EL AURA DE GIANNI Y MIAMI
Una mirada a la Ciudad del Sol de los años noventa, el día que el genio creativo de la eterna medusa cerró la última pasarela de su vida
Vista desde la acera del mar, esta estructura desentona con el entorno de fachadas Art Déco y las irredentas trampas para turistas que pululan en su vecindad. Sin embargo, gracias a quien la habitó una vez, es la más célebre y bien plantada de todas las edificaciones en esta entelequia geográfica que muchos aman odiar. Estoy parado frente al arquetipo de exceso equilibrado del Miami de los años noventa; el Sobe de Gianni Versace. Desde el nacimiento de la firma, y durante 19 años, el auténtico estilo Versace de entonces, revalidó para quienes estuvimos allí las líneas arquitectónicas del arte grecorromano, les adicionó la dosis perfecta de pop urbano y redondeó cada textura, estampado y golpe cromático con el hedonismo de toda una era. El fervor por la vida que irradió Gianni dominó las front rows, se adueñó de los escenarios, se impuso en las pantallas y tuvo como embajadores a fetiches icónicos. Él vistió a Madonna, The Sex Pistols, Elizabeth Hurley y a cada una de aquellas anónimas aspirantes a celebridad que se posaban sobre Ocean Drive, tatuadas con la impertérrita medusa y amalgamando en sus bolsos la Tora, una Biblia, caracoles de santería y la última edición de Vogue. Tanto marcó Versace a Miami, que ya no se marcha nunca esos monumentos vernáculos del Mediterranean Revival con su trabalenguas estilístico. Allí, un día de 1997, hizo su último saludo tras la pasarela incomparable que fue su vida. No olvido aquel día en que todos cantamos de dolor... Justo al lado de donde había caído Gianni, Albita sincopaba golpes de son cubano. Apenas un paso a la izquierda, Renata Scotto se desgarraba a puro sopranazo en un remix inexplicable —O a me, sceso al trono dall’alto Paradiso— , mientras un coro multicolor de hombres-hembras se hacía lamento: