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Hace un año, fue el diseñador de calzado favorito del mundo de la moda. Ahora, como el nuevo director creativo de la línea de ropa para ellas de Salvatore Ferragamo, Paul Andrew le da un aire fresco de verano a una ‘rma que es patrimonio italiano

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Paul Andrew ocupa desde hace un año la dirección creativa de Salvatore Ferragamo, y en esta entrevista nos habla de los retos que enfrenta por mantener el legado de una firma insigne en el mundo de la moda.

Es la semana antes de su primer show como director creativo de las coleccione­s femeninas de Salvatore Ferragamo, Paul Andrew se sienta tranquilam­ente en la sala brillantem­ente iluminada de la sede de la compañía orentina en Milán, supervisan­do el casting. Cuando encuentra una modelo que le gusta, le pide a su estilista, Jodie Barnes, que “le arroje un poncho” para ver cómo se mueve. Las pocas elegidas pisan en ellos, mientras sus dobladillo­s se agitan en sintonía con la melodía de Forever Your Girl de Paula Abdul, el tema musical que forma parte de una lista de reproducci­ón en la que Andrew reúne los éxitos más increíbles de los 80. Con mejillas de manzana y un look juvenil que le da la apariencia de alguien una década más joven; Andrew, de 39 años, toma su ensalada de salmón mientras intercambi­a ideas con Barnes sobre la mujer ideal de la colección. “Es alguien que ha estado toda la noche de ‘esta”, dice Barnes, “y ahora tiene que levantarse y alimentar a los cerdos. Pero, ya sabes, muy propia”, explica.

El show que Andrew está orquestand­o tan fríamente no solo marcará su primera incursión en la indumentar­ia desde sus días en la escuela de moda en el Berkshire College of Art and Design, fuera de Londres; también será la primera presentaci­ón combinada de hombres y mujeres de Ferragamo. Andrew se unió a la compañía en 2016 como jefe de calzado de mujer, como parte de un trío de diseñadore­s que incluyó a Fulvio Rigoni, encargado de la línea de ropa femenina, y Guillaume

Meilland, que dirigió la moda y los accesorios masculinos de Ferragamo. Los zapatos coloridos y sexys de Andrew fueron un éxito inmediato, al igual que la línea de ropa para hombres de Meilland, con su elegante sastrería, prendas de punto de pluma y suntuosos artículos de cuero que minaron el lujoso patrimonio de diseño de la firma. Las presentaci­ones de Rigoni, sin embargo, no se conectaron con los consumidor­es, y después de tres temporadas, se le pidió a Andrew que trabajara estrechame­nte con Meilland para crear una visión singular para la marca. “Estaba un poco aprensivo sobre cómo iba a funcionar”, admitió Andrew ese mismo día durante el desayuno en el Bulgari Hotel de Milán, su base cuando no está en Florencia o Nueva York, donde se mudó de su Inglaterra natal hace casi 20 años. “Pero Guillaume ha sido increíble. He estado mirando algunas de las siluetas que creó, tanto para el outerwear como para algunos de los pantalones. Hemos hecho casi todas las adaptacion­es juntos”. De hecho, desde la promoción de Andrew, los dos diseñadore­s se reunieron una vez cada tres semanas para intercambi­ar ideas y compartir inspiracio­nes. También trabajarán juntos para crear campañas publicitar­ias. En el casting de la tarde, Meilland está allí para selecciona­r a los modelos masculinos. “Incluso antes de pensar en las prendas”, explica, “teníamos los colores en pedazos y telas”. Tanto las coleccione­s masculinas como femeninas están colgadas en los estantes que recubren la larga habitación. La obra de Andrew está inspirada en leyendas de Hollywood como Marlene Dietrich y Katharine Hepburn, que usaban los zapatos de Salvatore Ferragamo en su apogeo, y en dos temporadas de la serie The Crown. Aparte de los ponchos swishy, hay trajes inspirados en el armario masculino, botines de piel de avestruz, hermosas blusas de gasa de seda, y camisones modestos y medianos; todo en una paleta de cobalto, verde perico, ocre y un tono de lápiz labial rojo que Andrew sacó de las pinturas de Bronzino presentes en la Galería Uffizi. La ropa de hombre de Meilland está literalmen­te cortada de la misma tela (utilizó las mismas camisas, cueros y estampados de seda que Andrew). Sus largos abrigos complement­an la fluidez y la practicida­d de la ropa de su colega; mientras el uso de sólidos de Meilland concuerdan con el bloqueo del color de Paul.

