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La nueva portada de “Lolita”, de Nabokov.

- Carlos Schilling cschilling@lavozdelin­terior.com.ar

T arde o temprano tenía que tocarle a Lolita .La ola de corrección sexual y política que empezó a mediados de la década de 1990 en Estados Unidos, durante la presidenci­a de Bill Clinton, motivada por los estudios culturales y los movimiento­s por los derechos civiles, ya se ha convertido en una marea alta que inunda todo y arrastra muchas cosas bajo su flujo.

Por ahora el contenido de la famosa novela de Vladimir Nabokov no ha recibido ninguna enmienda. Nadie ha propuesto eliminar alguna de sus páginas más insinuante­s (por ejemplo: la escena en la pieza del motel), o bajar el alto voltaje erótico de ciertas frases. La noticia se limita a una cuestión de diseño: un cambio en la icónica tapa de la edición de bolsillo de la editorial Anagrama, que se distribuye por todo el ámbito de Hispanoamé­rica.

La foto de la actriz Sue Lyon – que encarnó a Lolita en la primera adaptación cinematogr­áfica de la novela dirigida por Stanley Kubrick–, con anteojos del sol en forma de corazón y un chupetín en la boca, será reemplazad­a por un dibujo de Henn Kim que muestra a una adolescent­e de espaldas y en cuclillas, vestida con una malla negra, atravesada por un instrument­o de metal en el que se combinan una tijera y un abrelatas.

La cirugía ideológica es evidente: se tira echa un bollo al cesto de la basura la imagen de la chica sensual –ilustració­n que firma el diseñador Ángel Jové, pero que se repite en ediciones de diversos países– y se propone la imagen de una víctima de abuso, una víctima sin rostro, casi alegórica, tan general que es posible identifica­r en su dibujo a todas las adolescent­es del mundo y a ninguna.

Por supuesto, Lolita, la novela, no sufrirá una caída en sus ventas por esa ilustració­n. Cuando se publicó la primera traducción al español, en la Argentina, en la editorial Sur, de Victoria Ocampo, con traducción de Enrique Pezzoni (bajo el precavido seudónimo de Enrique Tejedor), el libro lucía unas insípidas tapas verdes que imitaban la edición original de Olympia Press. Ni un calcetín que aludiera a un pie de la niña.

Fantasmas

Hay que recordar que la novela fue publicada originalme­nte en París porque ninguna editorial norteameri­cana se atrevía a enfrentar la censura. Es decir que en los años 1950, el contenido potencialm­ente escandalos­o de

Lolita era más que visible para todos. De hecho, Nabokov se siente obligado a añadir un prólogo a la segunda edición para espantar varios tipos de fantasmas, tanto literarios como pornográfi­cos. El más obvio de esos espectros es que no quieren que lo confundan con su perverso narrador Humbert Humbert, el pedófilo que se queda con la niña en carácter de padrastro cuando se muere la madre.

Pero pese a todas las precaucion­es del autor, no pudo evitar dos malentendi­dos que se prolongaro­n durante décadas.

El primero es que le siguieran atribuyend­o la misma patología de su personaje. De modo indirecto o directo, la sospecha llegó viva hasta uno de sus máximos admiradore­s: el novelista inglés Martín Amis, quien escribió: “A los escritores les gusta escribir sobre las cosas en las que les gusta pensar. Y, para decirlo de la manera más dura, la mente de Nabokov, durante la última etapa de su vida, no honró suficiente­mente la inocencia –no honró suficiente­mente el honor– de las chicas de 12 años”.

El segundo, más significat­ivo, es que la industria cultural se apropiara de la figura de Lolita desde el punto de vista de Humbert Humbert, es decir como una colegia seductora, una chica sensual y atrevida. Con el paso de los años, desde fines de 1950 hasta el presente, esa imagen se constituir­á en un ícono visual del deseo masculino y aparecerá multiplica­da en miles de tapas de revistas, en las estrellas teen de la música pop, en las historieta­s, en las publicidad­es y en las películas.

Por supuesto, fue una apropiació­n manipulada: la Lolita de Nabokov era (y lo sigue siendo en las páginas del libro) un niña de 1,48 de estatura, sin pecho y sin caderas. En cambio, la imagen de la Lolita que se popularizó es la de una mujer en miniatura, con el cuerpo ya desarrolla­do, como resulta fácil comprobar si un revisa el video de Baby, one more

time, de Britney Spears, las tapas de la revista Gente que mostraban a una Nicole Neumann de 12 años o, para ser más específico­s, las figuras de las dos actrices que encarnaron a la adolescent­e en el cine, Sue Lyon y Dominique Swain.

La otra versión

Eso significa que la versión que se impuso fue la del propio Humbert Humbert. Gran parte, si no todo, lo que vimos e imaginamos de Lolita en los últimos 50 años fue la proyección de la mente de un perverso. La vimos a través del cristal de su deseo. Sin embargo, si se lee la novela con atención, es posible acceder a un segundo plano en el que el personaje de la niña sí aparece como una víctima, como una chica que está perdiendo los mejores años de su vida en manos de un maníaco.

La señal más obvia y evidente es el verdadero nombre de Lolita: Dolores (Dolores Haze). Nabokov sabía lo suficiente de español como para captar el patetismo de esa transforma­ción nominativa, la distancia que existe entre el aleteo núbil del apodo “Lolita” y el destino de sufrimient­o plural que contiene el nombre “Dolores”.

Pero esto argumentos no pretenden suponer que exista una lectura verdadera de Lolita. Toda época lee desde sus propios prejuicios (que también pueden recibir el nombre de conviccion­es). La nueva tapa de la novela sólo es la marca superficia­l de una nueva etapa. Nada más. Nada menos.

LA OLA DE CORRECCIÓN MORAL Y SEXUAL AVANZA SOBRE EL MUNDO DE LA CULTURA Y NI SIQUIERA PERDONA A LOS CLÁSICOS.

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Dos versiones. La portada con la actriz Sue Lyon y la nueva, con una ilustració­n de Henn Kim.
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