El fluir de la rebelión
No hay nada nuevo en el drama tunecino de Mohamed Ben Attia –ganador del premio a mejor actor y ópera prima en el Festival de Berlín–, y esa es su apuesta. Ajena al exotismo que podría venir de un filme africano y producida bajo el sello naturalista de los hermanos Dardenne (lo que sugiere reemplazar, es cierto, “universal” por “europeo”), la cinta muestra a un joven asalariado condicionado por su madre y la tradición musulmana, que le imponen una novia con la que no tiene más relación que unas desangeladas charlas en un auto.
Antes del casamiento, el introspectivo, pálido e incipientemente calvo Hedi (Majd Mastoura) es enviado a trabajar a una zona costera donde conoce a Rym (Rym Ben Messaoud), una chica que baila en shows turísticos.
Entre el suspenso y la predictibilidad, la pasión surge de manera encantadoramente natural entre ambos, en escenas tan encendidas como contenidas y pudorosas. Ese latir escondido, que es asimismo el ansia latente de liberación familiar y laboral de Hedi, es el tono que Ben Attia consigue desplegar en La amante con sobrios y escasos elementos. Una charla al pasar entre la pareja subrepticia acerca de las recientes manifestaciones de la primavera árabe proyecta la his- toria hacia una dimensión colectiva, la que involucra la indeterminación generacional y cultural entre el pasado atávico y un porvenir occidental que también luce ilusorio: la verdad, muestra
La amante, está en el despertar de la indecisión, en la potencia de la elección, en el deseo y el descubrimiento.
Nuevamente, no hay metáforas ni simbolismos evidentes en el filme de Ben Attia, como tampoco un conflicto sofocante como el que marca al cine de los Dardenne (si bien la cámara sigue por detrás al protagonista emulando el leitmotiv formal de los belgas). Serena y a la vez inquieta, La
amante es una fábula sobre la búsqueda de redención paradójicamente establecida en los cauces de un planteo clásico, un transitar sensible sometido a los designios de la tradición narrativa.
La clave de La amante es para bien y mal su timidez, su acorde menor, su rebelión entregada al fluir.