Nirvana azul
Las islas asiáticas de Las Maldivas ofrecen un espectáculo, que va desde el cielo hasta bajo el mar
Sobre y bajo el agua, el encanto de las islas Maldivas es... ¡Irresistible!
El color azul tiene varios significados. Es ubicuo como el cielo, deslavado y empolvado sobre la Ciudad de México, sin límites y fresco en Buenos Aires; como el mar, casi negro en su profundidad, hasta claro como un diamante en sus orillas; o la caja de Tiffany & Co. con su mítico tono. Pero en Las Maldivas, la nación del Océano Indio compuesta por alrededor de 1.200 islas sobre un área más o menos del tamaño de Portugal, el azul es todo menos definido. A lo largo de los bajíos de la arena blanca es vívido a un extremo casi neón. En la parte más profunda, conforme las paredes de coral empiezan a bajar y el mar se aleja hasta el infinito, se intensifica al índigo Yves Klein. Ver esta paleta altera los sentidos. Como periodista de moda y lifestyle viajo mucho. En el 2017, estuve en Kaliningrad y San Petersburgo, Abu Dhabi, La Habana, Nadi, Hong Kong, Seúl, las Bahamas, Ciudad de México, más a parte, el circuito de las semanas de la moda entre Nueva York, Londres, Milán y París. Por esto, estoy un poco agotado. Pero mi apatía se evaporó al momento en el que llegué a Malé, la caótica capital de Las Maldivas. Estaba en camino al St. Regis Maldives Vommuli Resort, un hotel recientemente abierto que está a 45 minutos en un hidroavión. Antes de subirte a este (el cual está en un muelle cerca del aeropuerto), el St. Regis ofrece un lounge ultra confortable para prepararte antes de despegar. Pedí un café helado y me fumé un cigarro bajo el calor. Estaba listo y emocionado. El vuelo al resort, localizado en un archipiélago llamado Dhaalu Atoll, es una aventura en sí. Trans Maldivian Airways es el operador más grande de hidroa-
viones en el mundo, y las vistas que se aprecian te dejan sin aliento. Vuelas a 900 metros; cada ola, arrecife y palmera se puede ver mientras te deslizas por arriba. Debo de haber tomado casi 400 fotos. Cuando llegas al St. Regis, rápidamente te transportan a tu alojamiento. Me quedé en una villa modernista que te deja con la boca abierta, diseñada para recordar a la boca abierta de una mantarraya, la cual puebla el área. Cada villa tiene una alberca privada, un muelle, una escalera para entrar al mar, un área de estar estilo lounge, mobiliario estilo italiano moderno, y casi igual de impresionante que todo, un solo ipad que controla todo — desde el aire acondicionado a la luz, hasta Netflix—. Sin embargo, para mí, el acceso privado al mar de la villa fue el elemento más atractivo y adictivo. Estoy obsesionado con el agua. Me gusta bucear, pero a veces me da claustrofobia. Ahora, he cambiado a free-diving, lo cual consiste en nadar hacia lo más profundo que puedas con un solo respiro para explorar las curiosidades del mar. Y las vistas en frente de la villa tampoco decepcionaron. Me encontré con una curiosa tortuga marina, que dio vueltas alrededor de mí con un ritmo que podría pertenecer al ballet; peces de arrecife de los colores de un amanecer tropical; moluscos con marcas ultravioleta y hasta un cauteloso tiburón white-tip de arrecife. Sin duda, el teatro debajo del agua de Las Maldivas fue uno de los mejores que he visto en el mundo.
Pero el St. Regis tiene mucho más que ofrecer: tenis, yoga antigravedad (yoga en una hamaca) o atardeceres que no se pueden superar. Pero encontré otro aspecto que fue el más encantador: ver estrellas. En una noche despejada, el cielo de Las Maldivas es brillante. Los pinchazos de luz, los planetas y las constelaciones forman una esfera de ensueño mientras ves hacia arriba desde la silla del muelle. Las pequeñas islas del hotel y las aguas que las rodean son extraordinarias, pero no hay nada como un recordatorio que somos granos microscópicos dentro de un esquema mucho más grande. Aunque seamos pequeños, prefiero estar aquí que en cualquier otra parte del universo. —Nick Remsen