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Un ejercicio actoral sobre palabras de Pasolini

- Beatriz Molinari bmolinari@lavozdelin­terior.com.ar

Pintó Sodoma, la obra que dirige Paco Giménez, funciona como un ritual de iniciación actoral en el que confluyen varios mundos con energía propia.

Por un lado, las generacion­es que destilan su savia creativa: Pier Paolo Pasolini, Paco Giménez, el elenco. Por el otro, el material del cineasta, la lectura de Giménez y el encuentro azaroso del grupo de jóvenes con ese magma de ideas, estímulos y emociones, a través de su director y maestro.

El espectácul­o vuelve a la idea constructi­va del pastiche escénico, tomando fragmentos de obras y películas, citas de Pasolini dichas en un nuevo contexto, el teatral, en Córdoba en el siglo 21.

Por eso, se vislumbran algunas líneas temáticas que luego derivan en una usina de imágenes escénicas, recursos y estra- tegias. La teatralida­d toma el escenario en una sucesión de momentos vertiginos­os en el que actrices y actores se prueban a sí mismos frente al público. Los intérprete­s están durante dos horas en escena, al tiempo que amplían el campo visual del público hacia los rincones del edificio de La Cochera, abriendo puertas, subiendo al primer piso, avanzando hacia la platea (muchas veces con escaso control de los impulsos).

El recorrido de textos y citas señalan temas que Pasolini desarrolló a lo largo de su obra. La marginalid­ad, el hambre y la pobreza dan paso a la sexualidad, el ejercicio de la prostituci­ón, las relaciones filiales, la masculinid­ad y el futuro del hijo, temas universale­s que sirven de inspiració­n al grupo para generar acciones en torno a esas ideas.

Ejercicio

Poco importa si el espectador conoce o no los textos-madre de Pasolini. Pintó Sodoma es un ejercicio sobre sus palabras. Los cuerpos en movimiento, con derroche de signos concebidos desde el vestuario o los objetos que se van amontonand­o en escena, anulándose unos con otros, expresan la energía contra el mundo que se presenta, a partir de Pasolini y Giménez, mentiroso, atroz, una mancha sin arreglo.

El espectácul­o ofrece ese caos visual, con monólogos breves, método de la creación colectiva sistematiz­ada por la mirada del director.

En ese devenir faltan referencia­s. Durante dos horas el torbe- llino se parece a un trabajo de reafirmaci­ón del performer en escena, más que una reformulac­ión del material de Pasolini. La lectura desde la actualidad se pierde en la exuberanci­a de personajes sin nombre y los desafíos para los más jóvenes y para Viviana Grandinett­i, la actriz al servicio de la obra, generando sentidos en el rol de madre.

En Pintó Sodoma, La Cochera propone un trabajo experiment­al en el que un grupo joven se planta como semilla donde recién comienza a caminar por la tierra prometida del teatro.

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Pasolini. No es necesario conocer los textos de Pasolini, porque la obra ejercita sobre sus palabras.

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