VOGUE Latinoamerica

La estrella de la función, En una íntima conversaci­ón, la protagonis­ta del éxito La casa de papel, la española Úrsula Corberó, habla sobre sus inicios y futuro.

- Fotógrafo GORKA POSTIGO Realizació­n VITO CASTELO

Un televisivo colegio le abrió las puertas al público y la ficción La casa de papel la ha propulsado al ámbito sideral. Sin embargo, en la intimidad de su casa –escuchando a Rosalía y comiendo cachopo– ÚRSULA CORBERÓ se sincera con su amigo Brays Efe: las cosas siguen siendo más normales de lo que parece

Ursula Corberó (Barcelona, 1989) me recibe en su casa para cenar. Mañana viaja a Buenos Aires y prepara la maleta en ropa deportiva. Después, bajamos a un restaurant­e asturiano y pedimos cachopo y cogote de merluza para llevar y mientras suena Rosalía en Spotify, nos ponemos a conversar. Recuerdo bien cómo nos conocimos: fue en Gran Canaria, rodando Cómo

sobrevivir a una despedida (Manuela Burló, 2015). Era mi primera película, ella llevaba unas cuantas. Interpretá­bamos a dos amigos estereotíp­icos: yo hacía de amigo gay; ella, de amiga hipersexua­lizada. Nos hicimos amigos en ese instante. Es difícil creer que superarás el estereotip­o, pero me atrevo a pensar que lo hemos hecho: hoy, ambos somos protagonis­tas de dos series de Netflix. Yo, como una señora de mediana edad de nombre Paquita Salas. Ella en La casa de papel como Tokio, una de las mujeres más duras de la ficción internacio­nal en la serie de habla no inglesa más vista en la historia de la plataforma.

Aunque había hecho breves aparicione­s en la pequeña pantalla, de Mirall Trencat (TV3, 2002) a El Internado (Antena 3, 2007), fue en 2008 cuando Úrsula abandonó definitiva­mente su Barcelona natal para ser una de las caras del último fenómeno generacion­al de las series de nuestro país, Física o Química. Desde entonces, su carrera y presencia mediática no han parado de crecer, alcanzando cotas astronómic­as desde que La casa de

papel virase en fenómeno sin precedente­s a principios de año. Ahora, entre sus planes a corto plazo, guran la tercera temporada de la ficción de Netflix, El árbol de la sangre de Julio Medem o la continuaci­ón de Snatch, adaptación televisiva de la cinta de Guy Ritchie. Mientras desenvolve­mos el cachopo de su aluminio, ambos sabemos que en esta entrevista a cualquiera de los dos nos podría entrar un ataque de risa.

¿Tú querías ser actriz desde niña? Yo en lo que pensa- ba era en el espectácul­o. Iba a una academia de baile y cada vez que me subía al escenario a bailar ballet, jazz o claqué era el día más bonito del año, y me encantaba que la gente me mirara. Me gustaba mucho sentirme observada mientras hacía algo artísti- co. Desde los 5 años hacía moda, publicidad y siempre tuve una obsesión con la cámara. Con la que mejor me llevo en un rodaje es con ella, y mira que me llevo bien con muchas personas. ¿Y es eso lo que más te atrae hoy en día de la interpre- tación? Sí, totalmente. Me hace mucha gracia cómo la gente admira el hecho de ponernos a hacer algo frente a un equipo mientras nos graban, algo que a cualquier otro le daría ver- güenza. Me siento muy afortunada, no solo de ponerme frente a la cámara, sino de sentirme mejor que nunca en mi vida cuan- do lo hago. Me sube la adrenalina, me emociona. ¿Crees que te has convertido en un ícono sexual? Sí, creo que sí. No sé si está bien contestar eso, quizá es muy osa- do por mi parte. A lo mejor antes era más difícil identifica­r ese tipo de cosas, pero ahora teniendo redes sociales y viendo los comentario­s sobre ti... ¿Y tú, te sientes como tal? A veces me siento muy sex symbol conmigo misma y en otros momentos, como todo el mundo, me siento una mierda. Siempre me ha gusta mucho el poder femenino y, si te fijas, todas mis amigas son sex symbols. Es algo que va más allá de la belleza... Eso lo he sacado de mi madre; mi madre también lo es, sin duda.

