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La última gran heroína de acción

- Jesús Rubio

Atómica es uno de los grandes estrenos del año, un formidable caparazón estético de acción con un soundtrack irresistib­le, una máquina sonora de neón perfecta, con mucha sustancia y capas y mensajes ocultos, y cuyo motor y corazón y centro es el personaje interpreta­do por Charlize Theron, que está más blonda platinada y más rápida y furiosa que nunca, en un estado de gracia lumínico total, y a quien a esta altura de su carrera no le hace falta demostrar que el traje de espía y heroína le queda más que bien.

Lorraine Broughton/Theron es una femme fatale dura de matar que viaja armada hasta los dientes a Berlín, justo antes de la caída del muro, para ponerle el cuerpo desnudo a las peleas y a las balas y a la bañera con hielo porque no quiere saber nada con dobles agentes ni con dobles de cuerpo. Lorraine es una John Wick imbatible y justiciera, una Nikita lésbica y hot que pega fuerte al ritmo de hits inoxidable­s de la década de 1980.

El director David Leitch se dio cuenta de que la acción por la acción misma no vale nada, y que lo que importa son los personajes, para que el público pueda soñar con ellos, amarlos, idolatrarl­os. Y además entendió el género de espías, cuya regla principal es que no se tienen que entender muy bien los vericuetos de la trama, al menos en una primera pasada, para volver a verla.

Atómica significa la culminació­n melómana y cool, y en clave cómic, de las películas de espionaje ambientada­s en los últimos años de la Guerra Fría. Es también un canto de amor retro a las películas de acción modernas, una bomba de tiempo en el corazón del espectador nostálgico, una golosina sónica provista de una cinefilia explosiva y a prueba de balas en la cabeza, y cuyo envoltorio de neón enamora para siempre.

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