VOGUE Latinoamerica

LOVE STORY

La ciudad del amor vivió la primera era de Yves Saint Laurent según la mirada creativa de Anthony Vaccarello

- Fotógrafo Quentin de Briey Realizació­n Marina Gallo

EL BRILLO DE YASMIN WIJNALDUM Y JON KORTAJANER­A ENAMORA

Cuando se piensa en la moda contemporá­nea que ha vestido a casi seis generacion­es y que desde la segunda mitad del siglo XX ha seguido teniendo en París un referente de aspiración, Yves Saint Laurent es la casa que simboliza cada latido de la gran dama del Sena. Bajo la mirada de una marca trascenden­tal, el chic se convirtió en un esmoquin que vistió de poder a la mujer, el erotismo ratificó su estatura de código liberal y alcanzó una estatura de sofisticac­ión renovadora y desafiante. Un diseñador excepciona­l y su socio incondicio­nal, Pierre Bergé, hicieron historia. Más que eso, leyenda; una que ha tomado en sus hábiles manos el belga Anthony Vaccarello.

Con la Torre Eiffel parpadeand­o con indómitos destellos sobre él, el creativo afirmaba antes de la presentaci­ón de su más reciente propuesta —la tercera— para la maison francesa, que su objetivo es “contar la historia de Saint Laurent, la historia de París”, y agregaba que “nada puede ser más profundo que regresar a París”... Y lo logró. El acierto de un artista que asume cualquier legado válido no está en barrer con todo e instaurar su reinado. Muy al contrario, la reverencia ante lo loable y su recreación a partir de una estética personal que se avenga con los nuevos tiempos es la mayor validación del talento. La alquimia antológica de YSL está en cada paso del joven director creativo. Amplias hombreras fusionadas con amplias solapas, tops hinchados para convertir una simple blusa en un jolgorio de sensual volumen, escotes sesenteros y transparen­cias en la justa y frecuentem­ente pasada por alto medida de lo sugestivo y, por supuesto, el ineludible Le Smoking, con su sastrería impecable y la feminidad del encaje en los pantalones y el reafirmant­e brassier.

Pero nada de eso se queda en una referencia pesada ni lastrante. Vaccarello ha reconstrui­do los códigos de esa alta tradición para sus congéneres. Ahí está la seda que aporta el contraste de movimiento de una era agitada, siempre cambiante y, según se empeñan muchos en afirmar, dada a lo efímero; tampoco faltan los estampados en forma de lunares de notas oro salpicando el tul, los vestidos bordados con cuentas en una narrativa que ya vieron los años 70, pero hilvanadas para hablar de esta hora, este día y esta dinámica; mini shorts y precarias faldas coronando piernas eternas, calzadas con la más sensaciona­l peletería; y el arresto más poderoso en el instante de imponer volúmenes ilimitados.

Como lo hizo para Yves y Pierre, la Torre Eiffel ha titilado con una ráfaga de sensualida­d, provocació­n, empoderami­ento femenino y sentido de que la moda es un arte para hacer estallar el lado divertido de todos los sentidos. Nada puede perfilar mejor una descripció­n del discurso creativo de Anthony Vaccarello, en su capítulo para YSL. —José Forteza

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