VOS

Amor líquido

Con sus 13 nominacion­es al Oscar, “La forma del agua” podría significar la consagraci­ón de Guillermo del Toro. Fiel a su estilo fantástico, el filme narra un romance entre mujer y monstruo.

- Javier Mattio jmattio@lavozdelin­terior.com.ar

Gota a gota, haciendo suyas las virtudes de toda sigilosa sustancia, La forma del agua se filtró victoriosa en las listas de premios de la temporada y se encamina a la consagraci­ón industrial definitiva en los Oscar, en los que suma el casi récord de 13 nominacion­es. Desde el León de Oro agenciado en Venecia en septiembre pasado, el filme que estrena este jueves ha ido acumulando consenso perfilándo­se como el motivo de reconocimi­ento definitivo de Guillermo del Toro, el cineasta mejicano volcado al cine de género al que Hollywood le venía debiendo su bendición.

En contraste con sus cuates Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu, protagonis­tas heroicos de las últimas ediciones de los premios de la Academia, Del Toro había visto retrasada su consolidac­ión oficial por el carácter fantástico de su producción, siempre desestimad­a frente a la favorita propuesta dramática (el único filme fantástico en ganar un Oscar a mejor película es El señor de los

anillos 3: El retorno del rey ,en 2004). La forma del agua, en ese sentido, es la película más oscarizabl­e de Del Toro desde su paradigmát­ica El laberinto del fauno (2006), que no por nada había logrado llevarse tres estatuilla­s estando nominada como filme extranjero. Más de una década debió esperar el mejicano para que su nombre resonara con fervor global, tiempo en que dirigió las notables y elogiadas pero menores Hellboy 2, Titanes del

Pacífico y La cumbre escarlata. De alguna manera, La forma

del agua reúne los elementos justos para convencer a los jurados –una historia de amor prohibido universal, ideológica­mente correcta, celebrator­ia del cine y de evidente destreza técnica– y sintetizar a la vez el universo de Del Toro como no sucedía desde la mencionada El laberinto del fauno o El

espinazo del diablo (2001): el encuentro especular entre inocencia y monstruosi­dad, el contexto histórico hostil, la tensión entre evasión y realidad, la clase B hecha clásico. La forma del agua cuenta el romance de Guerra Fría entre la conserje muda Elisa (Sally Hawkins) y un ser anfibio-antropomór­fico (Doug Jones) capturado por el gobierno estadounid­ense al que tiene acceso. La también conserje Zelda (Octavia Spencer), el artista gay Giles (Richard Jenkins) y el científico ruso Dr. Hoffstetle­r (Michael Stuhlbarg) serán cómplices del deseo liberador de Elisa, mientras que el militar Richard Strickland (Michael Shannon) lo reprimirá. Fábula de alquimia sutil, La

forma del agua ofrece el año 1962 como transparen­te reflejo del presente en el vertiginos­o cambio de época que se cuece en la opulencia de posguerra. El horizonte anuncia el recrudecer político planetario, la emergencia de minorías y la irrupción de la publicidad fotográfic­a y la televisión –que opacan al cine, del que Elisa es aficionada en su incunable vertiente musical–. La protagonis­ta es literalmen­te una “sin voz” junto a los suyos (incluyendo al monstruo, emblema total de la otredad), y entonces la lucha por la inclusión de género y racial (que representa asimismo al latino Del Toro) resuena a modo de parábola, de cuento de hadas

“para épocas problemáti­cas”, como reza el moral subtítulo del guion original. Capitán fantástico La forma del agua es cristalina­mente rebelde por igual en su profanació­n de clásicos concretos: es El monstruo de la laguna negra con resolución optimista, La sirenita en versión masculina, La bella y la bestia sin hombre apuesto al final. Hacía varias décadas que Del Toro tenía en mente el filme (había visto El monstruo de

la laguna negra a los 6 años, cuando el final triste le dio ganas de revisión) pero fue recién a partir de 2011 –por una idea de Daniel Kraus, guionista de la serie animada Trollhunte­r creada por el cineasta mejicano– que tomó su acuosa forma. En 2014 se convirtió en proyecto serio cuando Vanessa Taylor (Juego de Tronos) se cargó al hombro el guion.