Podríamos decir que ser considerad­a un ícono sexual también es un trabajo en sí mismo. ¿Lo has notado en tu trayectori­a? Sí, claro. Me ha costado mucho hacer personajes cuya caracterís­tica principal no fuera lo sexual. En los guiones, cada vez que aparece un personaje, hacen una descrip- ción del mismo para las actrices que puedan acudir al casting. No hace mucho, me topé con uno en el que pedían a una can- didata “pelirroja y ojerosa”. ¡Ojerosa! Hasta entonces todas las descripcio­nes de mis personajes habían sido idealizada­s, pero hasta que no te ofrecen algo distinto no te das cuenta.

¿Crees que en algunos de los proyectos en los que has actuado se ha vestido más a Úrsula que al per- sonaje que encarnabas? Sí, la gran mayoría de veces. En algunas de ellas, incluso, he tenido rodajes a los que he llegado enferma, con el abdomen hinchado y casi sin poder moverme, y me he encontrado un biquini en mi camerino. En esos momentos he pensado: “¿Por qué tengo que ir yo en biquini?”. Y aún no teniendo ninguna respuesta lógica, han insistido y me lo he puesto. Culpa mía.

Bueno, no solo tuya. Pero podría haber hecho algo más al respecto. Todos somos Me he consciente­s sentido mal de en cómo muchas funciona ocasiones la industria, en los rodajes. formes o no parte de ella. Esto no es ninguna novedad. Desde casa pa- rece todo muy puro, pero muchas veces no estás de acuerdo con lo que llevas en una escena. A medida que pasa el tiempo, a base de errores y palos, te das cuenta de que hay cosas que tienes que poner en los contratos si no quieres que vuelvan a pasar. Tu personaje de Tokio ha sido un cambio fundamenta­l en lo que estás describien­do, ¿no? Uno tiene que saber qué papel juega dentro de esa dinámica. A mí, a día de hoy, me escuchan mucho más cuando toca construir mi personaje que hace seis años. Siento que tengo más voz en ese sentido, cuando digo que esto lo llevaría por aquí o por allá. En La casa

de papel he sentido desde el principio que estaba creando un alter ego a nivel interno y externo, interpreta­tivo y físico. Yo no quería a Tokio con escotes ni ajustada. Es una antiheroín­a, con actitudes con las que cuesta empatizar. Hay veces que leyendo el guion he pensado que el público no la iba a entender. Pero me encanta porque no ha sido así, las mujeres por la calle me dicen que es un personaje con un buen par de ovarios. Y me encanta cuando lo habla con el personaje de Raquel, la policía, porque a pesar de ser enemi- gas se comprenden. Hablan de lo difícil que es ser una mujer en un mundo de hombres y que estos no abusen. ¿Cuándo te diste cuenta de que La casa de papel se estaba convirtien­do en un fenómeno global masivo? Fue muy repentino. En enero se estrenó en todos los países don- de Netflix está presente, y yo estaba en Uruguay con Chino (Darín, su pareja desde 2015). Una noche, salimos y empezó a pararme gente por la calle. Pensaba: “Qué casualidad que los cuatro gatos que han visto la serie estén aquí”. Con el tiempo me basé en ese medidor que es Instagram, y vi que la media de mis seguidores crecía unos 300.000 por semana. Que se tatúen tu cara también podría ser un medi-

dor fiable. Eso no me sorprende tanto, porque al final es la cara del personaje. Pero es que han pasado tantas cosas de este tipo... Una vez nos mandaron una foto de un estadio de fútbol en Arabia Saudí con una pancarta en la que los jugadores del equipo estaban con las capuchas de la serie. ¡Arabia Saudí! Y en el evento What’s Next que organizó Netflix en Roma, en abril de este año, cuando llegué a la habitación a descansar oía ruido en la calle, me asomé a la ventana y había 200 personas cantando el tema Bella

ciao que aparece en la serie. Yo me vine a vivir al centro de Madrid porque estaba lleno de extranjero­s, y ahora me tengo que ir.

En los últimos meses has subido cuatro millones de seguidores en Instagram. ¿Cómo ha evoluciona­do tu uso de las redes? Radicalmen­te. Ya no leo comentario­s. En el buzón de mensajes privados, cada vez que leo uno aparecen otros diez. La mayoría en idiomas que ni entiendo. Netflix ha conseguido algo que si nos lo cuentan hace diez años no nos lo creemos: que un actor o actriz o intérprete que no sea estadou- nidense pueda convertirs­e de repente en una estrella sin mover- se de su casa. Me siento muy orgullosa de darle visibilida­d a un proyecto español porque se está viniendo abajo esa idea de que todo lo bueno viene de Hollywood. Veo que realmente apuestan por cosas que no son solo enormes. Aunque ellos sean enormes, también creen en lo pequeñito. ¿Cuál crees que es la cosa que la gente piensa sobre ti que está más alejada de la realidad? Yo siempre muestro una parte muy concreta de mí. Cuando estoy en una entrevista o si voy a El Hormiguero, siempre me pongo una coraza. Lo he estado analizando mucho estos últimos meses. Me pongo en una actitud como de payasa, porque desde ahí puedes relativi- zarlo todo. Si te dicen algo que te sienta mal y te sientes ence- rrada, puedes hacer un comentario que puede sonar medio a broma, pero te estás defendiend­o. ¿Lo afrontas mejor desde la pose que desde la vulne-

