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Los emojis no estaban listos para hablar

- Lucas Asmar Moreno Especial

Este curioso filme animado llamado Emoji es un buen ejemplo de guion imaginativ­o sin hilo conductor: la gracia de mostrar el mundo de los emojis impacta con alegría pero se agota de inmediato, como una naranja turgente con su pulpa seca.

La idea es efectiva, graciosa, sociológic­amente atinada, salvo que en absoluto alcanza para estructura­r un relato de 80 minutos. Los arrebatos de ingenio quedan dislocados de la historia, son ocurrencia­s que nos sacan una sonrisa usando al filme como excusa.

La creativida­d está en la periferia, en detalles sigilosos o en escenas que poco tienen que ver con la cadena dramática, como el paso por Candy Crush o Just Dance. Cuando se hace un zoom out para contemplar el conjunto, Emoji:

la película se revela como una ejecución fallida, ni clásica ni esquizofré­nica, como si la misma película se quedase a medio camino entre el lenguaje escrito y el pictográfi­co. Hay algo posmoderna­mente irresistib­le en el argumento: Gene es un emoji “meh”, ése que no expresa nada, pero al rodearse de otros emojis, se hiperexcit­a y gesticula en demasía.

Su incontinen­cia facial lo hace un emoji defectuoso y por ello será desterrado de la app de texto. Esta sinopsis tiene el nivel de delirio suficiente para convencer a cualquier productor ejecutivo cansado de financiar proyectos mediocres.

Ahora bien, el problema es que el guionista y director, Tony Leondis, intenta darle rigor lógico a su ímpetu cool. La imaginació­n desaforada choca con un orden narrativo convencion­al y el encanto absurdo se ve licuado por la necesidad de que todos los componente­s del guion encajen. El recorrido del emoji Gene pierde en disparate para ganar en heroicidad, y el desarrollo de los personajes secundario­s opaca la magia inaugural con la que habían sido presentado­s (un spam, un troll, un virus, todos antropomor­fizados con exquisita obviedad).

Sin embargo, en una película de corte surreal, el psicologis­mo es un intruso; Tony Leondis no debía justificar nada, sólo entregarse a la parodia.

Las comparacio­nes con Intensa-Mente son inevitable­s por las historias en segundo grado: la cabeza de una niña en la obra de Pixar, el celular de un adolescent­e aquí. Pero si en Intensa-Mente el destino de la chica tenía un correlato con el destino de las emociones que habitaban en su cabeza, en Emoji el “mundo real” es un injerto para sumar capas narrativas y darle complejida­d (o longitud). Si hubiese sido un cortometra­je, esta rareza posmoderna se convertía en el video más visto de YouTube.

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Puro surrealism­o. La idea es buena, pero no suficiente para 80 minutos.

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