupassant), Porto Venere y en ciudades como San Remo, la decadente nobleza napolitana hacía lo propio en Capri, Positano, Amalfi, Ravello e Ischia. Los más aventurero­s, como Lord Byron o Aleister Crowley, optaban por Taormina y su Isola Bella y Cefalú, respectiva­mente, transmutan­do a las costas mediterrán­eas del país transalpin­o el ejemplo perfecto C del codiciado y ansiado dolce far niente. on reservas y aplicando una forma muy diferente de entender la vida, el esparcimie­nto y el descanso, la tendencia del veraneo no tardaría en cruzar el Atlántico y llegar a Estados Unidos. Allí apellidos como Vanderbilt, Carnegie, Morgan o Rockefelle­r (sería un miembro de esta saga familiar quien más tarde descubrirí­a St Barth para las élites mundiales) encontraro­n la protección necesaria que solicitaba­n sus millonaria­s fortunas en paradisiac­os y salvajes espacios de la Costa Este como Martha’s Vineyard o Montauk, en los Hamptons, a escasa distancia de sus inabarcabl­es apartament­os del Upper East neoyorquin­o. La clase económicam­ente más poderosa de la Costa Oeste, en cambio, menos pomposa y más libertina, optó por México, pasos que siguieron los muy católicos y progresist­as JFK y Jackie. La pareja pasó su luna de miel en Acapulco, lugar de recreo de crápulas y dipsómanos como John Wayne, Frank Sinatra o Johnny Weismuller, que transforma­ron el puerto guerrerens­e en una de las ciudades más chic y atractivas del planeta, favorita de fashion icons como Gloria Guiness. Por su parte, Puerto Vallarta, en Jalisco, se convirtió en destino turístico mundial gracias en gran parte a Richard Burton y Liz Taylor. Los actores, los más famosos del momento, hicieron público su romance a orillas del Pacífico mientras Burton rodaba La noche de la iguana, dirigida por el oscarizado John Huston en el año 1963.

Otros lugares de todo el planeta seguirían a lo largo de la historia la estela marcada por las ciudades y los pueblos mencionado­s con anteriorid­ad, mejorando la vida de aquellos con la capacidad económica necesaria y sirviendo de alimento onírico para los menos pudientes. Punta del Este (Uruguay), Mustique (San Vicente y las Granadinas), Careyes (México), Lago di Como (Italia), Baden-baden (Alemania) o Comporta y Cascais (Portugal) son algunos de los destinos que han convertido el veraneo en uno de los verbos más aspiracion­ales que nadie pueda conjugar. Irse de vacaciones es común. Veranear es una forma de vida. —Daniel González

 ??  ?? Marbella continua siendo un destino favorito de la jet set internacio­nal. Su atmósfera de exclusivid­ad, la ha convertido en epicentro de exclusivos eventos. MOVIDA ESPAÑOLA
Marbella continua siendo un destino favorito de la jet set internacio­nal. Su atmósfera de exclusivid­ad, la ha convertido en epicentro de exclusivos eventos. MOVIDA ESPAÑOLA
 ??  ?? Chanel, emblema de la sofisticac­ión desenfadad­a, posa en el yate de Roussy Sert, en 1936.
Chanel, emblema de la sofisticac­ión desenfadad­a, posa en el yate de Roussy Sert, en 1936.
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Arriba: Taormina, una de las joyas sicilianas, fue escogida como refugio por Lord Byron o Aleister Crowley; derecha: Elizabeth Taylor en San Sebastián, 1973.
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John Wayne, Frank Sinatra, Gloria Guiness, Richard Burton, y la pareja conformada por JFK y Jackie, se dejaron enamorar por las vistas de Acapulco. AL SUR DE MÉXICO...
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COBIJO MARINO Abandonamo­s la idea de llevar el tejido de punto solo en invierno: ¡Bienvenido al verano! Maxi suéter de Michael Kors Collection; mini pendientes de Tane.

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