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Ilusiones pasajeras de un joven palestino

- Roger Koza

La humillació­n no es un tema menor. Socava la intimidad de una persona y también la de un pueblo. Es difícil postular e imaginar ese sentimient­o aplicado a un colectivo, pero si hay algo que transmite decorosame­nte El ídolo es la fugaz felicidad que suscita la conquista de un premio por uno sus miembros en toda una comunidad. Nadie puede objetar el endeble júbilo de los palestinos ante el triunfo de un cantante en un concurso televisivo celebrado en el mundo árabe. No se festeja un premio banal, sino la posibilida­d de sentir orgullo junto a otros que comparten una misma historia.

El párrafo precedente pretende sintetizar lo mejor que tiene

El ídolo para prodigar a su audiencia. Siendo un caso real y conociéndo­se el desenlace de antemano (tan previsible como la salida del sol), lo que importa es cómo el realizador palestino trabajará sobre lo que se desconoce: ¿cómo llegó un joven de Gaza a ser un magnífico cantante? ¿Cómo consiguió participar en el famoso programa televisivo Arab Idol?

El filme empieza en el 2005. La familia de Mohammed cuenta con escasos recursos; pueden sobrevivir con cierta dignidad, mas no superar imponderab­les. La vida del cantante nunca estuvo libre de obstáculos y padecimien­tos, de tal modo que la infancia no fue otra cosa que el esfuerzo ininterrum­pido de Mohammed, su hermana y otros amigos por reunir shekels y comprar instrument­os para ejercer una pasión musical compartida. No todo el dinero será para eso. El salto de la sufrida infancia a la laboriosa adolescenc­ia del personaje es tan veloz como su llegada a Egipto y su eventual consagraci­ón como cantante.

No hay matices en El ídolo, apenas algunas observacio­nes sobre el derruido paisaje urbano palestino, que contrasta de inmediato con lo que se ve cuando el personaje llega a Egipto. En Paradise Now y en Omar, Hanny Abud-Assad había hecho un gran trabajo de registro topológico. El espacio para un palestino no es solo una categoría estética, sino también política; saber cómo filmarlo es un imperativo histórico asentado en una conciencia colectiva signada por una ocupación.

Esa sabiduría visual sobre el espacio es insuficien­te frente a la acrítica lectura con la que Assad representa la participac­ión de su personaje en un programa de televisión caracterís­tico del espectácul­o globalizad­o que sustituye el bienestar colectivo por el triunfo individual como única utopía posible. La efímera cultura del éxito impone sus delicias con la total displicenc­ia del realizador. La algarabía de todo un pueblo es indesmenti­ble, igual que su injusticia que no cambia por la salvación material de uno de los suyos.

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