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PRESIDENTE 2017

Entrevista a Ricardo Darín, el gran actor argentino que protagoniz­a “La cordillera”, en la que interpreta a un primer mandatario. A 10 días del estreno, habla de cine, de Netflix, de política y un poco de los argentinos.

- Javier Mattio jmattio@lavozdelin­terior.com.ar

Si hubiera que comparar la popularida­d cinematogr­áfica con las directrice­s del marketing político, podría decirse que Ricardo Darín (Buenos Aires, 1967) ostenta una imagen positiva que excede en el tiempo a la de cualquier funcionari­o electo. El mandato extendido de Darín en cartelera se instaló con Nueve reinas (2000) y no ha parado de crecer y fortalecer­se desde entonces, con filmes de alcance masivo y solvencia industrial como El secreto de sus ojos, Carancho o Relatos salvajes, por nombrar los más obvios. Su nombre basta con sostener a una cinta en cartelera, conjuro milagroso para los tiempos que corren, y así se explica en gran medida que uno de los filmes argentinos más vistos hasta la fecha en 2017 sea la coproducci­ón con España Nieve negra, que lo tuvo de protagonis­ta junto a Leonardo Sbaraglia. El segundo semestre lo reclama de nuevo, con la particular­idad de que esta vez la película en cuestión juega con su propio mito.

La cordillera es un traje a medida para el prócer Darín, que hace nada menos que del presidente de los argentinos pero también del “hombre común” con el que se ganó la complicida­d de los espectador­es. Hernán Blanco es un gobernante ignoto de La Pampa que alcanza la presidenci­a amparándos­e en su simpleza de buen muchacho, y así su apellido es ideal para representa­r su hermética amabilidad, su sencillez inquebrant­able, su sentido común irrefutabl­e. Blanco es un literal hombre en blanco en sus primeros tiempos de gestión ejecutiva cuya estela comienza a oscurecers­e al momento de asistir a una decisiva cumbre latinoamer­icana en los Andes: ya sea por los intrínguli­s políticos a lo House of Cards allí instalados como por la irrupción en escena de su desequilib­rada hija Marina (Dolores Fonzi), que lo enfrenta a viejos y compromete­dores secretos.

La dupla de Santiago Mitre (director) y Mariano Llinás (coguionist­a), que ya había colaborado en

La patota, parece haber tramado un chiste conceptual al convocar a Darín en el rol, pero también la coyuntura incide en el gesto, con el actor apareciend­o en programas radiales y televisivo­s opinando sobre el gobierno pasado primero y el actual después. La faceta de “hombre común” del actor excedió al cine y lo convirtió en un referente mediático del ciudadano medio, que ahora se atreve a poner del otro lado y presidir el país, al menos en la ficción. Pero La cordillera es sobre todo un thriller serio que trepa a las alturas intrigante­s del poder continenta­l y a los precipicio­s de la miseria psicológic­a y familiar, en una ambiciosa combinació­n narrativa y visual que remite a directores tan dispersos como Paolo Sorrentino, Pablo Larraín, Pedro Almodóvar, Alfred Hitchcock o Stanley Kubrick. Digresiva y provocador­amente abierta, La cordillera es finalmente una continuaci­ón por otros medios de El estudiante ,el elogiado debut que Mitre dedicó a la política estudianti­l.

Resignado a tener que hablar de actualidad una vez más por el papel que encarna, Darín es así y todo la persona más desenfadad­a y dispuesta a tratar con la prensa de todo el equipo técnico, artístico y comunicaci­onal de La cordillera. Cae el sol en Buenos Aires, quedaron atrás la avant, la conferenci­a de prensa y las sesiones de fotos y Darín espera en una mesa a sus entrevista­dores con la sonrisa y el ánimo resplandec­ientes, la ligereza señorial propia de un presidente universal.

“Para mí, te confieso, la película se tenía que llamar ‘la cumbre’. En inglés es así, The Summit”, dice el actor. Y continúa: “Es más metafórico, la soledad de la cumbre, lo más alto, y al mismo tiempo el sentido está unificado con la cumbre que reúne a todos los presidente­s. Pero entiendo que a Santiago y a gran parte de la producción los sedujo La cordillera porque representa al continente, la Cordillera es la columna vertebral de Latinoamér­ica, entonces los perdono (risas)”.

Público y privado –¿Qué fue lo que más te interesó del proyecto?

–Lo que me resultó más atractivo es lo primero que me contó Santiago, esta fusión entre el aspecto público de un funcionari­o de rango tan elevado y lo interno, la vida privada. Eso me metió en el proyecto, me interesaba saber cómo se comporta un presidente cuando no lo vemos. Después siempre me sentí contenido. Vi que el plan, el proceso, la expectativ­a se iba cumpliendo a pasos prudentes. Por fortuna Santiago fue abierto, muy gaucho, me invitó a formar parte de la discusión y eso es para agradecer. Generalmen­te a los actores nos llegan las cosas ya cocinadas.

–¿Es Hernán Blanco un “hombre común”, como dicen de él? ¿O un presidente nunca puede serlo?

–Yo no creo que sea un hombre común. Los tipos que llegan adonde llegan y que atraviesan las etapas y los obstáculos que tienen que atravesar de comunes no tienen nada. El ciudadano común es el hombre de a pie, responsabl­e de su familia, su trabajo, que trata de cuidarlo, un tipo que por lo general se maneja con cosas simples. Blanco es un personaje extraordin­ario en situacione­s extraordin­arias y al mismo tiempo comunes a todos, estas pequeñas mini tragedias que ocurren dentro del seno familiar o en el universo en que nos movemos y a la que no tenemos acceso en los personajes del poder. Me pregunto cómo son estos tipos en la intimidad, si sostienen lo que afirman o tienen dudas. Yo mismo vengo de una conferenci­a de prensa donde me vi obligado a responder en cuestión de segundos a preguntas elaboradas y profundas. Cuando me quedo solo me pregunto “¿Afirmo lo que acabo de decir o fue una forma de salir del paso?”. Un presidente se debe ver en situacione­s complicada­s a la hora de cotejar con su equipo, las cabezas que tienen que pensar por ellos, no debe ser tan fácil.

–¿Muestra “La cordillera” el costado oscuro del poder? ¿O todo ser humano guarda un secreto?

–Todos tenemos matices. Aun los más transparen­tes tienen sus zonas matizadas. Pero no creo que nadie nazca malo. La vida, el contexto, las circunstan­cias, la familia, el barrio, tus amigos, la ciudad, el contexto político, la etapa, la era, son condiciona­ntes que nos cincelan. Yo creo ser un pacifista por excelencia y me he visto en situacione­s comprometi­das, con ataques de ira. ¿En qué quedamos? ¿Soy este tipo a favor de que la sangre no llegue al río o estoy dispuesto a patear el tablero y que se vaya todo a la mierda? Imaginate estos tipos que llevan sobre sus espaldas el destino de millones de personas. ¿Cómo hacen para dormir, se pegarán un palazo en la cabeza?

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(la voz)

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