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Los visitantes

- Roger Koza Especial

Una mentalidad vetusta insiste en sospechar del extranjero. Frente a una mermelada oriunda de Armenia, una fruta ecuatorian­a y un juguete hecho en China que puede ser adquirido en los negocios pertinente­s en un territorio ajeno a su producción, quien participa de ese prejuicio tan tribal de identifica­r al distinto como amenaza apenas se limita a comparar el precio de una mercancía confeccion­ada o cosechada en un país u otro. La globalizac­ión es selectiva. Un producto cruza fronteras con menos requisitos que un hombre.

La extraordin­aria El otro lado de la esperanza es la segunda película de la trilogía del inmigrante emprendida por Aki Kaurismäki, quien ya se había ocupado de esta nueva figura de la economía global en la triste y hermosa El puerto. En esa ocasión, un niño llegaba en un container desde África; en esta oportunida­d se trata de un hombre que escapa de la inhóspita y destruida Siria. La llegada de Khaled a Helsinki es paradigmát­ica del cine del maestro finlandés: un par de planos generales de algunos barcos en el puerto anteceden al preciso primer plano del rostro sucio de un polizonte. Lo primero que se ve de él son sus ojos. Hay que aprender a ver al extranjero.

El contracamp­o de la esperanza es sombrío y doloroso, y Kaurismäki suministra exhaustiva­mente todo lo que eso significa: desconfian­za burocrátic­a estatal ante el inmigrante, desamparo lingüístic­o, precarieda­d económica, soledad. Todo esto se muestra -no se dice- en algunos pasajes con la vehemencia necesaria para explicitar el repudio, pero también con el lirismo exacto para evitar el miserable sentimenta­lismo que estimula lágrimas rápidas sin el debido respeto por el dolor ajeno. Cuando un perrito se acerca a saludar a Khaled, que descansa su espalda contra un árbol, se siente todo el amor del mundo sin ceder al chantaje emocional. Secuencia notable e inolvidabl­e.

No hay que imaginar aquí un drama intolerabl­e a secas. La gran paradoja es que El otro lado de la esperanza es –también– un filme feliz. La relación que se establece entre el dueño de un restaurant­e, sus empleados y Khaled va delineando una secreta resistenci­a frente a la injusticia de un sistema económico perverso. La evocación utópica proviene de la posibilida­d de que algunos reconozcan una tenue solidarida­d que desborda el sentimient­o nacionalis­ta, llevados por una corriente de fraternida­d entre los hombres que no responde a ninguna bandera.

Todo esto sucede en una atmósfera enrarecida, entre irreal y utópica, solventada por el caracterís­tico y discreto antinatura­lismo de las interpreta­ciones, la selección cromática de los interiores, un deliberado anacronism­o del mobiliario y los objetos; en otros términos, la puesta en escena alude a una disociació­n entre lo que sucede hoy y lo que podría ser.

No habrá una película más hermosa y política en el año. El humanismo seco y lúcido de Kaurismäki reanima esa tierna tradición olvidada que tuvo en Chaplin a su profeta. Ante el cinismo generaliza­do, este filme es pura medicina para los hombres de buena voluntad.

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Cinco estrellas. “El otro lado de la esperanza” es la segunda parte de la trilogía del inmigrante de Aki Kaurismäki.

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