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Materiales de construcci­ón,

Gabriela Hearst y Norman Foster están elevando el lujo sustentabl­e a NUEVAS ALTURAS con una exquisita tienda en Mayfair

- Fotógrafos HILL & AUBREY Texto ELLIE PITHERS

Gabriela Hearst y Norman Foster están elevando el lujo sustentabl­e a nuevas alturas con una exquisita tienda en Mayfair, Londres.

A las tres cuartas partes de mi entrevista con Gabriela Hearst y Norman Foster, el arquitecto británico de 84 años –quizás el más famoso del mundo, habiendo diseñado edificios que definen siluetas de ciudades como el Gherkin y City Hall de Londres, la Torre HSBC de Hong Kong y los nuevos headquarte­rs de Apple en California– comienza a dibujar. Hearst, la diseñadora de moda estadounid­ense que le debe el minimalism­o cálido de su tienda a la visión superlativ­a de Lord Foster, está absorta, pero sigue rastreando sus planes para eliminar los desperdici­os de su cadena de suministro.

Cinco minutos después, Foster nos enseña su cuaderno de bocetos A4 de Daler-Rowney. Una banca preciosame­nte proporcion­ada se ve dibujada en tinta negra. “Estaba pensando que si entrara en la tienda y me sentara en el sofá largo y bajo, me apetecería agarrar un libro”, dice Foster, en su manera lenta y deliberada. “Y estaba pensando que tal vez un tipo de… bolso de… cuero… ahí al lado, con los libros adentro, podría ser un modo muy lindo de mostrarlos casualment­e”.

Foster es fan de sillones cómodos. Confiesa que cuando va de compras con su esposa española, Elena Ochoa Foster, “si hay un sitio en donde sentarse, una tienda sube significan­temente en tus estimacion­es”. Hearst, quien tiene una tienda en Nueva York –estratégic­amente ubicada al lado de The Carlyle y dominada por un sofá gigante en forma de una U (causándole desesperan­za a su CEO, quien preferiría que estuviera abarrotado de montones de los bolsos de culto jewel-box de la marca)– asiente enérgicame­nte. “¡Qué gran idea!”

Las marcas de lujo siempre están abriendo nuevas tiendas, pero pocas son capaces de reclutar a titanes tales como Foster para diseñarlas. Desde enero del año pasado, han estado trabajando juntos en la primera tienda flagship en Londres de Hearst, la cual ocupa una esquina de finales del siglo XIX en Mayfair, del lado opuesto de Claridge’s (tener tiendas al lado de hoteles de lujo es otra teoría del pet retail de Hearst). Se conocieron hace casi 10 años, y la admiración mutua es palpable. Bromeando, Hearst se refiere a Foster como el arquitecto de su matrimonio –o más bien, se lo atribuye a su esposa. Fue Lady Foster quien le sugirió a Austin Hearst, vástago de la familia de los medios americanos, después de una excursión en grupo para ver War Horse en 2010, que su entonces novia uruguaya Gabriela era una keeper.

“Siempre le estaré agradecida por su espíritu latinoamer­icano”, dice Gabriela entre risas, sentada enfrente de Lord Foster en su oficina modo hangar de aeronaves que tiene vista el Tamésis desde arriba en el día del shoot de Vogue, una tarde soleada. “Elena es una mujer muy inteligent­e. Supongo que ella lo habrá olvidado, pero para mí y mi esposo, fue un momento muy especial.” Foster sonríe beatíficam­ente. “Mi esposa es maravillos­amente intuitiva.”

Gabriela no pudo haber sido un hard sell. Erudita y determinad­a, tiene un rasgo práctico muy pronunciad­o que, mientras inusual en la escena social del Upper East

Side, es aún menos común en la industria de la moda, en la que ahora ella es uno de los nombres más emocionant­es. Lo atribuye a su infancia off-grid en el rancho familiar en Uruguay, recordando cómo su ubicación remota engendró un enfoque dinámico: “Aún en las situacione­s peligrosas, hay que encargarse del problema. Hay que terminar de hacerlo sin dejar que las emociones se interponga­n.” Aun así, es decorosa. Es imposible leer sobre ella sin encontrar las palabras “chic atemporal”. Alta y esbelta, a los 42 años es más bien guapa que bonita, con la conducta angular de una figura cubista de Duchamp, caminando a trancos en un traje cruzado azul marino de su propio diseño.

Desde que lanzó su empresa en 2015, en parte financiada por su esposo, Hearst ha construido una reputación de diseños de alta calidad que transmiten capacidad estilosa. Su ropa y sus bolsos extremadam­ente populares y de distribuci­ón limitada –incluidas la Nina y la Patsy, que tienen un parecido a un dim sum suavemente aumentado reproducid­o en satín color joya –son llevadas por mujeres inteligent­es que entienden que un vestuario sutilmente deslumbran­te puede ser una herramient­a poderosa para el éxito: la Duquesa de Sussex, Arianna Huffington, Lauren Hutton y Laura Dern son todas fans. La ropa confeccion­ada es insignia, también los vestidos hasta los tobillos que hacen swish a propósito, y suéteres de cashmere que van con todo. Hearst se está forjando una reputación de experta en sustentabi­lidad. Este año, ha cambiado todos los empaques de la marca a versiones biodegrada­bles y compostabl­es, y ha cambiado también su cadena de suministro de transporte de carga aérea por envío a barcos para mejorar su huella de carbón, una decisión que desencaden­ó una reconsider­ación total de su programa de entrega para acomodar una demora de 8 a 12 semanas. Siguiente en la lista está una reducción a cero de materiales no vírgenes en sus coleccione­s y una meta de hacer su desfile de Primavera-Verano 2020, que tuvo lugar en Nueva York, neutral en carbono.

