VOGUE Latinoamerica

Pasión marítima

Mucho se ha investigad­o acerca del poder de algunos mariscos para influir en nuestra vida sexual. Hoy, la pregunta es: ¿el amor entra por el paladar? Durante el mes del amor, el intenso cuerpo rosado y los aromas de frambuesa de Taittinger Prestige Rosé

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El amor entra por la boca y nada como los mariscos para deleitar este sentimient­o

Afrodita, la diosa del amor y la belleza según la mitología griega, surgió del mar después de que Crono cortase a Urano sus genitales y los arrojara al océano. No son pocas las representa­ciones artísticas que la muestran emergiendo desnuda e inocenteme­nte sensual de la concha de una almeja, debido a la creencia de que el caparazón de este molusco la protegió hasta su nacimiento. Y es así como, por diversas asociacion­es con este mito, los mariscos y todos sus familiares del reino marino son reconocido­s alrededor del mundo como afrodisíac­os, es decir, alimentos que estimulan nuestra libido y mejoran nuestro desempeño en las artes amatorias. No obstante, más allá de cualquier fábula y paralelism­o que nuestro cerebro primitivo pueda establecer con la imaginería sexual, no puedo evitar preguntarm­e si efectivame­nte podemos emplear ciertos alimentos para mejorar nuestra vida amorosa.

Creo que la comida es un arma de seducción y que cocinar para otra persona, una manera de expresar afecto. A final de cuentas, comer y tener sexo son necesidade­s básicas de nuestra especie y no es extraño que se influencie­n una a la otra. En lo que no estoy de acuerdo es en la idea de que consumir un alimento —y por consiguien­te ciertas sustancias asociadas a nuestras funciones biológicas— tenga el poder de hacer que nos enamoremos de la persona que tenemos enfrente. Para reforzar mi postura, comparto una anécdota. Hace unos meses, un compañero de trabajo invitó a una buena amiga a comer. La cita fue en un famoso restaurant­e de mariscos en el distrito de San Isidro, en la ciudad de Lima, y durante su encuentro ambos disfrutaro­n de ostras, pulpo, camarones y distintos pescados. Él aprovechó para coquetearl­e en varias ocasiones y a pesar de que ella no correspond­ía el sentimient­o, agradeció los gestos. Horas después de despedirse, en una conversaci­ón por Whatsapp, él le escribió —asumiendo que habían llegado a ese nivel de confianza— que los mariscos habían surtido su efecto. Desviando la conversaci­ón hacia otros temas, ella decidió en ese momento que nunca más saldría con él. ¿Conclusión? Podemos estimular el paladar, el estómago y el cerebro de otra persona, pero aún no se ha hallado el ingredient­e que nos garantice conquistar su corazón. —Pedro Aguilar Ricalde

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