LA BELLEZA COMO ESTRATEGIA POLÍTICA
El garbo pícaro de Justin Trudeau, la mirada juguetona de Barack Obama, la apostura de Emmanuel Macron tienen mucho más en común de lo que parece: pertenecen a una selecta categoría del mercadeo político. No solo se vota por los planes de gobierno y las reformas —aunque la política debería ser un terreno en el que las ideas prevalezcan por encima de cualquier otra consideración— la realidad es que la belleza física también influye. Y mucho. The Looks Of A Winner:
Beauty, Gender and Electoral Success es una investigación de 2007, centrada en políticas finlandesas, que muestra que las aspirantes más agraciadas tenían un incremento del 17 al 20 por ciento en el número de votos. De igual manera, un estudio de American Politics Research, publicado en 2014, define un factor al que llama el “bono de la belleza”. Esta peculiar prestación consiste en que un candidato extremadamente atractivo que se enfrente a uno poco agraciado tiene una ventaja de hasta un 10 por ciento sobre su rival. Pero, a decir verdad, la preeminencia de lo bello en el acto de comunicar e influir no es nada nuevo. Al aplicarlo en el campo de la política y específicamente a ese momento medular que son las elecciones, justas mediáticas por excelencia, más podríamos hablar de carisma. Este término griego es usado para designar la belleza, el encanto y la gracia que poseen ciertas personas. Es ese je ne sais
quoi que logra subvertir los intereses individuales en pos de una tarea colectiva, es el sello de un líder excepcional que forja nuevos ritos sociales o desentierra viejas tradiciones incorporándolas a su discurso. Es el caso de la dinastía Kennedy, Bobby y Jack, quienes eran el prototipo de los machos alfa bellos, ricos e influyentes, pero es un fenómeno que también se presenta( en políticos que no poseen una belleza convencional. Es el caso del venezolano Hugo Chávez, el cubano Fidel Castro o el ruso Vladimir Putin que encarnan un magnetismo animal ( más cercano a la virilidad atávica que a los estereotipos tradicionales de cierta belleza occidental. Como bien dicen los estudios científicos la apostura se convierte en un factor determinante durante las elecciones, cuando todos los candidatos son una promesa y sus gestiones aún no empiezan. Sin embargo, la verdadera prueba de fuego es el gobierno cuando las caras bonitas no ayudan si no han sido respaldadas por buenas decisiones. Un ejemplo dramático es el mexicano Enrique Peña Nieto quien tiene muy bajos niveles de aprobación por los escándalos de corrupción y derechos humanos que han sucedido durante su gestión.“en lo bello, el hombre se pone a sí mismo como medida de la perfección… y se adora en ello”, escribió Nietszche en El crepúsculo de los dioses. Ahora podríamos agregar que también votamos por eso. —Albinson Linares