Días más tarde, al final de su espectácul­o en la Borsa Italiana, los dos diseñadore­s presentaro­n un frente unido: cuando salen a tomar su arco, sus codos están vinculados y su trote de victoria se convierte en salto. La alentadora reacción de la prensa al día siguiente le daría motivos a los ejecutivos de Ferragamo para hacer lo mismo. El nombramien­to de Andrew el año pasado fue una sorpresa porque era conocido principalm­ente por su compañía de zapatos homónima, que lanzó en 2013 y que continúa supervisan­do. Al igual que su ropa, los zapatos que diseña para Ferragamo y su propia etiqueta son limpios, llamativos y usables. Siempre le han encantado las formas fuertes y el color audaz, incluidas las pieles y estampados exóticos brillantes como el arcoíris. “Tengo todos mis viejos cuadernos de bocetos”, dice recordando su época de estudiante. “Mi mano ha cambiado, pero lo que me atraía en aquel momento todavía resuena en mí: nunca me incliné por una línea de diseño complicada”. Sin embargo, se achica un poco cuando piensa en la colección que hizo para su graduación. “No tenía idea de que lo estaba haciendo, pero me inspiré en Paul Poiret, todo en terciopelo dorado”. La verdad es que no pudo haber sido tan malo. La vicepresid­enta creativa y de estilo de Farfetch, Yasmin Sewell, compró en su momento toda la colección para su tienda, Yasmin Cho, un hub para las jóvenes guapas de Londres. Aunque Andrew disfrutó diseñar la ropa, reconoce que las miles de horas que pasó trabajando en las sandalias color oro de la colección, le revelaron su gusto por hacer zapatos. Su primer paso en esa dirección, con la ayuda de Sewell, fue una pasantía en Alexander Mcqueen, trabajando en el diseño de calzado. “Esa fue la temporada que Mcqueen desfiló en Nueva York, y estar allí me dio un verdadero gusto por la ciudad”, recuerda Andrew. El problema era que su padre, un antiguo tapicero de la reina en el castillo de Windsor, no quería dejar flotando la carrera de su hijo y lo invitó a trabajar con él. “Al principio pensaba que era el lugar más aburrido de la historia, pero al final desarrollé una apreciació­n por las telas y los adornos más hermosos”. Poco tiempo después, aterrizó en las oficinas de Narciso Rodríguez para echar a andar el negocio de zapatos de la compañía, y produjo stilettos finos como una aguja, que no convencier­on lo suficiente. “Eran demasiado bajos esos tacones”, recuerda Andrew, pero está siendo duro consigo mismo. Luego vinieron los zapatos para Calvin Klein, y los zapatos y bolsos para Donna Karan, donde Andrew trabajó durante 13 años, sus últimos tres como consultor para poder establecer su propia empresa. “Donna me enseñó mucho sobre la importanci­a de un buen fit”, afirma. Poco después de comenzar su negocio, Andrew encargó un estudio con 500 mujeres de todo el mundo, “para establecer el fit perfecto para este momento”, agrega. “La gente usa tantos tenis ahora que la arquitectu­ra del pie realmente ha cambiado. Los zapateros italianos a menudo usan hormas de 30 años, pero hoy los pies se han extendido”. Andrew diseñó una almohadill­a hecha de espuma que ahora lleva en todos sus zapatos, tanto los que diseña para Ferragamo como los hace para su marca. El ajuste perfecto tiene que ser una prioridad para cualquiera que trabaje para Ferragamo, cuya feroz reputación de calidad, independie­ntemente del diseño, se basa en polos gemelos de

comodidad y durabilida­d. Salvatore Ferragamo no solo fue el diseñador más visionario de los zapatos de mujer en el siglo XX, también inventó la cuña de corcho, impulsó los tacones de aguja a nuevas alturas invisibles y combinó colores y materiales con un ingenio consumado. También fue un innovador técnico asombroso. Desde los primeros días de su compañía, fundada en Hollywood en 1923 y reubicada en Florencia en 1927, Ferragamo comenzó a desarrolla­r lo que equivaldrí­a a más de 350 patentes. “Salvatore desa†ó fronteras como nadie en ese momento”, dice Andrew. “Pensando out of the box ¦y no me estoy comparando con Salvatore, ¡eso es seguro!¦ me gusta la idea de derrumbar barreras”, a†rma Paul.

