“El Maestro”, ficción de calidad.
Ya en su estreno, la serie mostró un antológico duelo actoral. Y el diseño dramático avizora un desarrollo apasionante.
El miércoles a la noche, mientras transcurría el primer capítulo de El maestro, la serie protagonizada por Julio Chávez sobre un exbailarín de danza clásica que vive el ocaso al frente de una academia de barrio, Twitter estallaba de elogios a las capacidades interpretativas del pivot del relato y de sus compañeros.
Por supuesto que esos piropos encuentran sustento, porque Chávez vuelve a descollar con la construcción del altivo pero vulnerable Prat, personaje que rivaliza con su exmujer Paulina, también exbailarina, a quien Inés Estévez creó imperturbable nutriéndola con gestos aristocráticos y sobradores.
Así las cosas, tenemos a Chávez – Estévez en un epicentro dramático bien abonado por Juan Leyrado (amigo incondicional de Prat y socio en la academia), Luz Cipriota (bailarina promesa, de novia con Paulina) y Carla Quevedo (otra joven promesa, pero con dificultades para abrirse camino en un ambiente social hostil).
Entonces, queda claro que Twitter no hizo más que reasegurar lo que imaginábamos en la previa al leer los nombres propios involucrados. Incluido el de Daniel Barone, un director con el oficio suficiente como para que le sobren 45 minutos de narración netos para armar el mosaico emocional de esta serie de 12 capítulos, que apuntala un saludable tsunami de ficciones de televisión abierta que se completa con la comedia blanca
Las Estrellas, el culebrón Golpe al corazón y el sórdido relato de Un gallo para Esculapio.
Pero los caracteres de la red social fueron insuficientes para avisar que El maestro no es un producto solemne, ni un taller de actuación para enrostrarles a intérpretes advenedizos. Los posteos se quedaron cortos como para vaticinar entretenimiento puro, o un producto que ya dejó posicionadas las fichas para mantener en vilo al espectador capítulo a capítulo.
Por ahora, el énfasis está puesto en una beca que se disputarán Luisa (Quevedo) y Bianca (Cipriota), respectivas “pollas” de Prat y Paulina, entre quienes, además, recrudecieron viejos enconos por la llegada del hijo y el nieto de ambos.
Cruce de sensaciones
Al momento, esta ficción ha recreado de modo verosímil el aura exigente de la enseñanza de la danza, donde lo dictatorial y lo entrañable se dan la mano. En este punto, resultó clave la escena en la que Prat, que luego de un desaire decide convertirse en el maestro de la humilde Luisa, le revela cuál es el punto ciego del Teatro Colón. O la porción del espacio sagrado al que hay mirar fijo para abstraerse y volar.
Situaciones de este tipo prevé el libro escrito por de Romina Paula y Gonzalo Demaría, cuya resolución ya tuvo un primer movimiento en pos de la alta calidad.
Ese ideal no corre peligro, por cuanto se trata de un producto ya cerrado que no quedará sujeto a las reacciones calientes del público, ni a ningún minuto a minuto.