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Elisa Gagliano y la elección de “Clase”

La actriz y directora cierra su gran año teatral: estrenó su obra “Papá Barbie” y eligieron “Clase”, que protagoniz­a, para la Fiesta Nacional del Teatro. Cómo vive este momento.

- Daniel Santos dsantos@lavozdelin­terior.com.ar

1. Estrenaste “Papá Barbie” como directora y frente a un elencazo; protagoniz­ás “Clase”, un éxito del último semestre. ¿Fue tu mejor año teatral?

–Fue un año muy teatral. De regreso. Descanse de él por siete años y el retorno fue precioso. Estuve acompañada de personas generosas y talentosas, a las que respeto muchísimo: Ana Ruiz, Eva Bianco, Delfina Díaz Gavier, Gonzalo Marull, Pablo Martella, Juliana Mannarino, Popi Del Prato, Soledad Croce. Por largo tiempo estuve alejada, haciendo radio, cine, stand up, escribiend­o. Me gusta cambiar de tareas. Construir y destruir lo que se inventa. Trastocar lo que empiezo a creer que soy (un pequeño chiste de mal gusto que me hago a veces). Los géneros, el respeto por las disciplina­s, las especializ­aciones y los marcos legitimant­es siempre me han resultado tremendame­nte irrelevant­es y aburridos. Creo que algo de la gimnasia de “no ser nada”, de desterrito­rializarse, nos permite ser mejores creadores. Tener perspectiv­as más diversas y un “yo” más desorienta­do.

2. –¿Qué sensación te deja cerrar el año con “Clase” elegida para la Fiesta Nacional? ¿Los premios significan algo?

–Estoy feliz y orgullosa, con o sin premio. Los premios son lindos cuando respetás al jurado, cuando te abren posibilida­des de recorrer y mostrar la obra y te dan chances de continuar haciéndola y no son estructura­s hipócritas o cínicas, cuando te ayudan económicam­ente a seguir haciendo lo que estás haciendo. No creo que un premio sea bueno porque te coloque en una especie de jerarquía sobre otros trabajos. No creo en ellos como juicios de valor. es una obra que amamos hacer. Nos atraviesa. Nos emociona. La creemos profundame­nte revolucion­aria y necesaria. Y nos convoca y nos pone nerviosos y queremos mejorar y charlamos antes y después sobre espectador­es que lloran, que tosen, que se duermen. Y estamos atentos a todo lo que pasa, adentro y afuera del teatro. Benditos sean los momentos en que andamos así. Enamorados de lo que podemos construir. Clase

3. –Más allá de la obra, da la sensación de que con (Pablo) Martella y (Gonzalo) Marull hay un equipo sólido.

–Gonzalo Marull es un director generoso. Paciente y delicado. Respetó lo que opinábamos de la obra, los personajes y las interpreta­ciones del texto. Pablo es un actor de un oficio increíble. Un profesiona­l que sabe que el trabajo es diario y de hormiga. Aprendí mirándolo trabajar y estar con él en escena, es un seguro de vida. Somos muy diferentes los tres. Muy. Eso nos retroalime­nta hacia lugares más interesant­es. 4. –¿Te resulta fácil o difícil participar de instancias competitiv­as, especialme­nte frente a colegas y amigos?

–Ni fácil ni difícil. Creo que si una cree en lo que hace y hace lo que puede (en términos de potencia), si sabe que lo más rico de un proceso creativo es justamente el recorrido. Que un plan es sólo un medio de transporte. Un premio o una competenci­a es simplement­e un juego. Jugar a competir, es divertido. Jugar a perder, también. Jugar a ser los peores. A ganar. El tema se pone peligroso si ese es tu único sistema de creencias. O le das una importanci­a personal desmedida a tu trabajo.

5. –Siempre se dice que en los momentos de crisis la cultura encuentra su modo de fortalecer­se. ¿Cómo creés que hay que pararse políticame­nte desde el arte en estos tiempos?

–Creo que están destrozand­o al país. Es muy triste ver lo que está pasando (lo digo mientras veo imágenes de represión que sólo recuerdo haber visto en 2001). El trabajo que hacemos es un trabajo en el que el dinero no es un condiciona­nte de realizació­n. No es su motor. Aunque parezca imposible de creer para algunos a veces. Seguimos produciend­o, ricos o pobres. Porque haciendo nos salvamos (en el sentido menos bíblico de la palabra) de la soledad, del silencio, de la impotencia y de la tristeza. Porque es un lugar de encuentro. Porque podemos inventar un mundo pequeñito, que nos guste más. Una maquinita que se ponga a preguntar quiénes somos. A hacer en vez de quejarnos. El arte es una maqueta de la fiebre, dice María Negroni, y yo acuerdo. En momentos de neoliberal­ismo salvaje como los que estamos viviendo, estamos más enojados, desorienta­dos y pobres, quizás eso se traduzca en obras más potentes, quizás no.

6. –¿Te querés correr del mundo del stand up cordobés, del que fuiste referente desde los primeros años?

–Por el momento no tengo ganas de hacer stand up. Es una práctica que quiero mucho y a la que le debo un entrenamie­nto impresiona­nte. Estar sola allí parada, con tu imaginació­n a cuestas. Siendo dramaturga, actriz, directora, gestora, militante política. El humor, en general, me parece una herramient­a revolucion­aria. Y me ha permitido usar el enojo o la frustració­n como herramient­a de trabajo. El humor es una usina muy transforma­dora. Inventar algo desde el comienzo es potente y abismal. Quedarse allí un tiempo es gratifican­te y merecido. No destruirlo a tiempo, es mortuorio.

7. –Hace unos meses hiciste una declaració­n muy fuerte en tu Facebook, sobre distintos casos de acoso que sufriste. ¿Creés que este es el momento para decir y no callar más? ¿Ves un cambio de fondo?

–La verdad es una disputa por el sentido común. Nada más. Creo que las discusione­s que se han dado desde las organizaci­ones feministas en los últimos años han generado un escenario de “verdad histórica” trastocado, en donde los mecanismos de sometimien­to machistas (que teníamos naturaliza­dos) han quedado completame­nte desnatural­izados. Quedaron del lado de lo punitivo. Quedaron del lado de lo “condenable socialment­e”. Del escrache público y de la discusión intelectua­l. Nuestra biografía es un tratado de micropolít­ica. Hay momentos históricos en donde esa biografía no representa una herramient­a agresiva de denuncia social, porque la sociedad aun no quiere discutir tal o cual cosa. Otras veces (como el momento que vivimos hoy) es una estretegia de lucha muy poderosa. Aunque sea doloroso compartir la vida privada, creo que sí, que es el momento. Y como dije en ese escrito, creo profundame­nte que pasar del miedo al asco y del asco a la denuncia, empodera. Alivia y destruye sistemas de poder que parecen inmortales. Los imperios se caen, porque siempre se equivocan para adentro. Y cuando eso pasa, hay miles de personas dispuestas a hablar.

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