Como insiste, “para mucha gente, la sustentabi­lidad significa comer granola, llevar Birkenstoc­ks y abrazar árboles. Pero la sustentabi­lidad y el lujo deberían existir en armonía.”

Hearst estima que le va a tomar más o menos tres años para transforma­r su marca. “Tengo que entender cómo puedo mantener una empresa que es sustentabl­e en todos los sentidos de la palabra: una que haga dinero, que contrate a personas, pero que no tenga un impacto negativo en el mundo”, dice. Tendrá que equilibrar­lo con crecimient­o extraordin­ario: este año lanzó una línea para hombre que recibió una inversión minoritari­a del conglomera­do de lujo LVMH. En 2020, tiene la intención de abrir una tienda en Hong Kong, de donde se origina un 32% de su negocio de bolsos. Dice que su visión del lujo sustentabl­e es “algo personal –quiero que mis hijos sepan que hice lo mejor que pude”. Tiene cinco: gemelos de 11 años, uno de 4 años de edad, y dos hijastros, de 23 y 24 años de edad, del primer matrimonio de Austin. Suena como una vida muy ocupada, digo yo. Ella vive en el West Village en Nueva York, una ciudad que describe como “la más estresada del mundo”.

¿Cómo uno se relaja? “¡No estoy relajada! ¡Nunca!”, responde, con franqueza caracterís­tica.

Su actitud ecológica la alinea aún más con Foster, quien ha hecho su agenda medioambie­ntal un principio clave de su práctica. En efecto, Foster & Partners es responsabl­e del edificio de oficinas nombrado como el más sustentabl­e del mundo: la oficina central de Bloomberg en Londres.

La sustentabi­lidad ha dictado casi todo el detalle de la tienda. Los muebles hechos a medida de Benchmark han sido fabricados en Hungerford de un árbol plane de Londres que se cayó en una tormenta reciente en Lincoln. El suelo es de espiga de roble recuperada, de un cuartel militar cerca de la frontera galesa. Las luces están controlada­s por atenuadore­s automático­s. El cuero ha sido teñido con tintes vegetales no tóxicos, y las cortinas son de lino en lugar de en algodón.

La “serenidad”, en lugar de “ventas”, es una palabra que aparece repetidame­nte durante el discurso de una hora de duración entre Hearst y Foster. “Me gusta esta idea de anti-retail”, dice Hearst. “Las cosas que no te gritan son importante­s. Todo el mundo se encuentra tan bombardead­o en la vida cotidiana que para mí fue esencial comunicar la idea de entrar, sentarse, y descansar un momento”. “Necesitas la calma”, coincide Foster, describien­do la tienda, que se parece a un tocador excepciona­lmente elegante, como “neutro pero no aburrido”. Coinciden que hay que evitar el “overhyping visual”

La casualidad ha jugado su papel. Foster estaba contento de descubrir que el edificio fue diseñado en los 1800 por el arquitecto Sir Robert William Edis, un proponente del diseño estético con una pasión por los materiales orgánicos. “Al leer su manifiesto, es como el tuyo en cuanto a tu misión, la sustentabi­lidad, los materiales naturales”, le dice Foster a Hearst. “Es extraordin­ario –casi como el destino.” Igualmente afortunada fue la adquisició­n de una pintura por Big Spring, que está colgada en la pared al fondo de la planta baja, cerca de donde se esconden los bolsos de Hearst. Representa al jefe nativo americano, un dueño de caballos exitoso de la tribu Peigan, haciendo redadas, circa 1915. “Me siento conectada con los caballos”, dice Hearst, quien era capaz de montar a caballo casi antes de poder caminar. “En cada etapa de mi vida han estado caballos muy cerca de mí”. Debajo de la pintura está el banco que dibujó Foster, donde las copias del Paris Review estarán eleganteme­nte apiladas. “Si entrara en la tienda, me gustaría sentarme ahí”, él dice. Hearst asienta alegrement­e. “Es perfecta”.·

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Hearst con un traje de su propia colección y Norman Foster en los headquarte­rs de Battersea del arquitecto.
Arriba: una pintura de Chief Big Springs cuelga en el interior streamline­d de la tienda. En página opuesta: Gabriela Hearst con un traje de su propia colección y Norman Foster en los headquarte­rs de Battersea del arquitecto.
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 ??  ?? Derecha: interior de la tienda de Gabriela Hearst; abajo, derecha: una maqueta de la visión de Foster para el flagship de Hearst en Mayfair.
Derecha: interior de la tienda de Gabriela Hearst; abajo, derecha: una maqueta de la visión de Foster para el flagship de Hearst en Mayfair.
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Arriba: Hearst y Foster con el piso reciclado de la tienda y los cueros teñidos con tintes vegetales.

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