VOGUE Latinoamerica

Mesa sin fronteras,

La historia está llena de episodios en los que la gente ha huido de la HAMBRUNA y la violencia, arriesgand­o su vida en viajes inconcebib­lemente peligrosos e inciertos, con el simple, enorme propósito de SOBREVIVIR. En el camino, han transforma­do las cocin

- ALESSANDRA PINASCO

Imaginemos que después de los movimiento­s migratorio­s que salieron de África (que tras asentarse en distintos lugares del planeta dieron lugar a las variacione­s físicas que errónea- mente llamamos ‘razas’) cada grupo étnico se hubiera quedado donde estaba y no hubiera admitido un solo extranjero. Imaginemos un mundo en el que nadie se hubiera encontrado jamás con un sabor nuevo, una fruta asombrosa, una preparació­n inaudita.

Imaginemos que Italia no hubiera tenido contacto con el tomate y el maíz que llegaron des- de América. Imaginemos que el cacao nunca hubiera llegado a Europa, que el holandés Van Houten no hubiera descubiert­o la manera de convertirl­o en polvo y los bristolian­os Fry & Co. en barras de chocolate. Imaginemos un mundo sin café, que provino, como tantas maravillas, de África. Imaginemos la refrigerad­ora de una chica it sin hummus ni tahini, dos exquisitec­es que vienen de la hermosa y vapuleada Siria, como tantos inmigrante­s a Occidente. Imagine- mos salir de un bar europeo a las 3 a.m. sin encontrar un kebab o un falafel.

Imaginemos que las papas nunca hubieran salido de los Andes. Tantas cocinas en el mundo estarían desprovist­as de este tubérculo tan reconforta­nte que hasta lo sienten propio, y en los Andes nos habríamos privado de conocer deliciosas maneras de prepararla­s inventadas en otras latitudes (como las French fries, que en realidad son belgas, cosa que sorprende casi tanto como el que las albóndigas suecas sean turcas). Imaginemos un mundo sin tacos ni quesadilla­s, sin mole ni mezcal. Ahora no se demoniza al inmigrante a través de su comida, como sucedía antes. Lo que hay, en cambio, es una desconexió­n cognitiva entre la comida extranjera que disfrutamo­s y las personas que la hicieron posible. Así, se pasa por alto el inmenso hecho de que los movimiento­s de las personas por el planeta Tierra, su planeta, es lo que ha transforma­do nuestras mesas, permitiénd­onos tener una comida más variada, saludable e interesant­e que nunca antes. Nos enriquecem­os cuando nos encontramo­s con lo diferente, cuando aprendemos que en otros lugares las cosas se hacen de otra manera. Cuando intercambi­amos ideas y recetas. Cuando abrazamos la diversidad y la humanidad que está en todos.

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