VOGUE Latinoamerica

RAÍCES que flotan

Una travesía de vida, de urgencia: desde sus raíces ancladas en la selva del Chocó, a las impetuosas aguas del Orinoco en el estado de Amazonas, Venezuela. Esta es la historia de Liz y su retorno obligado a Colombia a causa de la crisis que, como a tantos

- Fotógrafa JUANITA ESCOBAR Texto ANAMARÍA BEDOYA

Liz no había nacido cuando sus padres abandonaro­n el

Chocó (un territorio de cultura afrocolomb­iana que fue el refugio de la población negra que huía del control y del agobio colonial) en la Costa Pacífica. Los padres de Liz huyeron lo más lejos posible. Peregrinar­on hacia el suroriente del país por paisajes desconocid­os, cruzaron los Andes, anduvieron por el Llano, navegaron por el impetuoso río Orinoco y llegaron a Puerto Ayacucho, en el Estado de Amazonas, Venezuela. Allí nació ella. Hace tres años regresó a Colombia, o más bien a la otra orilla del Orinoco, porque el río tiene dos orillas aunque los gobiernos solo reconozcan una. Llegó a Puerto Carreño con lo que tenía puesto, en cada mano un hijo y empezó a recorrer las rojizas calles polvorient­as vendiendo productos para el pelo con la intención de convertir los pesos en fajos de bolívares y alimentar a sus hijos. Pero fue en el puerto donde finalmente encontró su ancla: un militar que parecía compartir sus gustos. Ella le llamó amor a primera vista.

De Colombia quedaba un papel con una lista de apellidos, algunas fotos y documentos de identifica­ción personal.

Los exiliados que migraron a Venezuela fueron miles, pero

ningún registro oficial alcanzó a contarlos. Desplazado­s por la indiferenc­ia del Estado, empujados por el desempleo, desarraiga­dos de la exuberante tierra disputada por grupos enemigos, escupidos por el miedo a la muerte y al hambre.

Empezar de cero. Hacer del pasado derruido el abono para afrontar el presente, rebuscarse el sustento, aprender nuevos oficios, juntar la cuota del diario en otra moneda. Ser un desconocid­o. Ampararse bajo otras leyes. Comer pescados de otros ríos. Aprender nuevos mitos y leyendas. Moverse al compás de otros acentos.

Liz dice chama, cónchale, pana y, sin embargo, aunque a sus 32 años no ha ido ni una sola vez al Chocó, en su hablar hay un residuo del implosivo y vibrante dialecto del pacífico. Está adherida a ese lugar a más de mil kilómetros de distancia. Quiere ir con sus dos niños. Desea saber lo que se siente decir primo, tío, abuelo. Le gustaría vivir un aguacero en el lugar del mundo donde más llueve y bailar feroz y desenvuelt­a, porque si hay música a ella nada la detiene. Ha escuchado de esas parrandas que se arman en el mismísimo Chocó, donde los bafles son más grandes que las casas. Imagina sus caderas moviéndose al ritmo de una chirimía, un currulao, un bullerengu­e. Le gusta reír duro, alzando los pómulos suaves y oscilando el cuerpo en regocijo; pero en sus ojos angulosos se vislumbra, rodeando el iris ébano, una indudable tristeza.

El suyo no ha sido un retorno, ha sido el desexilio. El desexilio de los que empezaron a regresar porque en la nación hermana las cosas ya no eran como antes. Lo que consiguier­on durante años, se hizo pedazos que quedaron en el camino: puertas, barandas de camas, cuadernos, muñecos plásticos, platos, ollas, zapatos... El vestigio de otra huida. Huir del Estado venezolano, de la crisis fronteriza, de la depresión económica, de la represión política. Fueron más de 20 mil los colombiano­s que se largaron.

Ella habla sobre su madre que levantó a los hijos vendiendo empanadas en el Amazonas venezolano, el padre muerto antes de tiempo, los diplomas inútiles y desvaídos, los amores siempre idos, los máwaris (encantos del río) que quisieron llevarse a sus hijos, las promesas perdidas en el vocerío del puerto, las ofertas laborales como espejismos y la casa temporal para

MI SUEÑO ES IR AL CHOCÓ Y SIEMPRE LE HE DICHO A MI ESPOSO: ‘CÓNCHALE, QUE YO QUIERO TENER ESA DICHA DE PISAR EL CHOCÓ. DE PODER DECIR ESA PALABRA DE TÍO O PRIMO, PORQUE NOSOTROS ÚNICAMENTE CONOCEMOS PAPÁS Y HERMANOS’. MI SEGUNDO SUEÑO, SI VENEZUELA SE COMPONE, NI LO PENSARÍA DOS VECES PARA REGRESAR

guarecerse de la incertidum­bre, para cobijar un collage de familia y procurar que no se desbarate, para servir la comida sazonada con esmero; para orar en soledad y espantar los miedos al desarraigo, al abandono.

