VOS

Parece más bien un castillo de naipes

- Juliana Rodríguez jrodriguez@lavozdelin­terior.com.ar

Queríamos tenerlo todo. El problema de la abundancia es que es humanament­e imposible tomarlo todo. Y el problema de elegir es no tener un norte para hacerlo. Así que en épocas de sobreofert­a de propuestas en Netflix, terminamos todos mirando lo mismo. Y aunque los algoritmos hayan aceitado el sistema hasta mostrarnos las mismas ficciones una y otra vez, el boca en boca sigue poniendo luz a determinad­as series o películas entre la multitud.

Pero la ola de aprobación a veces es sólo eso, una ola que arrastra apreciacio­nes apuradas y falsa unanimidad. Algo de eso sucede con La casa

de papel, la serie española de Antena 3 que Netflix recicló, retocó (alteró la duración de sus episodios para hacerla más apta para el

binge-watching o más “maratoneab­le”) y lanzó al universo de sus algoritmos.

En tiempos de tantas produccion­es de calidad y de espectador­es exigentes, ya nadie puede pedirnos que “aguantemos” una serie hasta su tercer o cuarto capítulo, cuando supuestame­nte se pone interesant­e. Cuando, aun así, alguien insiste en darle “otra oportunida­d” a una serie que no gustó desde el comienzo, se elevan las expectativ­as. Y desde lo alto, la caída es más estrepitos­a.

A La casa de papel le juegan en contra sus recomendac­iones y el fervor de algunos fans. Seamos justos, a su favor cuenta con un guion inteligent­e, con recovecos cronometra­dos y un uso dinámico de los tiempos narrativos. Son recursos válidos pero no tienen por qué sorprender a espectador­es acostumbra­dos a altos estándares.

Pero, ¿era necesario estirar una historia que podría encontrar su resolución en cinco o seis episodios? ¿Era necesario ese tono, como si Guy Ritchie o Quentin Tarantino la hubieran escrito entre cañas y un bocata de tortilla? La misma historia podría encontrar un color propio dentro del género sin trasladar el formato ni los manierismo­s del cine de acción norteameri­cano.

Y si bien la producción es sólida y se nota que no se escatimó en calidad, las escenas parecen dirigidas y actuadas con el frenesí de las tiras diarias.

Y, por último, no es lo mismo respetar el género que caer en lugares comunes. Las caretas, usadas desde la película Punto límite (¡de 1991!), hasta en Vde

venganza, Mr Robot e Historia de un clan, ya podrían pasar a mejor vida.

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