Para hacerlo, comenzó en los extensos archivos de Ferragamo, que albergan a más de 15,000 modelos en la sede de la empresa familiar en el palacio medieval Spini Feroni, en el centro de Florencia. Allí descubrió un talón en forma de bomba como una §or. “Me pregunté: ¿cómo Salvatore lo haría tan moderno?”, comenta Andrew. “¿Por qué no lo envío a una fábrica de automóvile­s y los recubro con la misma técnica que utilizan para un automóvil deportivo italiano? Lo que obtuvimos fue un zapato superliger­o y duradero, con el acabado dorado metálico más increíble”. Desde entonces se ha convertido en uno de los mejores vendidos de la compañía, y con suerte esta será una huella como el famoso estilo de hebilla Gancini de la casa. Por supuesto, no puede ser fácil tomar las riendas del diseño en una † rma cargada con una cultura familiar tan profunda y una herencia intimidant­e. “Cuando Salvatore murió, en 1960, mi abuela tenía 38 años”, dice James Ferragamo, de 46 años, quien supervisa los productos de cuero de Ferragamo. “Se preguntó si debería vender el negocio, ya que tenía seis hijos. Mi tía Fiamma, que tenía 19 años, o mi tío Massimo, que acababa de cumplir tres”, recuerda James. Fiamma y su hermana menor, Giovanna, de 17 años en el momento de la muerte de Salvatore, ya trabajaban en la empresa: Fiamma en zapatos y Giovanna creando la primera línea ready-to-wear de la empresa (la otra hermana, Fulvia, eventualme­nte diseñaría accesorios). “Mi abuela necesitaba encontrar la manera de involucrar a sus seis hijos en el negocio, para que todos se sintieran parte de él y no terminaran peleando”, con†esa James. Cuando los tres hijos de Ferragamo alcanzaron la mayoría de edad, su madre les asignó a cada uno deberes administra­tivos en diferentes mercados alrededor del mundo. Giovanna tenía 15 años cuando Salvatore I le encargó que creara ropa para complement­ar sus zapatos, establecie­ndo un diseño elegante y accesible que Andrew ha hecho bien en seguir. Esta conocía la mercancía de su padre íntimament­e, después de haber visitado su taller en el palazzo desde que tenía 10 años. Años después, Salvatore la envió a la escuela de moda por las tardes. “Empecé a juntar algunas muestras de una manera muy fácil”, dice ella. “Cada vez que tenía algunas ideas, tenía a una modista. Trabajaba en una pequeña o†cina en el palazzo justo al lado de la de mi padre, y él aparecía de vez en cuando”. Giovanna lo ayudó a organizar el primer des†le de la compañía, en el hotel Plaza, en 1958. “Era ropa deportiva, inspirada en el verano, con colores patchwork”. Eventualme­nte, Ferragamo abrió una tienda independie­nte en Beverly Hills, en la que los diseños de Giovanna despegaron con actrices y otras mujeres de Los Ángeles a las que les gustaba su fácil dirección. En los últimos años de la marca, Giovanna se ha apartado un poco, “aunque nunca dejo a ninguno de nuestros diseñadore­s solo”, advierte con una risa ronca. “Lo que vendemos siempre está bajo el nombre de Salvatore Ferragamo, ¡y tienen que respetar eso!”.

El debut de Andrew ciertament­e reconoció el legado de ropa deportiva de la marca, lujosa pero no pesada, so†sticada pero no engañosa. “No me interesaba crear un lienzo aburrido para exhibir los zapatos”, expresa Andrew sobre su acercamien­to, aunque se aseguró de cortar los pantalones en el tobillo para no ocultar su calzado. “Se trataba más bien de presentar a Ferragamo a una nueva generación, tomando los códigos que Salvatore había creado y haciéndolo­s geniales. Estamos en un momento de empoderami­ento para las mujeres. Me gusta que haya una fortaleza para lo que hemos hecho”, concluyó. ALEXANDRA MARSHALL

“SALVATORE FERRAGAMO DESAFIÓ FRONTERAS COMO NADIE EN SU TIEMPO”, DICE ANDREW. “NO ME ESTOY COMPARANDO CON ÉL, PERO ME GUSTA LA IDEA DE DERRUMBAR BARRERAS”

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