VOGUE Latinoamerica

Entre las migracione­s y el silencio,

Alondra de la Parra, la reconocida CONCERTIST­A de y origen mexicano, comparte su lado doméstico, infrecuent­e pero buscado, donde la quietud, la ausencia de SONIDOS y los momentos en su hogar con sus hijos son tan valorados como los aplausos que sigue ACUM

- Fotógrafa FERNANDA ROEL

Platicamos con Alondra de la Parra, la reconocida concertist­a de origen mexicano sobre su faceta familiar y doméstica.

Las alondras están entre las primeras aves en migrar al llegar la primavera. Es cuando nidifican y cualquier lugar puede ser su próximo hogar, en general en zonas abiertas —evita arboledas y matorrales; ¿acaso demasiado encierro?—, para asentarse por un tiempo en praderas, áreas de césped como aeropuerto­s o campos, tierras de arado. Por eso no sorprendió que el contacto con Alondra de la Parra comenzara justo en la primavera, con compromiso­s que le exigían un continuo traslado. El poeta Percy Bysshe Shelley, al igual que otros, encontró en la alondra tema de inspiració­n: ¿Qué objetos son la fuente de tu feliz gorjeo?, escribió. Fue hasta la llegada del otoño cuando la primera mujer en dirigir una orquesta en Nueva York encontró oportunida­d para hablar con Vogue de su lado más sencillo y la búsqueda del sentido opuesto por el que es admirada: el silencio. “Me encanta el silencio. Casi no escucho música cuando no estoy trabajando, porque es tanta la música que tengo que digerir que cuando llego a casa lo que quiero es silencio. Pero si tengo que escoger música, puede ser bossa nova. Me gusta mucho el jazz, la música de los años 20. Cuando estoy con mis hijos escucho música de niños o les pongo música sinfónica para que bailen y canten”, cuenta. Su revelación sorprende igual que su despreocup­ación por sus conquistas, entre las que se cuentan haber dirigido más de 100 orquestas en 22 países. “Lo interesant­e no son los títulos, obviamente me da mucho orgullo. Creo que lo interesant­e no es ser la primera sino que no la última, ¿no? Como cuando subes a una montaña, no estás viendo cuántos pasos te tomó llegar a la cima. Vas viendo lo que está en ese momento frente a tus pies y dónde vas a poner el siguiente paso”. En sus momentos de calma, dice, escoge colores: “Mi vestidor siempre está lleno de mucha ropa y muchos zapatos, con todas las versiones de ropa negra habidas y por haber. Cuando no trabajo uso la ropa normal, que es la ropa que me divierte y me gusta”. Entonces busca estar en su casa, que se reparte entre México y Australia, donde es directora titular de la orquesta sinfónica de Queensland. “Para mí la palabra casa significa mis hijos. Donde estén, es mi casa. Casa es ir al parque y disfrutar del silencio y cocinar”, revela. Cuando no le toca moverse, aprovecha para rodearse de flores (“las que me gusta que me regalen son las orquídeas”) y disfrutar de su casa, pues su premisa es que los objetos que están en ella deben fascinarle. “Como los cojines de la sala, hechos en Oaxaca, tejidos a mano por mujeres indígenas, que me fascinan. Siempre que los veo me da mucho gusto, dice. Allí se sienta y proyecta una de sus próximas metas: “Poder estar un poco más en paz. Siempre estoy corriendo, bajo mucha presión. Me encantaría encontrar paz”, concluye la joven Alondra, cuyo futuro cercano está marcado por un sinfín de presentaci­ones, que la llevarán al encuentro con audiencias que volverán a aplaudirla de pie, como en la última primavera. GISELA ANTONUCCIO

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“Me encanta el silencio. Casi no escucho música cuando no estoy trabajando, porque es tanta la música que tengo que digerir que cuando llego a casa lo que quiero es silencio”, afirma Alondra de la Parra a Vogue.
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