Testimonio de Liz

Hoy entré a Messenger y le escribí al presidente Duque, le estoy pidiendo ayuda, trabajo o una casa. Le estoy pidiendo mucho a Dios, si me sale esa casa sería la mujer más feliz... Yo hace rato ya me hubiera abierto de aquí (la casa junto a su marido policía en Puerto Carreño, Colombia). Es que yo no me salgo de aquí, porque no tengo a dónde ir, cómo voy a llevar mis hijos para Venezuela si los saqué de allá para que tuvieran una mejor educación, un mejor futuro. ¿Qué hay en Venezuela? Desgracias,

LIZ DICE CHAMA, CÓNCHALE, PANA Y, SIN EMBARGO, AUNQUE A SUS 32 AÑOS NO HA IDO NI UNA SOLA VEZ AL CHOCÓ, EN SU HABLAR HAY UN RESIDUO DEL IMPLOSIVO Y VIBRANTE DIALECTO DEL PACÍFICO. ESTÁ ADHERIDA A ESE LUGAR A MÁS DE MIL KILÓMETROS DE DISTANCIA

muertes, niños muriéndose de hambre, insegurida­d.

Yo le mandé este mensaje al presidente: ‘Buenas noches, mi querido presidente Duque. Lo saludo desde Puerto Carreño, Vichada, espero verlo pronto por acá. Mi Dios lo bendiga a usted y a su familia’. Me respondió: ‘Muchas gracias por escribirno­s, Liz, es un gusto saludarte, valoramos mucho cada una de tus palabras. Nos alegra saber que contamos con tu apoyo. Mensajes como el tuyo nos motivan a seguir dando lo mejor de nosotros para construir el país que todos soñamos. Amamos a Colombia y por eso trabajarem­os incansable­mente para hacer realidad cada compromiso que hemos hecho con los colombiano­s. Un fuerte abrazo’. Entonces, yo le escribí otras cosas esta mañana, vamos a ver si me responde más tarde.

Me gradué de Licenciada en Educación inicial pero como todo lo estudiamos en Ayacucho... Aquí quería meter mis papeles para trabajar, pero me dijeron que no me los valían por ser de Venezuela, que tenía que mandarlos a notariar, no sé qué poco de requisitos, y eso es plata, entonces lo dejé ahí.

Mi sueño es ir al Chocó y siempre le he dicho a mi esposo: ‘Cónchale, que yo quiero tener esa dicha de pisar el Chocó. De poder decir esa palabra de tío o primo, porque nosotros únicamente conocemos papás y hermanos’. Mi segundo sueño, si Venezuela se compone, ni lo pensaría dos veces para regresar. Pero si sigue como está, yo por allá no regreso. Y mi sueño aquí es conseguir algo: una casa, un trabajo, que yo pueda tener para darle a mis hijos, para sus estudios, para su futuro, para que el día de mañana no estén pasando ninguna necesidad. Que mis hijos no le estén mendigando un pan a nadie, sino que yo se los dé.

Eso debe ser una alegría muy grande, ir al Chocó, imagínese la música, la alegría. Yo bailo de todo, menos joropo. El joropo no me gusta, eso no es música que me trasnoche. Eso es como que uno estuviera matando hormigas, no me gusta.

Mi sueño, era conocer a mi abuela, ese era mi mayor sueño, pero ya mi abuela murió... Quisiera conocer a mis tías, tíos, primas, saber qué se siente decir tío, decir tía, qué se siente decir primo, porque yo no sé nada de eso, únicamente hermano, mamá, papá e hijo. Porque ni en fotos conocimos a mi abuela.

Yo a ese Orinoco le tengo mucho miedo, desde la última vez que mi hijo casi se me ahoga ahí quedé curada. Casi pierdo a mi hijito en el Orinoco. Dicen que en ese río hay muchos encantos, y hay gente que no cree en eso y es verdad: hay encantos.

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Liz sobre unas rocas gigantes y su manta roja a orillas del río Orinoco en Puerto Carreño.
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Arriba: Liz en las aguas del río Orinoco en Puerto Carreño; más arriba: cola de un bagre rayado del río Orinoco, cortado y listo para la venta en Puerto Carreño; abajo: árbol en el río Orinoco. En página opuesta: Liz en un breve sueño.
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