CLÁSICO QUE VUELVE
Repasamos el legado de Blade Runner a propósito de su anunciada y esperada secuela
Blade Runner 2049 se presenta como la secuela más esperada del año
Dice Italo Calvino que aquello que define el carácter clásico de una obra es su capacidad para no agotarse jamás. Un clásico, plantea el escritor italiano, es aquello que “nunca termina de decir lo que tiene que decir”. Esta condición de inmunidad ante el tiempo, en ocasiones no sólo se manifiesta en la resistencia a la caducidad, sino también en la falta de sintonía que algunas obras padecen con el contexto que las ve nacer. En octubre de este año el cineasta estadounidense Ridley Scott enfrentará uno de los riesgos más grandes de su carrera con el lanzamiento de la secuela de la que quizá sea su cinta más emblemática: Blade Runner. Tras su estreno en 1982 la cinta tuvo una recepción entre fría y ambigua. Fue rápidamente opacada por otra película de ciencia ficción ( E.T.) y parecía destinada al olvido. Hoy Blade Runner forma parte del canon cinematográfico del siglo XX. El periódico inglés The Guardian la nombró la mejor película de ciencia ficción de todos los tiempos. A 35 años de su lanzamiento, la vigencia de esta cinta ha exacerbado la urgencia de su mensaje. Nuestro mundo se ha acercado de forma espeluznante a aquel trazado por Scott enalteciendo la visión de aquél en detrimento de nuestro tiempo. Blade Runner acontece en la ciudad de Los Ángeles en el año 2019. La corporación Tyrell ha diseñado un modelo de androides llamado Nexus 6 que supera a los seres humanos en todos los sentidos posibles. No sólo ahí donde las máquinas hace tiempo que trascendieron las limitaciones humanas (fuerza e inteligencia) sino también en un ámbito que se creía exclusivo para nuestra especie: el registro de nuestras emociones. Los Nexus 6 le han dado una vuelta de tuerca a las intenciones de su demiurgo al desarrollar el que quizá sea el rasgo esencial de nuestra psique: el miedo a la muerte y la consecuente búsqueda por trascender. En uno de los diálogos más hermosos de la película, el líder de la banda de replicantes que busca curar a su grey de la mortalidad, dice: “Si tú supieras lo que han visto tus ojos. Naves de combate en llamas posadas sobre los hombros de Orión. He visto rayos láser brillar en la oscuridad cerca de las compuertas de Tannhäuser. Todos estos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas bajo la lluvia”. Al percatarse de que la mortalidad es una enfermedad incurable, Roy Batty, mata a su creador arrojando a su especie hacia la orfandad existencial, de la misma manera en la que los seres humanos hemos aniquilado a los Dioses de la tierra. La pregunta central de Blade Runner es en buena medida la pregunta esencial de casi cualquier impulso artístico: ¿qué significa ser humano? Scott embiste contra esta disyuntiva no sólo desde la dimensión existencial más absoluta (qué nos diferencia de las máquinas) sino que disecciona algunas de las fuerzas que han interferido en el delineado del mundo contemporáneo. Específicamente, Scott ha puesto bajo la lupa, no sólo en esta película sino en muchas otras como The Martian, la febril obsesión de nuestra cultura por la tecnología y la forma tan obtusa en la que hemos depositado en ella nuestra noción de progreso. El mundo no había visto desde la Revolución Industrial una explosión tecnológica que cambiara de manera tan drástica y radical la noción misma de lo que significa la experiencia humana. Las nociones de “lo social” se han transformado al superponer a la dimensión física (el contacto de unos con otros) una dimensión virtual que escinde la existencia entre las vivencias corporales (cada vez más arrinconadas) y las experiencias virtuales (cada vez más avasallantes). El eslogan de la corporación Tyrell es “Más humano que lo humano”, advirtiendo que la noción de lo que entendemos por vida se encuentra en franco proceso de transformación. En la relación que existe entre el héroe de la película, el detective Deckard interpretado por Harrison Ford, y la replicante Rachel, no parece mediar ningún artificio fuera de que en su caso la ilusión del “amor eterno” es algo inadmisible: Rachel es un androide con un ciclo de vida predefinido. “Es una pena que ella no vaya a vivir”, le dice un policía a Deckard hacia el final de la pelí-