Onírica, sensible y emocionante
La forma del agua llegará a la ceremonia de los Oscar del próximo domingo con 13 nominaciones, y se convertirá así en una de las películas con más candidaturas, detrás de La la land,
Titanic y Eva al desnudo (14 cada una).
Es curioso que sea justamente el marcado apoyo de la Academia lo que muchos usan para tildar al filme de sobrevalorado o, por el contrario, de obra maestra.
Para empezar, hay que correr el foco y pensar en La forma del
agua más allá de los Oscar, premios que, se sabe, muchas veces tienen criterios y una idea del cine por lo menos discutibles.
Entonces, dejando de lado el seductor brillo de las estatuillas doradas, hay que decir que la nueva película de Guillermo del Toro es bellísima, redonda por donde se la mire. Es una síntesis de lo mejor que nos ha dado el director mejicano hasta la fecha.
Si alguien preguntara qué es el cine, no estaría mal poner la cinta de Del Toro como un buen ejemplo. Es que La forma del
agua es un homenaje al séptimo arte con el sello característico del director.
La película cuenta una historia de amor entre una mujer y una criatura fantástica con sensibilidad y sensualidad. Para hacerlo, Del Toro se vale del trabajo de una genial Sally Hawkins en el papel protagónico, sumado a un elenco de lujo donde también se destaca el villano interpretado por Michael Shannon.
La escena del baño (sin más detalles para no caer en spoilers) es de una belleza impresionante.
La forma del agua es una película onírica, sensible, emocionante. No sólo es bella desde lo narrativo, sino que tiene además una fotografía y poética visual alucinantes.
Qué importa entonces si la Academia se decide o no a premiar la película de Guillermo del Toro. Lo que importa acá es que La forma del agua es todo lo que está bien, y no habría que dejar de verla en pantalla grande.