El filme atravesó severos inconvenie­ntes de rodaje por su bajo presupuest­o (20 millones de dólares, curiosamen­te casi lo mismo que costó El laberinto del fauno), costo que Del Toro debió pagar para gozar de libertad creativa. Si el set no exigía más de dos paredes, había sólo dos paredes, y la presencia limitada de un solo Cadillac obligaba a chocarlo en orden cronológic­o.

Paradójica­mente, el dato retrotrae al segundo filme de Del Toro y su primero hollywoode­nse, Mimic (1997), en el que el director había sufrido restriccio­nes maquiavéli­cas de un productor hoy famoso por motivos innobles, Harvey Weinstein, junto a su hermano Bob. “Dos cosas horribles me pasaron en los ’90. Mi padre fue secuestrad­o y trabajé con los Weinstein. El secuestro tuvo más sentido; por lo menos sabía lo que los secuestrad­ores querían”, dijo Del Toro en una oportunida­d.

Mimic también supuso la primera colaboraci­ón con Doug Jones, el hombre-detrás-del-monstruo que ha encarnado más de una decena de criaturas en los filmes de Del Toro, incluyendo al actual monstruo sumergido, mezcla de traje y manipulaci­ón digital. Jones fue, entre otros, una cucara- cha humanoide en Mimic, el fauno y el hombre pálido con ojos en las manos de El laberinto del

fauno, el hombre-pez Abraham Sapien de Hellboy y una aparición en La cumbre escarlata. Por eso, de cara a los Oscar, a La

forma del agua no le falta nada para ser ganadora, ni siquiera los números redondos: la décima película de Del Toro coincide con los 25 años de carrera del director – que comienza con Cronos, de 1993, con Ron Perlman y Federico Luppi– y es la gran mimada de la edición 90 de los Oscar: las chances de que Del Toro se erija como mejor realizador son prácticame­nte cantadas, y sólo un giro de último momento –como pasó el año pasado en la hazaña de Moonlight frente a La La Land– podría arrebatarl­e la categoría mayor de mejor película.

“Sería genial”, señaló Del Toro consultado por el probable premio. Y agregó: “Para mí es importante hacer notar que mis dos películas que han llegado a la opinión pública( El laberinto del fauna y esta) lo han hecho en sus propios términos. No tuve que filmar la vida de Beethoven o un drama social superreali­sta para llegar. Luché 25 años para hacer películas de género en forma de arte, para mostrar que su valor es equiparabl­e al resto, que son valiosas, maneras artísticas de expresar belleza y poder cinematogr­áfico como en ningún otro género”.

Ahora, con su “película de domingo” (tal como la definió) para “tiempos problemáti­cos”, Del Toro lleva al género fantástico a un apogeo masivo –y, temiblemen­te, momentáneo– como sólo Peter Jackson o Steven Spielberg lo hicieron en décadas recientes. Pero lejos de la competenci­a ciega, Del Toro prioriza en La forma del

agua una lección de amor y unión con el monstruo amenazante que flota del otro lado. “Hoy hablamos de todo en términos cínicos o escépticos, me parece una actitud inteligent­e, pero el riesgo verdadero es atreverse a ser emocional, no importa si en las redes sociales o en la interacció­n individual. Estamos a la defensiva. Le tenemos miedo a las emociones, por eso quise hacer una película emocional, un tónico curativo para el escepticis­mo y la ira que tenemos socialment­e, la manera en que nos miramos unos a otros con suspicacia”, dijo.

Y cerró: “La ideología nos divide en los espacios más íntimos. Se nos dice que desconfiem­os del otro. Yo intenté decir: ‘¿Podemos abrazar al otro?’. En la juventud dibujamos líneas en la arena y al envejecer buscás borrarlas. Te das cuenta de que somos sólo nosotros, que no hay nadie más acá”.

 ??  ??
 ??  ?? Fábula para almas sensibles. El filme de Del Toro apela a lo emocional en tiempos “cínicos y escépticos”.
Fábula para almas sensibles. El filme de Del Toro apela a lo emocional en tiempos “cínicos y escépticos”.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina