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Una cita con los magníficos Les Luthiers

López Puccio, Maronna, Mundstock, Núñez Cortés, O’Connor y Turano deslumbran con su talento de músicos y comediante­s. En “Gran Reserva” ofrecen un repertorio para paladares muy exigentes. Esta noche a las 20, se despiden en el Orfeo Superdomo.

- Beatriz Molinari bmolinari@lavozdelin­terior.com.ar

A partir de la gráfica del programa de mano y del título del espectácul­o antología de Les Luthiers, la comparació­n con el vino resulta inevitable. Gran Reserv a dice el programa con el dibujo de un corcho. El equipo fundado en 1967 trasciende el género y los géneros. De traje, hagan lo que hagan, seis hombres se mueven sobre el escenario cantando, tocando y provo- cando una teatralida­d efectiva y sin alardes. Los años han pasado para ellos y para el público devoto que se ríe agradecido, feliz, encantado de reencontra­rse con el humor exquisito de Les Luthiers.

Su búsqueda formal se consolidó hace tiempo en un estilo clásico y tal vez por serlo, permite al grupo las libertades del ingenio y la interpreta­ción, sin abandonar la práctica que les da nombre. Ellos son constructo­res de instrument­os que encuentran en el reciclado y en los objetos, calidad de sonido y posibilida­des de producir música. Pelotas, cocos o cañería se con- vierten en música a fuerza de aire y genialidad, como hace décadas. Les Luthiers sigue encontrand­o la sorpresa en el escenario, con luces, micrófonos y ellos, comediante­s impecables, sobrios, que batallan con sus cuerpos con la misma gracia con que toman el lenguaje de sonoridade­s antiguas hasta volverlo absurdamen­te contemporá­neo.

El programa que ofrecen esta vez se disfruta durante una hora cuarenta y cinco, siempre con Marcos Mundstock como presentado­r, narrador y maestro de ceremonia. El comediante no ha perdido la voz ni los recursos para desatar la risa en la platea. Es superlativ­a la rutina en la escena titulada “La hora de la nostalgia” donde interpreta a José Duval, una vieja gloria de la canción que ha perdido la memoria, el equilibrio y el sentido de la realidad.

Les Luthiers arma un concierto homenaje a la trayectori­a del grupo, pasando por varios ritmos, tocados con excelencia. Cada momento de Gran Reserva esunaobrad­e arte en sí mismo. “Revertir el carácter accesorio de la música”, dice el presentado­r, queriendo decir eso y, de paso, generando humor, por reafirmaci­ón del disparate, apli- cado a “Quien conociera a María, amaría a María”.

Desde los espectácul­os más tempranos del grupo, la televisión ha sido una fuente de crítica sin atenuantes. En la escena “Entretenic­iencia familiar”, un presentado­r ignorante propone un juego al público mientras un grupo de músicos toca Vivaldi. La voz en off de Norma Aleandro refuerza la comicidad de la idea. Boleros, un sheriff y sus hazañas cantadas, un compositor alemán que huyó a la montaña, un santo extraño, ‘San Ictícola’; las costumbres de un paraíso llamado Makanoa; los músicos en el campo de batalla, y la nostalgia ridícula en boca del desmemoria­do pasan por el escenario. Les Luthiers logra crear personajes y circunstan­cias solo con sus voces, con gestos impuestos como juegos inocentes para hombres mayores, que dejan de serlo. Las incorporac­iones de los talentosos Martín O’Connor y Horacio ‘Tato’ Turano confirman que el grupo puede seguir jugando mucho tiempo más.

Cuando Mudstock introdujo el “fuera de programa”, dedicado al gato con explicacio­nes de un tal Cantalicio Luna, habló de la ambigüedad del lenguaje. Mirando al público agregó: “Bendita ambigüedad del lenguaje, de la que vivimos desde hace tantos años”. Sólo eso. El público se mantuvo atento y conmovido frente a esa sobriedad para describir un romance largo y sincero que merece descorchar un vino de colección.

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(SERGIO CEJAS) De colección. Les Luthiers sigue sorprendie­ndo.

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