rabilidad? La verdad es que sí. Por eso le he dado vueltas, y es que soy muy vulnerable. Aunque he aprendido que desde la vulnerabil­idad consigues más cosas. Me pasó en el rodaje de La

casa de papel. Nunca había hecho acción, todos los personajes que me habían dado hasta entonces eran más bien blandos, en ningún caso mujeres que pelearan o dispararan. Un día llegué a un límite en el que estaba muy cansada y no me veía capaz de seguir. Y en medio de una toma me puse a llorar y me tuve que ir a una esquina. El silencio que se creó en ese momento, no lo ha- bía vivido nunca en un rodaje. Y desde ese lugar, pude explicar lo que me pasaba y lo que necesitaba. ¿Qué es lo más difícil que has hecho en tu trabajo? Se me viene a la cabeza el día más difícil de rodaje de la serie, aunque creo que no te lo debería contar. El director quería que rompiera a llorar y yo no podía. Lo pasé muy mal, porque sabía que el equipo dependía de mí. ¿Por qué crees que no deberías contármelo? Considero que quizás la gente piensa algo tipo: “Esta, que es actriz y no le sale eso...”. A nadie les salen las cosas bien en su trabajo todos los días. Evidenteme­nte, no somos robots. No tenemos botones

de encendido y apagado. “¡Ahora llora! ¡Hoy enfádate!”. El caso es que estábamos casi terminando el rodaje, y tenía que llorar. Estábamos pasados de vueltas, y yo soy muy visceral y orgánica con las escenas. Si no sale, es por algo. En cuanto dijeron: “Ya está, nos vamos todos a casa porque Úrsula no llora. Hemos terminado la jornada de hoy”, me puse a llorar como una loca. Nunca había llorado tan fuerte en mi vida y todo el equipo, que ya estaba prácticame­nte fuera, volvió corriendo para grabarlo. Y ese momento está en la serie.

Ahora te vas a convertir en ‘chica Medem’. Ha sido increíble, yo nunca había hecho cine de autor, y de repente te llama Julio Medem y te dice que quiere que protagonic­es su película. Me asusté, pero me ha hecho sentirme una diosa y lo ha hecho todo muy fácil. Julio se emociona con las escenas, es muy especial y muy sensible; es un niño que se divierte. El primer día que nos sentamos y me explicó lo que íbamos a ha- cer, pensé que tenía que dar lo mejor de mí, no solo por lo obvio, también porque empaticé con la pasión de un director que buscaba que su película fuera increíble. ¿Qué es lo que más presión te genera de ser actriz? Siempre he tenido la idea de que para ser actor, y más cuando eres conocido, tienes que ser más culto y estar más informado de todo. Yo siempre he tenido ese complejo, porque en los mo- mentos libres que tengo, que son pocos, soy más de tirarme una hora bailando en el salón de casa que de tomar un periódico, y pienso: “Úrsula, deberías enriquecer­te un poco más”.

Pero precisamen­te has explicado antes que tu razón para actuar no es intelectua­l. De hecho, me ha sorpren- dido que te hayas declarado tan exhibicion­ista. ¿En serio? Pero cariño, yo siempre he sido muy exhibicion­ista.

¿Te da miedo que piensen que eres mala actriz? No. No me gustaría que la gente pensara que no soy consciente de todo lo que implica este trabajo. Lo que me da miedo es que piensen que no soy una persona normal. No cambiaría ninguno de los proyectos que he hecho, pero antes sí temía que la gente pudiera pensar que soy mala actriz, y eso me frustraba. Mi propósito en la vida no es que los demás piensen que soy buena, sino demos- trarme a mí misma que puedo llegar a serlo. Con el éxito de La casa de papel, ¿tu mente está puesta en hacer proyectos en el extranjero? Sí, me gustaría trabajar aquí y fuera. Me da igual dónde siempre que sean personajes y proyectos que me motiven. El cuándo no, espero que pronto. ¿Y no te daría pena dejar Madrid? (Ríe) Sí, me que- maría por dentro.

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