Por qué “Clase” es una gran obra.
“Clase”, de Gonzalo Marull, expone la relación de poder entre una alumna y un profesor y la tensión que eso produce.
Un buen texto dramático abre el camino a la experiencia del espectador que desde la primera palabra inicia el viaje a la historia que propone el autor. Clase, de Guillermo Calderón, no envejece: se reinventa al poner bajo la luz fluorescente del aula la relación de poder entre la alumna y su profesor. La chica es la única que no fue a la marcha estudiantil que sacude las calles y él decide encarar otra lección, encendido por el contexto.
Elisa Gagliano y Pablo Martella llevan adelante el juego de posiciones que el texto plantea. Construida sobre la base de monólogos,
Clase expone visiones del mundo y la libertad frente al orden.
Elisa interpreta a la chica de secundario que quiere hacer la exposición que preparó aunque sus compañeros estén en la marcha. “Yo soy el Buda”, dice frente al pizarrón. El público distribuido parcialmente en bancos de escuela asiste al flujo de palabras y el mensaje del despojamiento total para llegar a la felicidad. Con su frescura adolescente, ella ve la paz cósmica cuando se mira hacia adentro. La atmósfera se enrarece cuando entra el profesor con su carga de frustraciones.
El texto de Calderón regala frases notables, profundas. El drama se condensa en la relación entre la que aprende y el que enseña, solos en el aula, sin censura externa. Los condicionamientos son internos, reveladores del lugar que los personajes ocupan en la historia pequeñadelaclaseyenlaotra,la grande, que los incluye.
“Enseñar despierta mucho odio”, “Soy un profeta del aburrimiento, un profesor”, “La vida puede ser espantosa”, son máximas del docente atrapado en su circunstancia. El discurso del profesor gira en torno a la tragedia como concepto ante la mirada de la joven. Ese adulto la espanta de todas las maneras posibles.
¿Y si la clase no fuera la del sistema educativo, sino la que abraza y asfixia a los ciudadanos como el profe? ¿De qué clase habla Calderón? “No puedo cambiarme de clase”, dice él.
Gagliano, en el uniforme de la alumna, genera preguntas y respuestas con su mirada. Por momentos, los dos personajes per- manecen de espaldas al público. Sus espaldas también hablan. Gonzalo Marull, un director atento y generoso, provoca el crecimiento de los actores en escena.
En esta clase se abordan temas como el origen de la humanidad, la nostalgia y la revolución. Con notable lucidez y maravilloso manejo de la emoción, la pareja actoral asume el diálogo de las generaciones que representan, como la punta iluminada del iceberg. El público va de uno a otro sin poder elegir. Son dos mitades de una totalidad compleja.