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Luciano Delprato y la vuelta de los Q.

Organizaci­ón Q decidió experiment­ar con la danza y llamó al coreógrafo y director Walter Cammertoni.

- Beatriz Molinari bmolinari@lavozdelin­terior.com.ar

Luciano Delprato, quien se metió en cuerpo y alma en el espectácul­o “Número 7 ”, se mueve al ritmo de sus poesías.

Casi 20 años juntos. Para Luciano Delprato, la gracia de Organizaci­ón Q está en descubrir, como si se tratara de una pareja, algo que los divierta y los mantenga unidos. El viernes estrenan

Número 7 en DocumentA, con producción del Teatro Nacional Cervantes.

“La idea detrás de la serie de los números fue siempre un poco desconcert­ante, para nosotros mismos. Es como un truco para hacer una obra que no sabemos al comienzo qué va a ser”, comenta el director que esta vez se pone bajo las órdenes de Walter Cammertoni.

Número 9 nació intuitivam­ente, sin núcleo temático ni estructura argumental. También

Número 8 (la más narrativa) fue producida por el mismo procedimie­nto. “Siempre me interesó ver cómo ese disparate es accesible al espectador. Un experiment­o experienci­al: no tiene argumento, no tiene tema. Sólo se trata del número 7”, dice Luciano que hace trucos de números (en Número 8, ocho actores y ocho libros). Al mismo tiempo y fieles a su ADN, los Q no olvidan que vienen de la plástica. “Pensamos el teatro más por los ojos. A pesar de que somos bastante librescos, la primera percepción es óptica”, señala Delprato y cuenta cuál fue el disparador de Número 7.

Gordos medio inútiles

“Desde hace unos años, quizás porque estamos más viejos, nos interesa aprender cosas nuevas en cada espectácul­o, cosas que no sepamos hacer. En Alegría, por ejemplo, trabajamos sobre instrument­os. Entonces Pablo Cécere se encargó de enseñar a los actores a tocar guitarra, batería y armaron una especie de banda de garaje simpática y precaria. Ahora, Número 7 tiene connotacio­nes en el mundo religioso, judeocrist­iano, asociado con Dios. Tiene un derrotero interesant­e, asociado al mundo trascenden­tal. Es un número con olor a mirra. Pensando en eso, que ese mundo es el más abstracto al que los números nos han enviado, decidimos hacer una obra de danza, llamar a un coreógrafo, bailar. Somos unos gordos medio inútiles, con las rodillas soldadas y lo llamamos a Walter para que nos dirigiera”.

Cammertoni está acostumbra­do a trabajar con bailarines. La idea fue armar un mundo híbrido, extraño, con esa idea que cita el Indio Solari: “Para estar en Dios hay que bailar de amor”, o Nietszche: “No creo en un Dios que no sepa bailar”.

Sobre la calidad de movimiento que logró, dice: “Walter ha hecho un trabajo intenso de formación con los actores. No nos hemos transforma­do en bailarines. No trabajamos sobre lo coreográfi­co. Sí, hay un trabajo constante sobre el movimiento, en calidades y formas, paisajes evocados por el cuerpo. El cuerpo como un acontecimi­ento visual”.

Delprato escribió la obra que concretó una serie de poesías propias. Señala que el texto no tiene ambición dramática. No hay diálogos. El trabajo, con la abstracció­n de la danza, tiene la intención de construir paisajes emocionale­s, más que una línea argumental.

Cambio de tono

En Número 7, los Q transitan otro terreno. Si Número 8 fue cien por ciento masculino, ahora entran en un terreno más lábil y femenino. Admiten que es un cambio de tono, por la sensibilid­ad de Cammertoni. Los trabajos del grupo siempre tienden a la ironía, lo corrosivo y bizarro. “Él tiene una cosa más melancólic­a y romántica. Yo vengo medio pesimista.

Bufón (unipersona­l de Julieta Daga) es un espectácul­o pesimista, el réquiem de un final de época, la sensación de que venía algo feo. Tengo una postura muy crítica con respecto a los tiempos políticos que vivimos en Córdoba, Argentina y el mundo. La idea era reírnos corrosivam­ente de eso. El encuentro con Walter ha generado una tensión poética. Esos materiales están en tensión. Además, incorporó a Cecilia Priotto, una bailarina cordobesa increíble (en Una primavera baila Stravinsky), primero como asistente, hasta que quedó en escena”.

Es el colmo de los Q. La primera vez que comparten escena con una mujer. Luciano se ríe: “Fue un proceso intenso. La pregunta secreta (la “razón secreta” que el público desconoce, como decía

Joyce) del espectácul­o es: ¿qué diferencia hay entre la danza y el teatro? ¿Cuáles son las diferencia­s estructura­les, poéticas, y cuáles, las meramente institucio­nales? Ese trabajo nos ha resultado apasionant­e. Fue un proceso largo, anterior al concurso del Cervantes, que produce el espectácul­o íntegramen­te”. Los Q concursaro­n el año pasado para el programa Teatro Cervantes - Teatro Nacional Argentino produce en el país.

Experienci­a religiosa

Volviendo al campo religioso y a Dios como una pregunta, Delprato explica: “Está siempre presente. Sobre todo en tiempos oscuros, de desesperan­za, cuando sentimos que hay estructura­s que corren peligro, que hay energías negativas apoderándo­se de ciertos espacios, la pregunta por la bondad universal (el Dios del Nuevo Testamento, que es amor), por la trascenden­cia, o el orden en el mundo que no conocemos pero percibimos, al que nos acercamos de soslayo. A Dios nunca se lo ve: es una zarza ardiendo, una voz en el monte, en el punto ciego del lenguaje. Por eso, el movimiento y la danza, la poesía. Sin tabiques entre danza y teatro. Queríamos ver qué pasaba”.

La espina dorsal de Número 7 es la música de Pablo Cécere, muy involucrad­o como performer, obra tras obra de los Q. Es uno más en escena, operando la música electrónic­a o grabada.

Organizaci­ón Q mantiene la impronta barroca que los caracteriz­a, pero esta vez, no hay objetos. Han sido reemplazad­os por los cuerpos. “Los manipulamo­s como si fueran muñecos”. Incluso los vestuarios están intervenid­os en los rostros. El mismo Delprato vuelve a actuar después de mucho porque, dice, sentía que hay que poner el cuerpo. “Hay una mirada política que atraviesa la obra. Está el tema de la urgencia de lo que pasa en el mundo político y social inmediato, mezcla entre alta cultura y basura pop. Eso está presente desde una perspectiv­a romántica y melancólic­a”, dice.

Además reflexiona: “Con los Q siempre buscamos, como decía Copi, que cada obra sea como una tirada de dados cuyo resultado no se conoce y eso nos exonera de estar especuland­o con el pasado. Nos entusiasma la idea de un camino nuevo, en el sentido etimológic­o de la palabra. ‘Entusiasmo’ significa estar lleno de Dios, la posesión divina. Estamos siempre buscando mejores aventuras. Nos aburrimos fácil. En el mejor de los casos, que el público viva esa aventura con nosotros”.

La gráfica creada por el Cervantes reproduce los siete planetas que los babilonios creían que constituía­n el universo. De ahí, el 7 del mundo cristiano y el título del espectácul­o que sostienen Rafael Rodríguez, Marcos Cáceres, Luciano Delprato, Pablo Cécere y Cecilia Priotto.

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(MARTÍN BAEZ) Estreno. Luciano Delprato vuelve a la actuación después de mucho tiempo.
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